¡No confíes en los expertos porque son elitistas y engreídos! Rindamos culto a la ignorancia. En la era del populismo, ya no se busca la densidad intelectual, se buscan influencers, porque un país sin educación es fácil de intimidar, fácil de controlar y fácil de engañar. ¿Para qué razonar, si es más fácil fiarse de la intuición y denigrar al que no piense como yo? Ese es el pensamiento elemental del líder populista.
El trabajo intelectual en las ciencias sociales es de carácter interpretativo, busca significaciones, no se enfoca en leyes generales, sino en encontrar esa urdimbre del tejido cultural y social que puede ayudar a entender por qué pasa lo que pasa en la sociedad, y por eso es tan difícil de llevar a cabo. Es necesaria una descripción densa (Geertz, 2008) donde se establecen relaciones, se seleccionan informantes y se les deja hablar desde sus subjetividades, para luego transcribir, trazar mapas, llevar un diario y, a través de un esfuerzo intelectual que ha implicado años de trabajo previo, intentar, por lo menos de alguna manera, propiciar un pequeño entendimiento de un fenómeno. Pero esto seguro es demasiado complicado de entender para quienes dirigen el ejecutivo.
El trabajo intelectual no es para que se quede en los libros, sino para que sea usado por quienes supuestamente guían a la sociedad, para solucionar y encontrar salidas a los problemas a partir de la creación de “políticas públicas”. Sí, el conocimiento científico tiene una aplicabilidad, pero a los gobernantes no les es redituable solucionar los problemas de la sociedad.
La investigación en las ciencias sociales se diferencia de las humanidades en la comprobación empírica de las hipótesis y en la capacidad que tiene de generar evidencias o pruebas de dicha comprensión y razonamiento. Pero en entornos liderados por el populismo, la evidencia no tiene sentido ni lógica. La academia implica un proceso, una metodología y una estructuración que le dé validez y confiabilidad. A diferencia del periodismo, esta visión disciplinaria requiere de tiempo y una gran profundidad para analizar los fenómenos a partir de acercamientos conceptuales, y no solo empíricos, que nos dan claridad de los problemas sociales.
Entonces, nos preguntamos, ¿por qué, si hay investigación social en El Salvador, seguimos teniendo los problemas de siempre? Aventurándome a una interpretación, podría decir que una de las razones es porque los intelectuales seguimos siendo la escoria de la sociedad salvadoreña, la basura que hace el intento de pensar; somos la academia, que es despreciable por todos; somos los individuos que damos lástima por pasar horas con nuestros libros para intentar entender los porqués.
La ilustración fue para el filósofo Immanuel Kant esa liberación del hombre y de su emancipación para acercarse al pensar, al conocimiento y a un grado de saber. Pero en El Salvador, Kant sería vituperado y reducido al lumpen social por un grupo de antiintelectuales (Claussen, 2004) que se apropian de un poder de la palabra que les queda bastante grande.
Razonar implica, por tanto, un ejercicio de abstracción (Bacon, sf) que va más allá de la cotidianidad, de la pura experiencia sensorial y personal y la eleva a un análisis teorético que bien permita un grado de certeza, de verdad.
Y esa verdad no es alcanzar una iluminación mental, sino pasar al plano de las manifestaciones sociales todo eso que nos parece tan obvio, pero que necesita algún grado de interrogación y evidencia (Vattimo, 1994). Por eso, los poderes estatales están empecinados, y lo han tomado muy personal, ese oscuro deseo de ocultar la verdad, de esconder acciones que nos afectan como ciudadanos y que parece que quieren quitar del medio, con desprestigio y difamación, a cualquiera que se interponga con ese propósito.
Así, El Salvador se vuelve una vez más en ese lugar que desprecia la educación, que vuelca toda su hostilidad hacia la actividad intelectual. Cuando los argumentos faltan, cuando se carece de estrategias mentales analíticas, el antiintelectualismo, expresado en ese escarnio de la educación, al final no es más que un recurso desesperado y bastante ridículo para intentar desacreditar a un oponente. O en palabras de Isaac Asimov: “Mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”.
