El obituario de Nuestro Tiempo

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Cinco años después de su nacimiento legal, el partido Nuestro Tiempo dejará de existir tras dos fallidos electorales continuos. El partido que alguna vez se presentó como el contrapeso a la crisis política salvadoreña, que suponía ser frescura, tuvo una breve historia que fracasó.

Las autoridades de Nuestro Tiempo ya han adelantado que consideran que su cancelación es un proceso injusto por los cambios realizados a muy pocos meses de las pasadas elecciones. Cambios que modificaron el tablero electoral y que favorecieron -tal como diversas investigaciones periodísticas demostraron- al partido oficial. 

Eso, sin embargo, no debería limitarlos a que hagan una autocrítica sobre el rol de la oposición política y sobre sus propias actuaciones. 

En un momento donde los partidos rehuyen a hablar y defender sus ideologías -porque entienden que es una mala palabra en lugar de saber que, en realidad, es el repositorio de su pensamiento crítico-, Nuestro Tiempo fue incapaz de explicar cuál era la suya. 

Para las elecciones de 2021 algunos de sus candidatos, que venían de diferentes espectros del universo ideológico, fueron incapaces de definir la esencia del partido y por qué había que votar por él. Peor aún: la necesidad de contrariar todo lo que venía de Nuevas Ideas desplazó –por incapacidad financiera o amedrentamiento– la promoción del proyecto político mismo. 

El partido, pese a su corta vida, también sufrió del mismo mal que han tenido partidos tradicionales ahora intrascendentes como Arena o el FMLN: su relevancia en el diálogo nacional dependió en buena medida de lo que su principal figura, su único diputado Johnny Wright Sol, hacía o dejaba de hacer en la Asamblea Legislativa. El mal de los caciques, tan añejo y tan actual, acabó con un partido que no tuvo éxito en traducir esa aspiración de horizontalidad que pregonaban. 

La soledad legislativa de Wright Sol también invita otra reflexión si se compara con otro partido de oposición: ¿Por qué, si también tenían representación en la Asamblea Legislativa, no lograron construir alrededor de una figura como lo hizo Vamos con Claudia Ortiz?

El lema del partido, presente en sus estatutos, hacía referencia a que era “tiempo de la ciudadanía”. Y este, quizá, sea el principal punto para explicar el descalabro de un proyecto como Nuestro Tiempo. El partido no logró escapar de la burbuja desde donde hacía política. Mejor dicho: no pudo venderse -como sí ha podido hacerlo el partido oficial y los privilegiados que lo dirigen- como un partido de ciudadanos para ciudadanos. 

Algunas de sus batallas tampoco conectaron con una ciudadanía que ha demostrado un constante pragmatismo a la hora de votar. 

La próxima desaparición de Nuestro Tiempo también plantea otras interrogantes que servirán a quienes intenten construir nuevas opciones partidarias:¿es un error político, en un país como El Salvador, apostarle a empatizar con causas de poblaciones excluidas o minoritarias?

La experiencia fallida de este partido parece demostrar que en El Salvador la opción conservadora es la única vía. Y la experiencia exitosa de Nuevas Ideas demuestra, a la vez, que la vía populista todavía vende. Ojalá algún día conozcamos cuánto nos cuesta la elección de ese camino. Nosotros seguiremos investigando.

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