Y, sin embargo, se mueve

Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto florentino Vicenzo Galilei, de setenta años de edad, comparecido personalmente en juicio ante este tribunal y puesto de rodillas ante vosotros, los eminentísimos y reverendísimos señores cardenales, inquisidores generales de la república cristiana universal, respecto de materias de herejía, con la vista fija en los Santos Evangelios, que tengo en mis manos, declaro, que yo siempre he creído y creo ahora y que con la ayuda de Dios continuaré creyendo en lo sucesivo, todo cuanto la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana cree, predica y enseña.”

Así comenzó Galileo Galilei su confesión el 23 de junio de 1633. La Inquisición le procesaba por haber negado, y ridiculizado, el geocentrismo. Esa teoría/dogma que sostenía que la Tierra era el centro y los demás astros orbitaban a su alrededor.

El viejo tenía 70 años. A sus 45 había construido su primer telescopio. A partir de sus observaciones, en 1632 publicó el “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”.

El viejo era jodido. En su obra no solo se burlaba del geocentrismo y señalaba que la verdad se acercaba más al heliocentrismo copernicano (bailamos alrededor del sol, y no el sol alrededor nuestro), además se atrevió a escribir todo eso en italiano, no en latín.

No quería que lo leyeran los académicos, sino la gente común. Los que leían, como ahora, eran pocos; pero por lo menos eran más que los que leen en latín, inglés o en jerigonzas jurídicas. Fue eso, escribir una verdad que fue muy leída, lo que hizo que el viejo cruzara una línea prohibida. La Inquisición inició un proceso en su contra.

El proceso lo impulsó el cardenal Belarmino. Un hijo de puta con todas sus letras. Hasta santo lo hizo mi iglesia. Belarmino en 1600 había matado a un filósofo por herejías similares. Pues ahora enfilaba sus miserias contra Galileo.

Es totalmente razonable que con esos antecedentes, cuando conminaron a Galileo a confesar su herejía, este dijera: “En consecuencia, deseando remover de la mente de vuestras eminencias y de todos los cristianos católicos esa vehemente sospecha legítimamente concebida contra mí, con sinceridad y de corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los antes mencionados errores y herejías, y en general cualquier otro error o secta, sea cual fuere, contraria a la santa Iglesia, y juro para lo sucesivo nunca más decir ni afirmar de palabra ni por escrito cosa alguna que pueda despertar semejante sospecha contra mí, antes por el contrario, juro denunciar cualquier hereje o persona sospechosa de herejía, de quien tenga yo noticia, a este Santo Oficio, o a los inquisidores, o al juez eclesiástico del punto en que me halle”.

Le perdonaron la vida al viejo. En su lugar, le condenaron a continuar viendo las estrellas en arresto domiciliario.

Lo bonito de esta historia es la leyenda. Dicen que el viejo, tras la confesión, murmuró: “Y, sin embargo, se mueve”.

Y es que era la verdad. Mientras decía la confesión que la Inquisición le exigía, Galileo, Belarmino, la Inquisición, el Papa y la Tierra completa bailaban alrededor del sol.

***

A mares de distancia de Florencia, y cuatro siglos después, en un país donde la Constitución prohíbe la reelección presidencial inmediata, un vicepresidente publicó un documento titulado: “Análisis sobre candidaturas presidenciales de cara a un segundo período consecutivo en El Salvador”.

En el documento, ese señor dijo: “La interpretación devenida de la sentencia de ‘Pérdida de derechos de ciudadanía 1-2021 de fecha 3 de septiembre de 2021’, se encuentra vigente y, mientras no sea modificada o superada por un nuevo criterio jurisprudencial, debe ser acatada por toda persona natural o jurídica, institución pública o privada, empleado, funcionario o autoridad civil y militar. Llamar a su no cumplimiento es llamar al cometimiento de un desacato y/o desobediencia, por lo tanto, hacer apología de un ilícito penal”.

La sentencia a la que se refiere es un documento firmado por unas personas que ocupan las oficinas de los magistrados del tribunal constitucional. Ahí ellos dicen que la reelección presidencial inmediata está permitida, aunque no sea cierto. Entonces, a criterio de ese señor, quien diga que ese documento es inválido debe ser encerrado en una prisión.

Unas semanas después de esa publicación, el gobierno de ese país decretó una ley. En ella dijo que encerrarán en prisión, hasta por 15 años, a quien “impida u obstaculice la inscripción de candidaturas cuando estas cumplan con los requisitos establecidos en las leyes de la materia”.

La amenaza es poco velada. Se muestra el calabozo iluminado en luces led a quien ose cuestionar la validez de una candidatura a la reelección presidencial que se sostiene en un documento emitido por sujetos que ocupan las oficinas de los magistrados del tribunal constitucional. Todo en un país donde la Constitución prohíbe expresamente la reelección.

Todas esas amenazas pueden ser muy efectivas. Pueden provocar el silencio. Pero enfrentan un obstáculo: la verdad.

El problema de la verdad es que es.

Por más que se amenace a la gente para que acepte que el sol gira alrededor de la Tierra, esta continuará gravitando alrededor del sol. Y por más que se amenace a la gente para que no cuestione la teoría/dogma que sostiene que la reelección presidencial inmediata está permitida, esta continuará siendo prohibida.

La verdad es obstinada. Podrán lograr el silencio, o incluso que algunos digan que ahora sí es válida la reelección presidencial inmediata. Sin embargo, se mueve.


*Daniel Olmedo es abogado salvadoreño. Máster en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha trabajado en gremiales empresariales, firmas de abogados y en la Sala de lo Constitucional. Fue profesor de Derecho Constitucional, Derecho Administrativo y Derecho de Competencia. Ha sido directivo del Centro de Estudios Jurídicos y del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional-Sección El Salvador. Escribió el capítulo La Constitución Económica en la obra conjunta Teoría de la Constitución, editada por la Corte Suprema de Justicia.

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