Qué poco importa el periodismo, qué poco importa el periodista

Hace unos días, escuchaba una pregunta en un foro sobre periodismo en el que se cuestionaba por qué a la ciudadanía —ese concepto tan abstracto— no parece molestarle que el periodismo y los periodistas sean blanco de constantes ataques, agresiones, acoso digital y limitaciones en el ejercicio de su oficio.

¿Por qué parece no molestar que existan periodistas centroamericanos que viven en el exilio? ¿Cómo cabe la posibilidad de saber que existen medios que trabajan con el mínimo de los recursos para publicar productos de calidad informativa e investigativa, y aun así que no incomoden las limitaciones legales que se les imponen?

La pregunta fue puesta en común. No hubo una respuesta directa. Solo un largo debate con pocas conclusiones concretas, pero sí algunas especulaciones. Y la que me pareció más importante es que se habla con tanta ligereza sobre lo que significa el oficio periodístico y, en especial, se ha puesto tan poca atención a lo que el ejercicio de este significa para los procesos democratizadores.

Dentro de esas especulaciones, me tomo la libertad que este espacio siempre me da para intentar responder —aunque quizá de manera incompleta, pero sí muy crítica— por qué a la gente parece importarle tan poco el periodismo.

La prensa moderna en América Latina ha estado organizada bajo esquemas privados comerciales y ha funcionado más para intermediar los intereses comerciales y de las élites políticas antes que su papel informativo como vigilante frente a los abusos de poder, con excepciones en distintos momentos, en los que se puede hablar de un periodismo como tal.

El sistema de medios de El Salvador ha funcionado desde una visión vertical y a veces hasta ha sido deshumanizante, donde se propagan normas, valores y estereotipos de las clases dominantes —tradicionalmente oligárquicas. La estructura de propiedad de los medios, tanto radial como televisiva, ha presentado una clara tendencia oligopólica desde la que se repiten apellidos de socios y accionistas. La tradición mediática en El Salvador siempre ha estado ligada a los sectores de familias poderosas que no solo tienen empresas mediáticas, sino que su diversificación empresarial incluye publicidad, imprentas, retail, abogacía, construcción.

Una de las particularidades del sistema de medios en El Salvador es que es uno de los únicos lugares en el mundo donde un grupo empresarial no solo domina la industria televisiva, sino que también parte importante del mercado publicitario y de agencias de relaciones públicas.

Otro de los factores que se puede analizar es la poca penetración de una prensa informativa y que a nivel teórico se le conoce como prensa de investigación. El número de publicaciones versus el número de lectores suele no ser equitativo. Los lectores que comprenden la importancia de este ejercicio suelen integrar los sectores sociales más privilegiados. Si bien son los que de cierta manera tienen vínculos en los términos de toma de decisiones, el debate es que, en la mayoría de los casos, el consumo de esta prensa ha sido limitado y su estructura comercial ha tenido poca capacidad para sobrevivir.

Esto se comprueba con algunas investigaciones del Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA y de la Universidad Tecnológica. Para finales del 2019, el porcentaje de población que usaba los periódicos para informarse sobre política y acontecer nacional era de 5.9 por ciento para los impresos y el 4.7 por ciento para los digitales. Y según la UTEC, en una encuesta sobre el consumo mediático de jóvenes menores de 24 años durante el 2020, se encontró que solo el 2.7 por ciento lee periódicos. Existe la posibilidad de que se subestime este sector etario; sin embargo, es una proyección de lo que le espera al periodismo en el futuro. Así se manifiesta la poca preocupación por los procesos de comunicación mediática y la mínima apuesta por una sociedad mediáticamente alfabetizada.

Los medios de comunicación en Centroamérica están en medio del conflicto sobre la libertad de expresión y, muchas veces, son controlados por grupos políticos y comerciales. El sistema de medios se enfoca más hacia emisoras de radio y televisión, y mucho menos a prensa escrita. Y aunque haya una alta circulación o una gran cantidad de medios —por lo menos digitales—, eso no significa que haya una garantía de pluralidad ni de desarrollo equitativo de la información. Esto me lleva a un tercer factor de por qué importa tan poco que el periodismo sea blanco de todas estas agresiones.