¡Aplaudamos la ignorancia! ¡Apoyemos la mediocridad! ¡Enaltezcamos esa pobre y ya bastante trillada estrategia populista de atacar, desde un legalismo discriminatorio, a todos aquellos que intentan tirarles abajo su espectáculo! Es lo que como salvadoreños siempre hemos sabido hacer: distorsionar deliberadamente una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales, antes que los hechos objetivos que nos golpean en la cara.
Por nuestra parte, seguiremos leyendo, analizando, interpretando y haciendo el trabajo intelectual que es tan despreciable. Esa es nuestra resistencia y ese será nuestro único legado. ¡Y para lo que sirva, si es que sirve para algo!
*Hago este texto en solidaridad con Juan Martínez y en defensa del ejercicio académico.
Bacon, F. (s.f.). Novum Organum. Varias ediciones.
Claussen, Dane S. (2004). Anti-Intellectualism in American Media. Nueva York: Peter Lang Publishing.
Geertz, C. (2008). Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura. La interpretación de las culturas. Gedisa.
Kant, I. (1987). ¿Qué es la Ilustración? En Filosofía de la historia. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
Vattimo, G. (1994 ). El fin de la modernidad. España: Gedisa.
*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Doctorante en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco bajo la línea de investigación “Comunicación y Política”. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación y especialista en Estudios de Opinión “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”.
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1 Responses to “En entornos populistas, la mediación intelectual parece ser inútil”
¡Muy bien! El motivo explícito de la opinión es muy encomiable: en defensa de Juan José y de su trabajo académico. Sin embargo, no estoy de acuerdo con el valor intrínsecamente negativo que se le asigna al concepto o idea de populismo y a lo que este uso conduce, implícitamente.
El populismo entendido como lo entiende la autora implica un atributo deleznable sobre aquello que es llamado así. La operatividad del concepto es reducida a sus rasgos negativos, esto es: actividad política dirigida (enunciada) hacia (como) políticas de mentira, humo, falsedad, engaño. El significado de populismo coagula, pues, en un quehacer necesariamente negativo; no admite restricciones. Todo aquello denominado así es, se transforma, en un profundo defecto, o, en el peor de los casos, en un rotundo sesgo. Se deja de lado la naturaleza social y política del fenómeno populista: la significación y también la concreción de eso que se llama populismo no se sostienen sobre una base rígida o estable de usos y sentidos. La cualidad ontológica del populismo es su indeterminación siempre positiva. Por eso la promesa socialista es populista, la utopía liberal es populista y el facismo, desde luego, fue populista. La indeterminación positiva del populismo deviene siempre en una determinación negativa, parcial, ideológicamente totalizada.
Los valores, reivindicaciones, insignias, símbolos, preocupaciones, afectos, necesidades y terrores del pueblo constituyen la indeterminación populista: estos elementos no son propios de ningún sistema ideológico-político específico. Su negatividad, por tanto, no es intrínseca, es transitiva: se mueve de acuerdo al resultado del enfrentamiento entre fuerzas políticas en pugna. El concepto de populismo, entonces, es dinámico: asume la identidad de lo político en cuanto tal: no hay política que no sea populista y no hay político que no apele al pueblo y a sus elementos universales como lugar, único lugar, de sentido.
Más allá de establecer una aparente defensa del régimen político salvadoreño actual, quiero apelar a la defensa de eso que la utora llama a restablecer: la discusión de ideas. Utilizar los conceptos indiscriminadamente también es incurrir en antiinlectualismo; peor aún, utilizar los conceptos disociándolos de la mediación sociológica que el sujeto/objeto imponen como forma-resultado de la acción de conocer, también es antiinlectualismo.
La idea de populismo aquí utilizada es la idea de populismo situada: ideológicamente determinada. Es decir, el populismo negativo al que se increpa es el populismo positivo que, dadas las condiciones histórico-políticas, no es, simplemente, pertinente.
Llamar populismo a todo aquello que no convence de forma política, también es ser un populista.
P.D. Solo quiero agregar que no pertenezco a ninguna institución político-partidaria. Este encuentro ha sido fortuito: la opinión de la autora despertó mi necesidad de establecer comunicación.
Saludos.