Un grupo de vendedoras llorando, orando arrodilladas por ratos, a la espera de que la Asamblea Legislativa las reciba. De que Nuevas Ideas, que vendría a ser lo mismo, se digne a recibirlas. Sus puestos están sobre las calles del centro de San Salvador y pronto -eso les han dicho- serán desalojadas. Solo quieren quedarse hasta Navidad, para no perder lo invertido, pero sobre todo quieren tener certeza de su futuro. Quieren saber: no quieren estar a oscuras.
Lo que pasa en el centro histórico de San Salvador es un modelo a escala de lo que ocurre en todo el país. El Salvador está cambiando rápidamente, pero no es para todos. El país sin cables y con aceras remodeladas se está construyendo para una nueva élite privilegiada. Para ellos, miel; para el resto, medicina amarga.
En el centro que se despide nadie parece oponerse a los cambios. Lo que quieren es no ser excluidos. Es una diferencia sutil pero importante: No se oponen a que esas cuadras de la capital tengan una mejor cara; lo que no quieren es regresar al pasado donde el beneficio era para los mismos de siempre.
De cara al mundo, y gracias a las redes y millones en propaganda, El Salvador pretende mostrar un rostro diferente, moderno, fotografiable. Pero la realidad es mucho más áspera de lo que el discurso oficial muestra y vende como un modelo exitoso.
Dentro de El Salvador prevalece la oscuridad. Porque solo manteniendo las luces apagadas, en completa opacidad, la nueva élite, que esta vez se llama Nuevas Ideas, puede apropiarse del país, puede aprovecharse de él. Como lo hacen los ladrones, que se sienten cómodos en la noche cuando desvalijan las casas.
Esa oscuridad ha sido notoria desde el primer día. Por eso han ocultado información pública, por eso esconden contratos millonarios con dinero público, por eso pretenden callar que las prisiones sacan muertos vivientes, por eso quieren mantener en secreto cómo, poco a poco, se apoderan del país.
Si no fuera por personas dentro de las instituciones públicas que se atreven a hablar, por organizaciones de la sociedad civil que luchan contra la corrupción, por los vendedores que dejan el silencio, por las madres de las víctimas del régimen que vencen el miedo o por investigaciones periodísticas a profundidad, El Salvador seguiría en oscuridad total.
El periodismo ha mostrado lo voraz que está siendo la nueva élite. Factum, por ejemplo, ha mostrado que para progresar, y pagar préstamos de miles de dólares de forma exprés, no se necesita tener talento; se necesita ser parte de un reducido club de aduladores, con beneficios a los que ni ustedes ni nosotros accederemos nunca. Porque el nuevo país no se construye para todos.
El periodismo también ha mostrado que diputados y funcionarios de Nuevas Ideas se benefician de instituciones, como el Banco Hipotecario, para convertirse en dueños de propiedades de lujo. Ha mostrado que las empresas depredadoras del ambiente prosperan con el actual gobierno. Ha mostrado que la receta del actual presidente es aprovecharse del Estado para convertirse en un añejo presidente-terrateniente-acaparador. Justo como los que nos gobernaron en el pasado.
El virus autoritario se extiende y amenaza con controlarlo todo. Un panorama que no invita a celebrar. Una situación que nos presenta una encrucijada: silenciarnos por el miedo o atrevernos a ser irreverentes. A cuestionar lo que nos presentan como única verdad, a exigir cuentas a quienes nos gobiernan, a vencer la oscuridad en las que nos pretenden mantener. Nosotras siempre escogeremos lo segundo, como lo hemos hecho en estos diez años. La verdad nunca se negocia.
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