El dengue vuelve a ser un peligro. El ministro de Salud, Francisco Alabí, decretó alerta en todo el país por el alza de casos de dengue, que ya provocó hospitalizaciones y la muerte de tres menores de edad.
Esta alerta, como muchos otros temas que son prioritarios para El Salvador pero no para Casa Presidencial, llegó tarde.
Llegó cinco meses después de que la Organización Panamericana de la Salud recomendara intensificar la prevención de esta enfermedad.
Llegó 39 días después de que la misma institución anunciara el inicio de la temporada de mayor circulación del dengue en Centroamérica y México.
El gobierno tuvo meses para rodearse de expertos, planificar la eliminación de criaderos, priorizar la atención comunitaria y no depender de un desgastado sistema hospitalario para hacerle frente al dengue.
Para no repetir los mismos errores de los gobiernos pasados a los que tanto critica pero a los que tanto recuerda.
El gobierno volvió a activar sus equipos cuando esta situación empezó a rasguñar su popularidad, esa que mantiene sobre la base de grandes anuncios pero que, detrás de los flashes, ha descuidado lo elemental: mantener sana a su población.
El anuncio de Alabí llegó incluso después de que el Colegio Médico, esa institución a la que el Gobierno ha insultado y minimizado, advirtiera que los más afectados son los niños y niñas y que el hospital Benjamín Bloom ha estado saturado.
El gobierno activó las alarmas cuando la crisis ya le había estallado en la cara. Y lo hizo, además, poniendo la carga en los padres de familia.
Todo esto, pese a ser grave, ya no sorprende.
Mientras El Salvador se presenta al mundo como una meca de la modernidad y la libertad, la realidad vuelve a ser mucho más incómoda:
El dengue cobró sus primeras víctimas en casi cinco años.
Las muertes por diarrea alcanzaron su punto máximo en una década.
Las calles están nuevamente inundadas y cientos de familias, al borde de perderlo por falta de obras de mitigación.
Y después de la destrucción, nos acecha una oleada de infecciones respiratorias y gastrointestinales producto de la falta de agua potable y el inadecuado manejo de la basura.
Esto no lo sabemos gracias al enorme aparato de comunicaciones del gobierno, sino a pesar de este. La propaganda nos quiere vender paisajes de Atalaya y ocultar información de las principales enfermedades que nos aquejan.
Esto lo sabemos gracias a muchas personas que, pese a ser acosadas y difamadas, siguen haciendo su trabajo. Gracias a gremios médicos, a medios de comunicación y a profesionales que eligen no someterse y obligan al gobierno a reconocer que está en una crisis y a reaccionar, aunque sea tarde.
Foto Factutm/Cortesía
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