La minería o la defensa de la vida

El actual debate en El Salvador en torno a la reactivación de la explotación minera nos pone nuevamente ante un dilema ético. 

Enrique Dussel sostenía que no hay nada más ético que la reafirmación de la vida. Para él, la ética no se disputa en la observancia de ciertos valores socialmente aceptados, sino en algo más básico y fundamental: reivindicar la vida, por encima de todo. No se trata de adoptar las normas que un grupo impone como correctas, en un momento determinado, sino de establecer como principio fundamental aquello que protege y fomenta la continuidad y dignidad de la vida. 

Para reforzar su punto, Dussel traía a cuenta un mito egipcio de más de cinco mil años, el precepto cristiano y los postulados de Friedrich Engels. En el antiguo Egipto, en el juicio final –presidido por Osiris–, el difunto debía rendir cuentas sobre sus acciones en vida; debía declarar que no había hecho sufrir a nadie, que no había privado a nadie de lo que le pertenece ni le había causado hambre. El juicio no se basaba en leyes abstractas o en dogmas religiosos, sino en algo más elemental: si en vida la persona había actuado de manera justa, compasiva y solidaria.

Los principios éticos que guiaban el juicio final egipcio expresan una ética elemental que va más allá de las culturas y los contextos: una preocupación por los asuntos del otro y una responsabilidad con el más vulnerable. Friedrich Engels, en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, retoma estas preocupaciones e identifica cuatro necesidades básicas que debe satisfacer el ser humano: la alimentación, la vestimenta, la vivienda y la reproducción. Para Dussel, más allá de estas necesidades materiales, la ética se presenta como un compromiso concreto y observable con la vida en todas sus formas, incluyendo –sin duda– la vida de la naturaleza sin cuyo cuidado la vida humana no es posible.

Esta idea también se encuentra presente en el cristianismo. Jesús se muestra siempre preocupado por los más necesitados y establece un juicio final guiado por acciones concretas. En el Evangelio de Mateo (25:35-40), Jesús insta a sus seguidores a dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, acoger al extranjero, visitar al enfermo y al encarcelado. Una vez más, aquí la cuestión fundamental no es si se observó una doctrina o si se reafirmó un dogma, sino si se actuó en favor de la vida del prójimo. “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron”, sentenció Jesús. 

En sintonía con estos criterios, en su homilía del 13 de noviembre de 1977, Monseñor Óscar Arnulfo Romero planteó un cuestionamiento provocador a los cristianos: “Hermanos, ¿quieren saber si su cristianismo es auténtico? Aquí está la piedra de toque. ¿Con quiénes estás bien? ¿Quiénes te critican? ¿Quiénes no te admiten? ¿Quiénes te halagan? (…) Porque unos quieren vivir cómodamente según los principios del mundo, del poder y del dinero, y otros, en cambio, han comprendido el llamamiento de Cristo y tienen que rechazar todo lo que no puede ser justo en el mundo”. 

Al igual que en el juicio final egipcio, descrito en el Libro de los Muertos, donde el difunto era evaluado por sus acciones en favor de los demás, el cristiano es llamado a rendir cuentas por la forma en que afirmó la vida de sus semejantes y la defendió ante los atropellos y las amenazas de los poderosos. Alimentar al hambriento y cuidar del necesitado no son solo actos de compasión, sino principios éticos fundamentales que reivindican el valor intrínseco de la vida.

La comparación entre el juicio egipcio y el juicio cristiano demuestra que, a pesar de estar separados por milenios y contextos culturales distintos, ambos sistemas morales comparten una preocupación esencial: garantizar la vida del otro. Dussel nos invita a reconocer que la verdadera ética no radica en una adhesión ciega a normas o valores abstractos, sino en un compromiso concreto con la vida.

Este principio ético de proteger la vida se torna especialmente relevante en el contexto salvadoreño actual, donde la reciente aprobación de una ley, que permite la explotación minera sin un adecuado proceso de consulta ciudadana, amenaza con poner en riesgo este derecho fundamental.

