Ciudad: casa de nadie

Si comprendemos al Área Metropolitana de San Salvador (AMSS) como un organismo vivo, podríamos decir que tiene ya unas cuantas décadas de estar enferma, deshidratada y hambrienta. A pesar de eso, continua en crecimiento desmedido.


Uno de los ejes que ha marcado la agenda internacional durante los últimos treinta años es el desarrollo sostenible, que implica que los cambios socioeconómicos vayan de la mano de la sostenibilidad, permitiendo que el medio ambiente continúe sus funciones cíclicas naturales sin interrupciones ni sobrecargas. Para cumplir esta agenda fue necesario un giro: entender el entorno urbano en términos ecológicos, concebir a las ciudades como organismos vivos que requieren alimentos, agua, aire y energía, y que disipan desechos (aguas residuales, desechos sólidos y CO2). Esto implica concebir a las ciudades como organismos que tienen un ciclo de vida: nacen, crecen y pueden morir.

Es a través de esta metáfora de la ciudad como un ser vivo que cobra importancia el metabolismo urbano. Todo lo que las ciudades requieren para funcionar y sobrevivir –flujos de recursos y energía, bienes materiales y servicios, deposición de desechos– las hace estar en constante relación e intercambio con el entorno natural. Si estos flujos fueran armoniosos, circulares y sostenibles, las ciudades estarían en equilibrio con su entorno, sin sobrecargar ni alterar los procesos naturales de los cuales depende su misma sobrevivencia.

Sin embargo la tendencia de las ciudades contemporáneas ha sido extender cada vez más las distancias hacia las fuentes de sus recursos y volver el flujo cada vez más lineal (extracción, procesamiento y deposición). Esta tendencia afecta desigualmente a los territorios de donde los recursos son extraídos –pues son explotados sin haber un retorno– y a los territorios hacia donde los desechos son desplazados y acumulados, que son casi siempre zonas habitadas por grupos sociales desfavorecidos. Este desequilibrio es el origen de numerosos problemas e injusticias ambientales, y es debido a esto que algunas ciudades han empezado a buscar aprovechar mejor sus recursos, optimizar sus procesos y reducir en mayor medida sus desechos.

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Lamentablemente este no ha sido el caso del Área Metropolitana de San Salvador (AMSS). Si pensamos en el AMSS como un organismo vivo, podríamos decir que tiene ya unas cuantas décadas de estar enferma, deshidratada y hambrienta. Tiene un abastecimiento de agua desigual, ha sobreexplotado sus fuentes subterráneas, llevándolas al borde del estrés hídrico. Ha contaminado sus fuentes de aguas superficiales con sus mismos desechos, por lo que se irriga constantemente de aguas contaminadas, afectando su calidad de vida. Es un organismo hambriento ante la falta de una soberanía alimentaria, víctima del acaparamiento y la escasez; no logra alimentarse equitativamente; no produce sus propios alimentos y depende cada vez más de agentes exteriores.

A pesar de esta situación crítica para la vida, el AMSS es un organismo en crecimiento. Su tejido urbano crece de forma acelerada y autónoma, invadiendo, destruyendo y reemplazando el tejido natural. Este crecimiento desmedido tiene como prioridad nutrir a las nuevas zonas urbanas de recursos, incrementando la carga de los territorios de extracción, reduciendo los espacios de producción agrícola y afectando las áreas de deposición de desechos. La continua expansión del AMSS hacia sus periferias ha perturbado los sistemas hidrológicos; ha modificado los flujos de energía y materiales; y ha violado las fronteras naturales, alterando así la dinámica de todos los ecosistemas a su alrededor. 

Ya desde 1995, Mario Lungo y Sonia Baires reconocían en su artículo «San Salvador: crecimiento urbano, riesgos ambientales y desastres» la situación crítica del AMSS:

“…los procesos de ocupación territorial y de producción urbana, los patrones de uso de suelo, la falta de regulaciones para la construcción y los severos déficits y obsolescencia de la infraestructura y los servicios básicos, combinados con el crecimiento poblacional y de la pobreza urbana, aumentan la presión sobre los recursos ambientales” 

Si el AMSS lleva ya casi tres décadas siendo un organismo enfermo, deshidratado y hambriento, ¿por qué sigue creciendo? ¿Cuál debería ser el rol de la planificación urbana y de los planes reguladores frente a este crecimiento desmedido? 

Según numerosos autores, para detener y revertir el impacto de los procesos de urbanización en el entorno natural es necesario minimizar la extensión espacial de las ciudades mediante la promoción de formas urbanas más compactas. Según el geógrafo y teórico David Harvey, el Estado impone estructuras administrativas y legislativas, sin embargo su aplicación nunca es fácil, y se ve fácilmente sobornada y corrompida por intereses monetarios. San Salvador no es la excepción. A pesar de que el Esquema Director del AMSS –vigente desde 2017– promueve un modelo de ciudad compacta e integrada, reducir el consumo del suelo, densificar y revertir el uso de la periferia, el proyecto Ciudad Valle El Ángel en Nejapa recibió el permiso ambiental en 2020, afectando una zona importante de recarga acuífera del río Tomayate, como una prueba de que los intereses del capital se siguen imponiendo frente a los instrumentos de planificación.

