Hacer memoria como un acto revolucionario

El largo silencio sobre el pasado, lejos de conducir al olvido, es la resistencia que una sociedad civil impotente opone al exceso de discursos oficiales.
Michael Pollak

El hashtag #ProhibidoOlvidarSV, iniciativa del tuitero @mxgxw_alpha, es un ejemplo de cómo la apropiación de los espacios virtuales se puede convertir en un terreno para la recuperación de la memoria, el fortalecimiento de la democracia y la integración social. Narraciones y testimonios trascienden la dicotomía de lo oral y lo escrito y se convierten en un ejercicio vivo de “escritura oralizada” que promueve una ciudadanía digital desde la participación en el terreno de lo político.

En esta columna no van a leer un análisis del conflicto armado —hay expertos que lo harían mucho mejor que yo—. Tampoco leerán sobre las anécdotas que ya pueden encontrar en Twitter. Lo que sí van a leer aquí es: ¿por qué creo que la reconstrucción de la memoria es tan importante y por qué es, más importante aún, que seamos parte de ella activamente?

Víctimas de una campaña política patética que roza los límites de lo grotesco, de un nuevo aumento de contagios y de una situación económica al borde del abismo, los salvadoreños seguimos caracterizándonos por aplastar al colectivo y vivir en la comodidad individualista. Una sociedad en la que solo importa el yo (me cuido yo, pero no cuido de los demás; quiero que respeten mi espacio, pero suelo invadir el del otro). Por si eso no fuera ya suficiente, tenemos una sociedad civil poco consolidada, juzgada y vista de menos. Se ha perdido la confianza en el tejido social, que cada vez está más desgarrado.

Por eso, este ejercicio virtual es importante y destacable: conocer, leer historias y testimonios que nos refuercen como un colectivo que quiere romper las barreras del olvido que desde la polarización política quieren imponernos. Más allá de un hecho aislado, o solo estar ahí para que vean que yo también tengo una historia que contar, el esfuerzo y la idea parecen partir de un deseo genuino de crear un recuerdo conjunto.

La memoria se construye a partir de lo que un individuo vive, experimenta y alberga en su mente; sin embargo, toma forma y se consolida en colectivo: cuando se comparte, se expresa y es común a todos los miembros de una comunidad. La puesta en público de testimonios es necesaria porque crea identidad, nos une y refuerza la —tan carente— empatía. El ejercicio de plasmar testimonios en una plataforma virtual, que se caracteriza por ser interactiva, difumina la frontera de lo privado y lo público permitiendo su interacción.

Contribuir a este anecdotario nos sitúa a muchos en una especie de “no lugar” (al muy estilo de Marc Augé) porque estamos ante terrenos físicos que —en su momento— no habitamos, pero de los que sí somos parte debido a la intersección y tránsito de historias que tratamos de mantener vivas. Un viaje en el que consolidamos las miradas como espectadores, pero también como reproductores y recreadores de ellas.

Se trata de una realidad de segunda, tercera, cuarta mano, y ahí viene lo maravilloso del asunto. Un hecho que tiene su primer nivel en la forma de percibir desde los ojos, oídos, sensaciones de quién cuenta el testimonio —papá, mamá, abuelos y un gran etcétera—, cómo esa persona recuerda que pasó, cómo nos lo contó, cómo lo percibimos nosotros, cómo lo albergamos en nuestra mente, cómo lo recordamos, cómo lo plasmamos en un tuit, cómo alguien leyó ese tuit y a partir de eso recordó otra anécdota, otra historia.

Ese es el trabajo colectivo de construcción que no nos detenemos a pensar, porque solo sucede. Los que tratamos de estudiar desde una —desdeñada— visión académica nos encontramos con el gran valor que tienen esas rendijas de la memoria, que, luego, más que una recopilación, se vuelven un plano vivo de participación, mostrando que no todo está perdido. La confrontación se da en el plano cognitivo (académico) y pragmático (práctico) y que sirve para —intentar— hacer historia, que no puede existir si no se hace memoria.

Hacer memoria es, entonces, uno de los actos más revolucionarios que nos podemos permitir. Es bueno acentuar el carácter destructor ante una memoria hegemónica y nacionalista que, tradicionalmente, se nos ha impuesto. Privilegiar la voz de los siempre excluidos y de los marginados resalta la importancia de las memorias subterráneas (Pollak, 2006) que son tan necesarias para oponerse a los oficialismos.

Una vez que rompemos el tabú, nos acercamos a lo prohibido y a lo clandestino. Invadimos el espacio público con historias, no para apropiarnos de una lucha que quizá no nos corresponde —a muchos de mi edad y menores—, sino para intentar reivindicarnos como sociedad y como generación.


Augé, M. (2020). Los no lugares. Editorial Gedisa.

Pollak, M. (2006). Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límites.


*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación y especialista en Estudios de Opinión bajo la línea de investigación “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”. Actualmente es ayudante de investigación del proyecto “Culturas periodísticas subnacionales en el sureste de México”.

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