Jóvenes con vocación de esclavos

Dicen que con la vejez viene la sabiduría. ¡Mentira! Si así fuera, no habría tanto viejo pendejo. La juventud no supone rebeldía y libertad. Hoy, en Latinoamérica, hay muchos jóvenes –demasiados– con vocación de esclavos. Por lo menos eso dice el informe Latinobarómetro 2023, publicado semanas atrás.

No hay que reprochar ni adjudicarle en exclusiva a los muchachos esa antinatural manía de autocastrarse. La democracia y la libertad dejaron de ser sexy para las sociedades latinoamericanas de toda edad: viejos, jóvenes y toda la fauna que circula en medio. 

Pero sobre los jóvenes el informe destaca que «a mayor edad, más apoyo a la democracia»: 

“La edad influye en el apoyo a la democracia; mientras entre los más jóvenes (16-25 años) solo el 43 % apoya a la democracia, entre los de más edad (61 y más años) es el 55 %. Hay doce puntos porcentuales de diferencia en el apoyo a la democracia entre los más jóvenes y los de más edad en promedio en América Latina. En la actitud hacia el autoritarismo la relación es inversa: hay más apoyo al autoritarismo mientras más joven es la persona (20 % entre los que tienen 16-25 años y 13 % entre los que tienen 61 años y más)”

Esa tendencia juvenil informada por el Latinobarómetro es lo que más llamó la atención a The Economist, que publicó un artículo titulado “Los jóvenes latinoamericanos están inusualmente abiertos a autócratas”. Y muchos lo están.

China y la generación perdida

La historia de la República Popular de China ejemplifica de gran manera por qué los muchachos latinoamericanos actuales no parecen muy distintos a los jóvenes chinos de los años sesenta. El 1 de octubre de 1949, Mao Tse-Tung, un líder carismático, proclamó la creación de la República Popular de China. El país estaba devastado luego de la seguidilla de conflictos internos, tras la caída del imperio, y por los desmanes provocados por la invasión japonesa.

Mao comenzó con las transformaciones. Impulsó la reforma agraria que llevó a colectivizar a la sociedad. El siguiente paso fue industrializar a China. Inspirado en el modelo soviético, en 1958 arrancó una campaña de medidas económicas, sociales y políticas conocida como “El Gran Salto Adelante”.

Fue un fracaso. La hambruna mató a decenas de millones de chinos. Mao fue depuesto por el partido y la presidencia pasó a ocuparla su compañero, Liu Shaoqi, quien implementó una serie de reformas económicas para salir de la crisis en que les había metido el capricho planificador de su antecesor. Entre varias decisiones que Shaoqi adoptó, una de las más importantes fue volver a la propiedad privada y con ello liberalizar la economía.

Mao se mantuvo como presidente del partido comunista, pero esperaba su momento en las sombras. En 1965, Mao llamó a la movilización contra Shaoqi y sus burgueses reaccionarios. En su conspiración para regresar al poder, el carismático líder encontró una base social que le sería útil: los jóvenes, a quienes azuzó para que se levantaran contra el gobierno de Shaoqi. La rebelión juvenil se organizó en los llamados «Guardias Rojos». La Revolución Cultural había iniciado. 

Las hordas de jóvenes que seguían ciegamente a Mao comenzaron un régimen de terror en toda China. El objetivo de esa masa juvenil era cortar radicalmente con el pasado. Lo único que debía importar ahora era la lealtad a Mao. Adorarle. El futuro, lo cool, era Mao.

Todo conocimiento era rechazado. El saber que necesitaba un chino estaba compilado en un panfleto con citas y discursos del nuevo mesías de la juventud: el Libro Rojo de Mao. Y era obligatorio llevarlo en todo momento.

Los jóvenes lincharon a los intelectuales, políticos y hasta a sus propios padres. Destruían todo el patrimonio histórico que encontraban a su paso. Millones de jóvenes chinos pusieron su rebeldía juvenil a las órdenes de Mao. Sin ellos, él nunca habría regresado al poder.

Una vez Mao estaba sentado en el trono, las Guardias Rojos continuaban con su apasionada revuelta social. Pero el fin para el que su líder les había usado ya se había cumplido. Pronto le resultaron incómodos. Así que Mao apagó el fuego juvenil que él mismo encendió.

Primero les lanzó al ejército para que volviera el orden social. Luego encontró una manera más efectiva: los volvió esclavos.

Con la excusa de que los jóvenes de la ciudad se habían alejado de los valores comunistas y se aburguesaban, les obligó a emigrar al campo. Millones de jóvenes abandonaron sus hogares y fueron forzados a trabajar la tierra.

Las aspiraciones de millones de chinos que deseaban estudiar o desarrollarse fueron truncadas por el líder a quien tanto habían defendido. Mao solo les había utilizado. Esa fue la generación perdida. 

El gusto por el autoritarismo cool

Sugerida la moraleja, ahora volvamos a los jóvenes actuales de Latinoamérica:

Siempre encontraremos motivos para justificar que los jóvenes del informe Latinobarómetro no son responsables de tener vocación de esclavos. Se dirá que la democracia no ha satisfecho sus necesidades básicas, que están hartos de la corrupción endémica de los partidos tradicionales, y así. Todos eso es cierto. Pero a los jóvenes hay que tratarlos con respeto. Toman decisiones; no son autómatas. Si a tantos les gusta el autoritarismo será debido a esos condicionamientos históricos, sociales y económicos, pero eso no implica negar que así lo deciden.

Era injusto nuestro filósofo Aniceto cuando en las ágoras de San Salvador pregonaba que «uno de cipote es tonto». No son propias esas generalizaciones. Así como hay jóvenes idiotas, los hay inteligentes. Pues igual ocurre con los adultos y viejos: los hay tanto pendejos como con mediana sensatez. 

Entonces, así como hay jóvenes con espíritu de libertad, los hay con vocación de esclavos. Y son esclavos en busca de un amo porque, entre otras razones, así lo han decidido. Lo único que dice el Latinobarómetro es que en estos días esos esclavos son muchos. Demasiados.


*Daniel Olmedo es abogado salvadoreño. Máster en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha trabajado en gremiales empresariales, firmas de abogados y en la Sala de lo Constitucional. Fue profesor de Derecho Constitucional, Derecho Administrativo y Derecho de Competencia. Ha sido directivo del Centro de Estudios Jurídicos y del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional-Sección El Salvador. Escribió el capítulo La Constitución Económica en la obra conjunta Teoría de la Constitución, editada por la Corte Suprema de Justicia.

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