Para el caso de Nuevo Cuscatlán, al no pertenecer (por el momento) al AMSS, no se rige bajo los principios del Esquema Director. Ha sido la ordenanza municipal para la regulación de usos de suelo la que ha sido gradualmente modificada en beneficio de las urbanizadoras. A pesar del incremento en las zonas urbanizables de 2014, existen ciertas zonas de máxima protección que no pueden ser intervenidas. Recientemente, una investigación de Revista Gato Encerrado reveló que en marzo de 2023 el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) otorgó el permiso a la urbanizadora Algasa S.A. de C.V. construir una nueva etapa del proyecto residencial La Florida en un área de máxima protección. Actualmente, las y los miembros del Movimiento Vecinal La Florida son quienes están poniendo resistencia y denunciando este hecho frente al Juzgado Ambiental de San Salvador.

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Este ejercicio de comprender al AMSS como un organismo vivo nos ayuda a dimensionar la situación crítica en la que se encuentra, y nos hace, sobre todo, tomar consciencia de la codependencia entre el entorno urbano y natural y las redes que tejen cada uno de los procesos dentro de la ciudad. Nos recuerda también que la vida necesita ser cuidada, principalmente porque la salud de la ciudad se refleja directamente en la calidad de vida de sus habitantes. Probablemente, algunas zonas del AMSS puedan verse más o menos limpias, pueden contar con agua las 24 horas del día, o tener mayores áreas verdes y naturales a disposición de sus habitantes, pero como organismo somos un solo sistema. Lo que ahora afecta a algunas zonas, nos afecta a todas y todos, aunque no de forma equitativa. 

Las zonas de menos ingresos económicos son las más deshidratadas, las que reciben menos recursos y mantenimiento de menor calidad. Es ahí donde históricamente se han depositado los desechos (Soyapango, Ayutuxtepeque y ahora Nejapa), cuyos habitantes deben trasladarse largas distancias para realizar sus tareas de supervivencia. Dentro de esta dinámica, son las mujeres las que terminan sobrecargadas al hacerse responsable del trabajo doméstico y de las tareas de cuidados, extendiendo sus jornadas para sobrellevar la falta de agua, el encarecimiento de la vida; y asumiendo largos y múltiples traslados.

Mientras no se restrinja la urbanización de zonas naturales protegidas y aledañas al AMSS; mientras no se promueva la densificación y el modelo de ciudad compacta; mientras el mercado de vivienda siga expulsando a las clases medias y bajas a la periferia por la especulación y el incremento del costo de la vivienda en zonas centrales; mientras se sigan centralizando los servicios, las fuentes de empleo y los grandes equipamientos en el municipio de San Salvador, el AMSS seguirá creciendo, como un tejido canceroso, erosionando las zonas naturales que le rodean, impermeabilizando el suelo, incrementando la vulnerabilidad ante inundaciones y derrumbes, evitando la recarga de acuíferos, e incrementando el estrés hídrico en el que ya se encuentra. Hasta que no quede nada que habitar.

“(…) si las ciudades son seres vivos, debemos esperar que mueran en algún momento”
— (K’Akumu, 2007)


  • Sofía Rivera es una arquitecta salvadoreña y doctoranda en Desarrollo Urbano y Regional en el Politécnico de Torino (Italia). Profesora asociada de Arquitectura en la UCA (El Salvador). Es arquitecta por la UCA y Magíster en Arquitectura por la Universidad de Chile. Anteriormente ha trabajado en temas como el cooperativismo de vivienda, el apego al lugar y el papel de la mujer en la historia de la arquitectura, colaborando como escritora en el proyecto Un día | Una arquitecta (Argentina). Actualmente investiga sobre violencia urbana, afectos, cuerpos, emociones y prácticas socio-espaciales de cuidado y sanación en el contexto del Centro Histórico de San Salvador.

  • Referencias: Barles, S. (2010). Society, energy and materials: the contribution of urban metabolism studies to sustainable urban development issues. Journal of Environmental Planning and Management, 53(4), 439-455.

    Cuéllar, N. (2017). Tendencias de abastecimiento de agua en el AMSS y desafíos de restauración ambiental en El Salvador. PRISMA.
     

    Ferrufino, C. (2013). La provisión privada de suelo y vivienda accesible en El Salvador. Documento de Trabajo del Lincoln Institute of Land Policy. 

    Ferrufino, C. (2015). Capacidades de planificación territorial en el área metropolitana de San Salvador (AMSS) y la región Los Nonualcos, 2000-2012. ECA: Estudios centroamericanos, (743), 505-509. 

    Harvey, D. (2014). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Quito: IAEN. 

    Huang, S. L., Yeh, C. T., & Chang, L. F. (2010). The transition to an urbanizing world and the demand for natural resources. Current Opinion in Environmental Sustainability, 2(3), 136-143. 

    K’Akumu, O. A. (2007). Sustain no city: An ecological conceptualization of urban development. City, 11(2), 221-228. 

    Lungo, M., & Baires, S. (1995). San Salvador: crecimiento urbano, riesgos ambientales y desastres. Alternativas para el Desarrollo, (29), 4-12. 

    Swyngedouw, E. (2006). Metabolic urbanization: the making of cyborg cities. In In the nature of cities (pp. 36-55). Routledge.

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