Entre el primer semestre del año 2012 hasta finales del año 2014, recuerdo haber visitado radios, canales de televisión y periódicos impresos y digitales donde se me pedía opinión sobre la situación de crimen, violencia e inseguridad en nuestro país, luego del denominado “proceso de pacificación”, conocido como “la tregua”.
Fui víctima de críticas, ataques y comentarios negativos, en especial por funcionarios de ambos gabinetes de la década anterior, y me mantuve firme en algunas consideraciones que sostengo y he defendido: algunos políticos, gente en autoridad, en poder, dentro de la clase política y gobiernos, al menos entre 2008 y 2014, les enseñaron a los miembros de las pandillas que tenían algo de lo que ellos no se habían dado cuenta, que eran actores sociales, referentes en nuestra sociedad, y que gracias a su control territorial podían lograr algo que a grupos de poder les interesaba, el voto de ellos, sus familias y colaboradores. Y, además, impedir que otros ciudadanos fueran a votar o apoyaran a quienes se les dijera.
Fue lo que denominé la “cuarta generación de las pandillas en El Salvador”. Su vida plena política. Ya no había que huir o esconderse de ellos, no. Había que reunirse, convocarlos, sentarse con ellos, pedirles por favor que asistieran a encuentros para mediante esas conversaciones lograr acuerdos, diálogo político, con verdaderos actores que “mandan” en los territorios y a quienes hay que pedirles permiso para entrar a sus territorios y que les permitieran regalarles sus obsequios de a dólar a ciudadanos a cambio de pedirles por favor que les den sus votos en las próximas elecciones.
Su mensaje en aquellas comunidades, cantones, caseríos, colonias populosas, era de esperanza, de crear fuentes de empleo, de finalizar con la pobreza, de atacar a sus adversarios de otros institutos políticos o de la oposición de aquel momento, pero nunca hablar mal de las pandillas. Mucho menos de planes que señalaran que las combatirían, porque sabían que estaban dentro de sus territorios y allí había gente con servicio de inteligencia, grabando videos y audios.
Pero al salir de las comunidades y ante los medios de comunicación, comerciales, publicidad y entrevistas, el mensaje era otro: “Vamos a terminar con las pandillas, son un verdadero problema, será un país seguro, soy el único, sé lo que tengo que hacer, El Salvador adelante, manos súper dura” y otras frases de marketing político que ya en el 2012 teníamos evidencias de audio, video y fotografía que indicaban lo contrario.
La tregua les permitió a las pandillas tener una dimensión que ni ellos imaginaban, ni querían. Ya eran felices creciendo con las extorsiones; ya controlaban territorios; ya las manos duras las habían obligado a mutar; pero eran fuertes ya. El ausentismo en las elecciones y el desencanto de la población fue parte de lo que algunos políticos y asesores con poder y decisión de esas épocas vieron, que los miembros de pandillas, sus familias, colaboradores, es decir toda su base social, sí votan, sí van a las urnas y además pueden controlar, porque en sus territorios mandan ellos. Así que listo, era necesario nada más enviar a emisarios para pactar los lugares de reunión. Y qué lección les dieron los miembros de pandillas: los grabaron por audio y video desde varios dispositivos para guardar evidencia.
Solo el tiempo me ha dado la razón. La indiferencia con la que como sociedad vimos a las pandillas nacer, crecer, desarrollarse, mutar y ser verdaderas organizaciones criminales ahora tiene sus consecuencias, pues el problema no se atendió de manera estratégica ni integral, y terminó derribando todo el ideario de los Acuerdos de Paz y la historia desde 1932. Hubo tregua, hubo negociaciones, acuerdos, peticiones, miles de dólares, y más, que posiblemente no sabemos, a cambio de llegar al poder o intentar llegar al poder. En los próximos meses conoceremos más detalles de lo que ofrecieron, dieron y de lo que los pandilleros les jugaron la vuelta y los extorsionaron porque resultaron ser más astutos.
El fiscal general de la República, doctor Raúl Melara, rompe con el miedo, la falta de voluntad política y la indiferencia de tres fiscales anteriores. Negociar con criminales es delito, pero es también traición a la patria.
*Ricardo Sosa es experto en seguridad y criminología. Asesor y consultor. Postgrado en Seguridad Nacional y Desarrollo del Colegio de Altos Estudios Estratégicos-CAEE, postgrado en Criminología y Psicología Forense, y en Ciencias Forenses.
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