Una credibilidad minada debido a la falta de un verdadero proceso bidireccional y participativo que no se ha fomentado desde hace años. Dadas las casi inexistentes regulaciones de los grupos empresariales, las frecuencias radioeléctricas, por ejemplo, se han concentrado en unas pocas manos. Y con esto, unido con el alto grado de paralelismo político, tenemos como resultado un discurso mediático que solo ha respondido, por años, a intereses de sectores minoritarios de la población y se han posicionado de manera ajena a las agendas de los sectores vulnerables de la sociedad.

Los grupos empresariales salvadoreños no han tenido problemas en concentrar frecuencias radioeléctricas, explotar medios de comunicación en distintas plataformas, relegar el papel de las radios comunitarias, limitando cada vez más su espacio e, incluso, participar en importantes actividades empresariales del todo ajenas al sistema de medios.

Así, según la encuesta de IUDOP sobre la evaluación del año 2020, solo un 19 por ciento de los encuestados tiene mucha confianza en los medios de comunicación, en su papel como institución y actor social. Y al calificar su trabajo, en una escala del 1 al 10, les colocan 6.15. El 28 por ciento de los ciudadanos sigue creyendo que hay corrupción dentro de los medios de comunicación —el concepto adecuado para esto sería el clientelismo, pero eso es un tema para otra columna.

Un cuarto factor que destaco es la tradición de producción de contenido mediático y que se ha perfilado desde dos extremos. Por un lado, el de entretenimiento en detrimento del contenido especializado, que tiene como resultado un espectador que ha crecido bajo la influencia televisiva del melodrama, la nota roja, las telenovelas y los reality shows. Y por el otro extremo, un contenido intensamente politizado.

Las relaciones entre las fuerzas políticas organizadas y la prensa —donde la cara es el periodista— está caracterizada por una fuerte ideologización. Si no, veamos todo el contenido propagandístico pagado y a manera de publicidad en las campañas electorales de la época de los años noventa y dos mil. Esto, sin duda, representa un alto paralelismo político que ha sido producto de la cercanía ideológica en la dicotomía medios-periodistas con los partidos políticos.

Esto manifiesta que los medios no solo han tenido y tienen que luchar contra las agresiones y trabas estatales, sino contra una tradición del sistema de medios basada en el corporativismo y ante una sociedad poco alfabetizada y —me aventuro— con una mínima comprensión lectora.

¿Todo esto implica que esté bien que el periodismo sea víctima de todo este tipo de agresiones? La respuesta es muy obvia: claro que no.

Por tanto, es necesario, como audiencias, aprender a diferenciar los niveles dentro del sistema mediático: por un lado, tenemos medios de comunicación que siguen posturas ideológicas y líneas editoriales, pero también tenemos periodistas que siguen rutinas establecidas dentro de un círculo de alta precariedad laboral y no siempre cuentan con la autonomía para denunciar y crear contenido desde su propia ética profesional.

Desafortunadamente, no tengo la respuesta ni una varita mágica que pueda instar a los ciudadanos a que les importe el periodismo. Tampoco tengo todas las estrategias para fomentar un acuerpamiento, pues ese es el trabajo de los mismos periodistas en su calidad de gremio.

Sin embargo, mi argumentación es para que entendamos por qué hace falta tanta empatía en la región y que se puedan proponer rutas sobre las cuales el sistema mediático nacional pueda estar trabajando y reconfigurando su manera de ejercer y comunicar.


Hallin, D. C., & Mancini, P. (Eds.). (2011). Comparing media systems beyond the Western world. Cambridge University Press.

Guerrero, M. A. (2017). ¿Por qué definir como «liberal capturado» el modelo de sistemas mediáticos en América Latina?. Infoamérica: Iberoamerican Communication Review, (11), 97-128.


*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Doctorante en la Universiada Autónoma Metropolitana- Xochimilco bajo la línea de investigación “Comunicación y Política”. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación y especialista en Estudios de Opinión “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”.

¿TE HA GUSTADO EL ARTÍCULO?

Suscríbete al boletín y recibe cada semana los contenidos en tu email.