Un podio vacío. Un ministro ayudando a una señora frente a las cámaras. Un emotivo abrazo después de un deslave. Puestas en escena que, pese a los likes, aún no sirven de mitigación para las tragedias futuras.
Esas imágenes vienen fácilmente a la mente de los salvadoreños cuando piensan en las emergencias climáticas que, año con año, azotan al país.
Un despliegue propagandístico que, de la mano de un ejército de fotógrafos, camarógrafos y editores, maquilla escenas que buscan posicionar a los funcionarios, y al Estado mismo, del lado de la gente, como empático y solidario.
Lo que no se cuela en los spots, quizá porque no atraerá aplausos, es que el primer gobierno de Nayib Bukele hizo muy poco para mitigar el impacto de estas emergencias.
Más bien hizo lo contrario: facilitó permisos ambientales para proyectos de construcción y avaló la deforestación de zonas vulnerables, y convirtió al Ministerio de Medio Ambiente en un aliado incondicional de los intereses de las constructoras.
Por ello no sorprende que, ante tanta emergencia y a falta de planes de mitigación, ese vacío se llene con aquello para lo que sí están preparados: una puesta en escena en medios de comunicación y redes sociales. Para imágenes melodramáticas en las que las víctimas de los desastres son tratadas como actores secundarios, extras, parte de la utilería en el gran teatro donde un solo actor debe llevarse todos los aplausos.
En las oficinas del aparato de propaganda seguramente trabajan horas extras para preparar meticulosamente estas imágenes y vídeos que seguro llegarán a las pantallas de millones de salvadoreños.
En poco más de cinco años, hemos enfrentado una pandemia, fenómenos climáticos cada vez más intensos y decenas de emergencias ambientales que llamarían al más responsable y cauteloso de los gobernantes a rodearse de voces calificadas que, amparadas en la ciencia y la evidencia, recomienden políticas públicas que atiendan las vulnerabilidades.
En cientos de comunidades la ciudadanía enfrenta problemas reales y apremiantes.
Como precariedad en las condiciones de vida o vivienda, que vuelven cada lluvia un problema existencial.
O como el dilema entre buscar albergue o aferrarse a lo poco que poseen, a sabiendas de que la ayuda prometida por las autoridades no será constante o suficiente para iniciar de nuevo, si acaso llega.
Para ellos, no hay soluciones a largo plazo. No hay programas de vivienda digna, apoyo económico o facilidades para emprender negocios a quienes lo han perdido todo, una rápida reconstrucción de las escuelas afectadas o becas para los hijos e hijas de los más vulnerables. No hay obras duraderas de mitigación que garanticen un retorno seguro a sus comunidades.
Lo que hay son parches. Grandes promesas que no se cumplirán. Diagnósticos que no conducirán a una verdadera planificación. Obras a medias que durarán lo que tarda en llegar el próximo invierno.
Y luces. Muchas luces. Luces, cámara y una nueva emergencia ambiental.
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