Cómo mueren las democracias: la senda hacia el autoritarismo

“La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás que han sido intentadas de vez en vez”.
Winston Churchill

«Cómo mueren las democracias» es un trabajo académico elaborado por Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (en adelante: L&Z, 2018), politólogos y docentes de la Universidad de Harvard.

El argumento central de la obra radica en analizar cómo en distintos momentos en el tiempo líderes autócratas han establecido una ruta para desmantelar paulatinamente la democracia en diferentes países. Lo novedoso de su análisis consiste en reconocer que “estudiar otras democracias en crisis nos permite entender mejor los desafíos que afronta nuestra propia democracia. [Además], el enfoque comparativo revela cómo autócratas electos de distintas partes del mundo emplean estrategias asombrosamente similares para subvertir las instituciones democráticas” (L&Z, 2018, p. 15).

En este sentido, mi objetivo en este espacio no es elaborar una reseña de la obra, sino rescatar algunos de sus hallazgos más relevantes, para reflexionar sobre la base de la ciencia política y la evidencia académica —y no sobre discursos eminentemente emotivos— en torno a algunos hechos recientemente suscitados en el país que han debilitado aún más la frágil institucionalidad y que se han alimentado del descontento de un importante grupo de personas hacia la forma en cómo el sistema económico y político ha operado en nuestro país.

Apoyo a la democracia en El Salvador

La democracia a nivel latinoamericano está en crisis. Durante los últimos años, esta forma de gobierno y de organización social ha perdido legitimidad ciudadana. El Salvador no ha sido la excepción: un estudio de Fundaungo muestra que, desde 2014, la satisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia en el país ha reportado un comportamiento hacia la baja. En 2018, solo el 36.6 por ciento de las personas expresaba satisfacción con la democracia. Esta insatisfacción viene acompañada de una tendencia creciente de la tolerancia hacia conductas autoritarias.

Al respecto, otra investigación llevada a cabo por Fundaungo plantea que a aproximadamente uno de cada tres salvadoreños (32.9 por ciento) le es indiferente un régimen autoritario que uno democrático, o que en algunas ocasiones es preferible un régimen autoritario a uno democrático. Lo más alarmante de esta situación es que son las personas jóvenes quienes expresan con mayor frecuencia su indiferencia o aceptación hacia un esquema autoritario.

La pérdida de legitimidad social de la democracia en El Salvador se debe a muchos factores que deben ser analizados profundamente. Posiblemente uno de los más relevantes es que la ciudadanía no percibe que el sistema de partidos políticos o el funcionamiento de las instituciones se haya traducido en acceso a mejores oportunidades. También puede deberse a la deficiencia de la educación cívica general. Una consecuencia de esto es que abre paso a que ciertos líderes posicionen desarrollo nacional arraigado a tendencias autoritarias.

¿Cómo se gesta el desmantelamiento de la democracia?

Comúnmente se piensa que el desmantelamiento de la democracia nace con un golpe de estado o un escenario abrupto en donde militares toman de manera ilegítima el poder, envían al exilio a los anteriores gobernantes y apresan a los adversarios políticos. Sin embargo, contemporáneamente las democracias suelen desmantelarse desde adentro: “Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder” (L&Z, 2018, p. 11).

En este contexto, lo paradójico de la senda hacia el autoritarismo es que esta se fragua desde las urnas, pues aquellos que se encargan de desmantelar la democracia utilizan las propias instituciones, modifican las reglas del juego de forma tan sutil que en ocasiones la misma ciudadanía no lo reconoce. Estos personajes se jactan de haber llegado al poder vía elecciones libres, pero poco a poco van debilitando la democracia desde adentro.

El camino inicia con un sistema de partidos políticos que no responde a los intereses comunes, acompañado de una institucionalidad frágil y capturada. Una crisis económica, social o de otro tipo (por ejemplo, de salud pública), también contribuye al escenario del líder autoritario. En este punto, el autócrata (demagogo o líder populista) se presenta como una figura carismática, cercano a la gente, un outsider ajeno a los políticos tradicionales (¡aunque también es posible que su carrera se haya gestado dentro de los mismos partidos que tanto critica!), que desafía públicamente el «viejo orden», critica a las figuras políticas aborrecidas por un grupo de electores y se presenta como una solución alternativa a los problemas que aquejan a la población.

