Los piratas de la democracia en El Salvador

La paz alcanzada hace 25 años parece estar fuertemente cuestionada dentro de la sociedad salvadoreña. La gran deuda de aquel pacto: resolver el conflicto social y económico desigual en el país. Ahora bien, a partir de la reconstrucción de un marco de derechos humanos y un Estado democrático, la clase política ha sido partícipe en las directrices positivas y negativas que determinan el rumbo de El Salvador.

Además, las redes clientelares que inciden directa o indirectamente en la administración de la cosa pública están activas en los gobiernos de turno sin importar el partido político a cargo. Es por ello que identificar los flagelos que afectan al pueblo salvadoreño es vital para diseñar una alternativa que transforme y elimine las cadenas cortoplacistas, corruptas y totalmente incoherentes a la realidad nacional.

Por otra parte, es importante mencionar que el área política y económica está intrínsecamente relacionada en la conducción del Estado, por lo que la toma de decisiones a través del consenso es fundamental para implementar políticas públicas en beneficio de las mayorías. También es necesario comprender las disyuntivas mundiales que influyen en algunos rubros del país, tales como la economía y la seguridad.

En relación con lo anterior, el crecimiento económico a nivel global posee una tendencia a la baja. Según estimaciones del Banco Mundial y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la tasa promedio del crecimiento anual será aproximadamente de 2.5 % para 2017. De esta forma, se refleja que las repercusiones en la economía nacional pueden ser notorias. Por ello, es trascendental la búsqueda de estrategias por parte del gobierno para generar empleo y garantizar servicios básicos de calidad.

Consecuentemente, la figura del rebalse económico pregonada en la década de los años noventa fue un mito que quedó inmerso en los grupos privilegiados y en la clase política consolidada antes y luego de la posguerra. En virtud de lo antes expuesto, la lucha contra la corrupción, el crimen organizado transnacional y el debilitamiento de los pilares de la sociedad son algunos de los desafíos estructurales por cambiar. A la vez, la clase política se debe transformar, para ello es importante analizar dos ejes:

  • El sistema electoral y la renovación interna de los institutos políticos.
  • El devenir de otras opciones políticas.

En primera instancia, de conformidad a la Ley de Partidos Políticos, la jurisprudencia emanada de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) ha permitido reformas valiosas en el sistema electoral, como por ejemplo el voto cruzado y la incorporación de las candidaturas independientes. Esta última vía se convierte en la segunda forma de competir en la elección popular, luego de los partidos políticos. Aunado a ello, hoy en día el Tribunal Supremo Electoral (TSE) promueve el proceso interno de elección a candidatos en los partidos políticos, aunque no ha sido exigente en la información del financiamiento, presentada por las cúpulas partidarias.

De esta forma, a las puertas de las elecciones legislativas y municipales de 2018, estas representan un momento histórico. El país urge de propuestas concretas y parece que a esta clase política le está quedando su último cartucho.

Al mismo tiempo, es válido plantear la interrogante: ¿en la actualidad a quiénes representan los partidos políticos? Algunos movimientos intelectuales e indignados políticos están expectantes y dispersados, pendientes a lo que pueda pasar en este momento determinante para el horizonte del país. De tal manera que la clase política y el bipartidismo luego de los Acuerdos de Paz se desencantó en las mieles del poder e incorporó un modus operandi de hacer política burda y patética. Estos personeros han bloqueado el desarrollo de la sociedad. Los “piratas de la democracia” debilitaron la misión del sistema partidario y ahora El Salvador está a las puertas de una nueva etapa.

En segundo lugar, la clase política partidaria se repartió las cuotas de poder y los negocios que propician la administración pública, aunque de una forma no visible públicamente, moldeada según la voluntad de los grupos minoritarios. Ante ello, resulta que el bipartidismo imperante luego de la firma de los acuerdos de paz está en crisis. Siendo el voto un instrumento que permite el proceso de elección, este se enfrenta ante el problema del abstencionismo, indecisión y desconfianza de la mayoría de salvadoreños.

Actualmente, no existe una coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, dado que algunos pseudo estrategas de los partidos políticos toman en cuenta el calendario electoral únicamente y se olvidan de que, constitucionalmente, son el medio para representar a la sociedad salvadoreña. Así pues, “los piratas de la democracia” hacen daño para esclarecer una nueva forma de hacer política y romper la polarización nacional.

Por lo tanto, el precepto de la renovación y el relevo generacional dentro de los institutos políticos no son un tema de incorporar rostros nuevos y jóvenes; tampoco debe ser un proceso de elección presidida por el mecanismo del llamado “dedazo”, sino que pasa por edificar un andamiaje político con argumentos pertinentes, y nuevas propuestas para resolver los problemas del país.

Ciertamente, en el caso salvadoreño, tipificar la corriente derecha o izquierda es un aspecto complejo, difícil de definir, entender y ejemplificar. Puesto que posiblemente la alternancia del gobierno de un partido político a otro solo sea una figura maquillada. A la vez, algunos supuestos líderes y militantes han traicionado sus ideales y se han convertido en lo que más odiaban.

Sin duda, no se puede prometer desarrollo sostenible, si las prácticas de corrupción siguen vigentes dentro de la administración pública y en la sociedad en general. Es decir, para construir un mejor El Salvador se requiere de un esfuerzo conjunto que debe suscitar un cambio notorio en la clase política. No se trata de denominarse ‘pioneros de la renovación’ o escudarse en los grupos excluidos del país para hacer proselitismo, mientras las ideas sigan siendo las mismas y el pensar diferente en los partidos políticos. Es algo parecido a una herejía.

En efecto, los socios estratégicos del país en el ramo de la Cooperación Internacional han hecho un llamado al diálogo y consenso para trazar una ruta de desarrollo, dejando a un lado los intereses particulares. De hecho, según el Ministerio de Relaciones Exteriores, los programas de cooperación ascienden a una cifra de $1,400 millones; y cabe mencionar que, en ocasiones, la ratificación de estos fondos en la Asamblea Legislativa se ha visto obstaculizada por la carencia de entendimiento entre las fracciones partidarias.

En síntesis, no es posible que “los piratas de la democracia” sigan liderando el rumbo del país. Ojalá que la incursión de nuevos rostros en la política partidaria esté sustentada por una base de propuestas para cambiar el conflicto social, político y económico. Es decir, ya no hay tiempo: o gobiernan para el pueblo, o se quedan estancados en los círculos de los grupos minoritarios y mezquinos del país. Pero deben recordar que, por mandato constitucional, se deben a las mayorías. ¡Nadie quiere rostros nuevos con ideas arcaicas!


*Osmín Pérez es estudiante de quinto año en la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de El Salvador.

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