Hay un país centroamericano que, reconociéndose ignorado por los reflectores de la cobertura mediática internacional, anhela destacar en la Escuela de los Tiranitos del mundo.
En la escuela de las tiranías, a un país le acaban de poner una estrellita en la frente.
Y no, no se trata de uno de los ganadores usuales, ni de los alumnos ejemplo que se sientan en primera fila y le cuentan a los demás países cómo erosionar y violar derechos humanos en tiempo récord.
Seamos justos, el portador de la nueva estrellita es un buen alumno, pero por no tener los recursos de algunos de sus compañeros y ser un poco menor que ellos, no los ha logrado alcanzar ni convertirse en uno de los favoritos de la clase. ¡Pero vaya que hace méritos! Toma notas de manera diligente e imita, a veces con torpeza y a veces con destreza, a los famosos teacher’s pets.
Este alumno se llama Guatemala y el miércoles 14 de junio, luciéndose ante sus compañeros, se agenció una gran victoria en esta triste y miserable escuela.
Tras casi un año de detención de forma arbitraria, el periodista y presidente de elPeriódico, José Rubén Zamora, fue condenado por el podrido y capturado sistema judicial guatemalteco. Le esperan seis años de prisión por un delito que la fiscalía presentó mal. Sumado a esto, a Zamora no le permitieron defenderse de forma efectiva, ya que el objetivo del alumno estelar no era hacer justicia, sino quedar bien ante sus compañeritos y demostrarles que en su país, poco a poco, reinará el miedo y el silencio, mientras la corrupción se pasea impune y galante.
Y ojo: quedar bien ante sus compañeritos implica no verse débil, frágil, lloroncito o susceptible a la “rosadita y globalista” agenda de derechos humanos mínimos. Entre más bruto y violento, mejor.
“Ay, qué cobarde eres, reconociendo el debido proceso y la presunción de inocencia de los que te critican”
Esa es una burla usual en los pasillos de esta escuela. Y este alumno no quiere ser víctima del bullying de sus compañeros.
Por eso, intenta día con día que su aparato judicial esté capturado; que quienes persiguieron corrupción sean castigados; y que los que exponen el saqueo público vivan acosados y perseguidos. No siempre avanza al ritmo que quisiera, pero hace sus tareas y no es víctima de insultos de los tiranitos mayores.
Además, para países cuyo autoritarismo sigue en vías de consolidación, como el de Guatemala, hacer este tipo de golpes ocasionales les gana el aplauso y las palmadas en la espalda de los seniors de la clase, las dictaduras puras y duras. De esas cuyos líderes históricos adornan los pósters en sus paredes: los Pinochet, los Turkmenbashy, los Papa Docs.
Por eso, el pasado miércoles 14 de junio, al decretarle una celda fría a quien narró la podredumbre de su sistema, Guatemala celebró haberse puesto a la altura de los pioneros de la barbarie, los guardianes del terror, y los apologistas del silencio y la violencia del Estado.
Guatemala se comportó como una miserable dictadura y se ganó –por un par de días, al menos– un asiento en la mesa de los más populares. Ahí almorzará y aprenderá de los titanes: Nicaragua, Venezuela, Irán o Rusia. Y seguramente saldrá inspirado.
Exalumnos de la escuela también se mostraron sorprendidos por la audacia del estudiante inusual. Los Bolsonaros, Correas y Juan Orlandos –quienes asistieron en algún momento a esta decrépita institución– también enviaron congratulaciones y saludos. Ellos manifiestan estar tristes de ya no pertenecer al grupo, pero se dicen felices de que alguien siga el legado corrupto, antiprensa y anti derechos humanos.
Al otro lado de la mesa, donde por unos días se sienta Guatemala, hay unos tiranitos más chiquitos, acaso en parvularia. En sus pequeños libros rojos, escriben sin parar pequeñas planas para no olvidar las lecciones principales:
– «No debo permitir el disenso. No debo permitir el disenso. No debo permitir el disenso…»
– «Los militares son míos; no del país. Los militares son míos; no del país. Los militares…”
Para estos alumnitos, que no por pequeños son menos peligrosos, la hazaña de Guatemala también es admirable. Ellos toman nota, aspiran un día a lograrlo también y ganarse el aplauso de los más horrendos líderes mundiales.
El Salvador es uno de ellos. Desde su pequeño escritorio –talla niño barbudito–, mira con fascinación la estrellita en la frente de Guatemala y sueña un día, al menos un día, sentarse en la mesa de los autoritarismos más brutales y contarles a sus compañeritos mayores, entre risas y con orgullo, que en su país sólo tienen derechos humanos quienes aplauden, obedecen y babean por el líder.
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