La Iglesia católica, a través de dos comunicados firmados por los obispos del país, ha expresado una firme oposición a la minería, defendiendo el medio ambiente y la vida. Argumenta que la explotación minera generará numerosas víctimas, especialmente entre las poblaciones más vulnerables, y además, representa una amenaza a derechos fundamentales como el acceso al agua potable y un entorno saludable. Otro grupo importante, la cooperativa sacerdotal, también ha solicitado al presidente de la República vetar esta ley que, según una reciente encuesta de la UCA, es rechazada por la mayoría de los ciudadanos.

El impacto ambiental de la minería es devastador. Según un estudio realizado en 2008, cada tonelada de oro requiere el procesamiento de unas 300 mil toneladas de mineral crudo, lo que equivale a extraer una montaña de aproximadamente 100 metros de altura con una superficie de 100 metros por lado. Según ese mismo estudio, en la mina El Dorado de Pacific Rim, empresa que incluso llevó al Estado salvadoreño a litigios internacionales, se estimaba procesar unas 640 toneladas de mineral crudo diariamente.

Un informe de 2012 de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos indica que el proceso de extracción consume 3,700 litros de agua por onza de oro. Incluso reciclando parte del agua, esto equivale a privar de acceso al agua a entre 74 y 185 personas cada día.

El Salvador ya enfrenta una grave crisis ambiental. Con una densidad poblacional de casi 300 habitantes por kilómetro cuadrado y una cobertura forestal de apenas 13 % (muy por debajo del promedio centroamericano del 38 %), el país se encuentra al borde del estrés hídrico, es decir, carece de agua en cantidad y calidad suficientes para toda su población. La minería, al consumir enormes cantidades de agua y contaminar los acuíferos, amenaza directamente este recurso vital y, con él, la vida de cientos de miles de personas que dependen del río Lempa, principal fuente de agua potable para una gran parte de la población salvadoreña.

Asimismo, un estudio de la Mesa Nacional Frente a la Minería advierte que la explotación minera afectaría severamente las actividades agropecuarias y la producción de alimentos, destruyendo los medios de vida de cientos de miles de familias. En este escenario, el criterio ético de proteger la vida se enfrenta a una industria cuyo único objetivo es maximizar las ganancias a costa del medio ambiente y de las comunidades.

La minería, al poner en peligro el acceso a recursos vitales como el agua y dañar irreversiblemente el entorno, evidencia lo que Dussel critica: un sistema económico cuyo principio fundamental es el aumento de las ganancias a cualquier costo, incluso a costa de la vida misma. En este contexto, la ética deja de ser una cuestión abstracta para convertirse en una cuestión de supervivencia. Si no protegemos los principios éticos que afirman la vida, corremos el riesgo de destruirla.

Dussel señalaba que “el criterio de la ética no es cumplir valores, es reafirmar la vida humana, pero también la vida de la naturaleza, porque si yo destruyo la naturaleza la vida humana no es posible”. 

En un país como el nuestro, donde las posiciones políticas suelen alejarse de esta búsqueda primordial y se modifican de acuerdo con los intereses en disputa, recordar que la ética es, en definitiva, la afirmación de la vida puede ser revolucionario. El mito egipcio, el mensaje cristiano y los planteamientos de Engels nos invitan a volver a lo básico: proteger la vida en todas sus formas y oponerse a aquello que la ponga en riesgo. Si la minería amenaza con destruir la naturaleza y con ello la vida humana, entonces la ética nos llama a actuar, a rechazar todo aquello que genera muerte. 

Es impostergable que como ciudadanos alcemos la voz en un tema tan urgente como este; de lo contrario, no esperemos que la deriva autoritaria, el abuso de poder y la ambición del grupo gobernante encuentren un alto, o al menos, un obstáculo. 


  • Mauricio Maravilla  es Abogado de la República, candidato a maestro en Ciencia Política y Gestión Pública.

¿TE HA GUSTADO EL ARTÍCULO?

Suscríbete al boletín y recibe cada semana los contenidos en tu email.