“Los populistas suelen ser políticos antisistema, figuras que afirman representar la voz del pueblo y que libran una guerra contra lo que describen como una élite corrupta y conspiradora. Estos tienden a negar la legitimidad de los partidos políticos establecidos, (…) suele decirles a sus votantes que el sistema existente en realidad no es una democracia, sino que ha sido secuestrada, está corrupta o manipulada. Y les promete enterrar a esa élite y reintegrar el poder al pueblo” (L&Z, 2018).

¿Cómo identificar a un líder con tendencias autoritarias?

  1. Son figuras que rechazan las reglas democráticas del juego, especialmente en períodos de crisis. Suelen cuestionar públicamente la importancia de la Constitución, el funcionamiento de otros órganos del Estado, subestiman las relaciones diplomáticas, intentan socavar en algún momento la legitimidad de las elecciones y de otras instituciones encargadas de ejercer contraloría a su función.
  2. Son personas que niegan la legitimidad de los adversarios políticos, establecen discursos de polarización, posicionando a los contrincantes como los principales responsables de los problemas de un país. Convencen a sus adeptos de que el problema son sus adversarios políticos.
  3. Suelen ser figuras que toleran, validan o fomentan ciertos tipos de violencia. Una esfera en particular es apoyar de manera tácita la violencia de sus partidarios, negándose a condenarla o, incluso, aprobándola. A su vez, suelen apoyarse de poderes fácticos como los cuerpos de seguridad para mantener orden de manera represiva o disuasiva.
  4. Expresan intenciones de restringir libertades civiles con la excusa de “subvertir el funcionamiento del país”, mediante la intimidación a sus adversarios políticos, personas que opinen diferente y practicando diversos mecanismos para coartar la libertad de prensa.

En palabras de los autores, si un líder o dirigente político cumple con al menos una de las cuatro cualidades anteriores, estamos frente a un potencial gobernante con tendencias autoritarias.

¿Cuál es la ruta común hacia el desmantelamiento de la democracia?

Ningún país ha tenido buenas experiencias cuando una sola persona controla todas las instituciones del Estado, pues eso se convierte en un autoritarismo inminente, al margen de que haya sido electo vía elecciones. En una democracia es necesario el establecimiento de acuerdos y compromisos con diferentes fuerzas políticas. Es el costo inevitable del sistema de pesos y contrapesos.

Pero para los líderes autoritarios, esto es intolerantemente frustrante. Estos mecanismos se convierten en una camisa de fuerza. Por tanto, proceden al desmantelamiento paulatino del sistema democrático, algunas veces de manera abrupta, otras veces con medidas más discretas. Justifican esto con el pretexto de “perseguir un objetivo público legítimo (e incluso loable), como combatir la corrupción, garantizar la limpieza de las elecciones, mejorar la calidad de la democracia o potenciar la seguridad nacional” (L&Z, 2018, p. 95).

Los autores han identificado que todos los líderes autoritarios han seguido una ruta similar para desmantelar la democracia: un primer paso es apresar a los árbitros, aquellas instituciones y entidades claves encargadas de ejercer contraloría a las acciones del gobierno y que posiblemente en el pasado representaban barreras para los intereses del autócrata. Señales de este apoderamiento pueden ser la remoción discrecional de funcionarios, renuncias de personas en puestos claves que son sustituidas por grupos afines al líder autoritario. “La estrategia más extrema de apresar a los árbitros consiste en arrasar los tribunales y sustituirlos por unos nuevos” (L&Z, 2018, p. 98). Esto permite a los gobiernos autoritarios defender a sus aliados y aplicar selectivamente la ley en contra de sus adversarios únicamente.

