Los ganadores y perdedores en 2024

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El Salvador vive desde hace unos años en un diciembre eterno, posponiendo lo inevitable para enero. Es muy común que cuando hacemos balance del año lo primero que salte a la mente es lo más próximo. Y para el caso salvadoreño lo más cercano es el centro de la capital inundado de luces, tranquilidad, incluso hasta simulando el frío propio de los pueblos canadienses donde solo pareciera existir bondad y prosperidad.

Pero la historia no estaría completa si únicamente nos dejamos impresionar por la propaganda y obviamos la minúscula letra de ese contrato donde el país empeñó su futuro por una nueva ilusión-

Nadie pone en duda que la seguridad ha mejorado notablemente, incluso si olvidamos por un segundo que este gobierno pactó con criminales y esconde sistemáticamente las estadísticas.

Pero ese logro, que el gobierno exprimirá hasta la saciedad -previsiblemente como reclamo electoral para 2029-, viene con un altísimo costo. Ganamos una aparente seguridad, pero perdimos libertades. La libertad de decir públicamente lo que pensamos sin temor a ser perseguidos, la libertad de criticar sin ser vapuleados, la libertad de exigir sin ser despedidos, la libertad de acceder a información pública para pedir cuentas, la libertad de poder ir a nuevas elecciones sin el temor de que sean amañadas.

Este 2024 El Salvador perdió muchísimo, con la enorme pena de que muchos no se han dado cuenta, algunos tardarán algunos años más para reconocerlo y otros despertarán del hechizo cuando estén presos, enterrados, exiliados o con el plato vacío.

Parece lejano, y aunque el resultado era ampliamente conocido, junio de 2024 será fundamental para explicar los próximos años que vivirá El Salvador. El 1 de junio comenzó un periodo presidencial que nunca debió ocurrir. Un periodo ilegal, como el presidente que no tiene un gramo de legitimidad.

Si la corrupción y la opacidad fueron las normas durante el gobierno legal de Nayib Bukele; en este, en el inconstitucional, será el deber. Y ya lo estamos viendo.

Este año se consolidó una nueva élite económica: la del presidente y su familia. Él ganó, ganaron algunos empresarios, que ahora son los nuevos dueños del centro, y perdieron las vendedoras informales que tuvieron que salir corriendo, porque el centro ya no era para ellas, ni para los usuarios de toda la vida.

El presidente ganó el control de absolutamente todo y nosotros, la ciudadanía, perdimos en transparencia. Y lo ganó con trampas. Porque la Constitución le prohibía reelegirse y porque su partido puso todos los obstáculos para quien le representara la mínima competencia.

A la imagen de él, del presidente inconstitucional, no le han afectado los abusos, pero en 2024 pudimos constatar que muchos de sus funcionarios –principalmente desde la Asamblea Legislativa– han comenzado a sufrir un rechazo popular de parte de quienes confiaron en ellos y que ahora se sienten traicionados.

Y pese a eso ganó el derroche. Porque el dinero alcanza para alfombras, viajes en aviones privados, trajes de emperador, un helicóptero nuevo, pero no para reforzar el gasto social. El presupuesto en Salud y Educación, lejos de engordar, terminó mutilado.

Perdieron los pensionados. También los que tenían los ahorros de su vida en Cosavi y ahora solo reciben silencio del Estado.

Ganaron quienes usaron al país para promocionar sus propias inversiones en criptomonedas o quienes babean por el posible retorno de la minería. Perdió el país, que tendrá que envenenarse nuevamente para saciar la sed dorada de los miserables a los que no le importa su futuro.

Ganó otra vez una familia. Como antes. Pero perdió todo un país, aunque en este momento no pueda ni quiera reconocerlo. Como antes, como lo ha hecho siempre.

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