El segundo paso es debilitar a los adversarios que permanezcan en el espectro político, económico y social, como partidos políticos rivales, organizaciones de la sociedad civil, universidades, centros de pensamiento, medios de comunicación independientes, grupos empresariales y otros actores. Para esto, pueden comprar o debilitar a sus opositores.

  1. La compra de voluntades suele darse con recursos públicos o favores políticos. Los regímenes autoritarios también pueden alinearse con grupos empresariales y élites económicas a cambio de favores políticos o libertades para operar, siempre y cuando no se entrometan en los asuntos políticos del régimen. En este punto ocurre un realineamiento de las élites económicas y políticas del país.
  2. El debilitamiento de opositores, por su parte, es el mecanismo para aquellos que se resisten a alinearse a los intereses del autócrata: “Mientras que los dictadores de la vieja escuela solían encarcelar, enviar al exilio o incluso asesinar a sus adversarios, los autócratas contemporáneos tienden a ocultar su represión tras una apariencia de legalidad” (L&Z, 2018, p. 101). Ahí entran en juego las instituciones ya capturadas. Suelen utilizar el aparato estatal, calumnias y otros mecanismos de asfixia económica y deslegitimidad social difamatoria. El silenciamiento de voces influyentes termina apagando cualquier intención de oposición organizada.

El tercer paso se basa en que los autócratas deben modificar las reglas del juego, adaptar la Constitución, el sistema electoral y otras instituciones, a manera de fortalecer su poder o debilitar a sus rivales. “Estas reformas suelen llevarse a cabo con el pretexto de hacer un bien público, cuando en realidad lo que se persigue es favorecer a quienes ostentan el poder” (L&Z, 2018, p. 106).

Los autores concluyen que “capturando a los árbitros, comprando o debilitando a los opositores y reescribiendo las reglas el juego, los dirigentes electos pueden establecer una ventaja decisiva frente a sus adversarios. Y dado que estas medidas se llevan a cabo de manera paulatina y bajo una aparente legalidad, la deriva hacia el autoritarismo no suele soltar alarmas” (L&Z, 2018, p, 112). Incluso, en ocasiones donde estas medidas son más claras, la ciudadanía suele tardar en reaccionar o, incluso, apoyarlas, por la popularidad que goza el líder autócrata.

¿Qué nos queda?

En un país donde históricamente han existido muchas carencias económicas y sociales, es difícil exigir compromiso ciudadano para defender el estado de derecho. Sin embargo, los desafíos que enfrenta nuestro país no se resolverán abriendo espacios a líderes con tendencias autoritarias, porque la historia misma demuestra que esto nunca ha resultado favorable. La democracia se fortalece únicamente con más democracia.

En este sentido, ahora más que nunca le corresponde a la sociedad civil organizada defender los derechos democráticos y exigir toma de decisión informada y transparente, en beneficio de las mayorías, siempre en el marco de la institucionalidad y el respeto a las reglas democráticas. Demandamos funcionarios apegados a la ley y a la ética profesional.

Finalmente, hago un llamado especial a la generación posguerra a que preservemos la memoria histórica nacional de las conquistas sociales alcanzadas con los Acuerdos de Paz, así como de los retos económicos, sociales y políticos que aún enfrentamos. Al margen de la ideología y de la identificación partidaria de cada persona, no debe quedar duda de que el país se ha encaminado por un sendero que nos está alejando de una democracia integral. Insisto: la historia y la evidencia académica ya nos han demostrado las consecuencias de los regímenes autoritarios.

Seamos valientes y estoicos en esta lucha.


*Carlos Eduardo Argueta es licenciado en Economía y máster en Estadística Aplicada a la Investigación por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA, El Salvador). Es investigador de temas relacionados con el mercado de trabajo, sistemas de pensiones, migración y retorno, opinión pública, entre otros temas económicos y sociales. Ha formado parte de equipos consultores en proyectos ejecutados para el PNUD, BID, OIT, OIM, entre otros. Actualmente es becario surplace 2020-2022 y estudia un Máster en Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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