El olor del libro nuevo

De las cosas bonitas que nos pasan en la vida, estas dos están entre las mejores: conocer nuevas personas y conocer nuevos libros. Nos suele ocurrir que partimos de prejuicios, con la gente y con los libros. Dicen que no hay que juzgar un libro por su portada y cómo se repite esto con las personas.

Los libros han sido mi compañía y mi refugio por lo menos en la mitad de mi vida. Lo que más he regalado a otras personas en sus cumpleaños, navidades, graduaciones, después de sus rupturas amorosas o sin mayor excusa son, precisamente, libros. Con la convicción de que una buena lectura no nos deja igual que antes.

Como con las personas, uno llega a ciertos libros de la manera más insospechada. Y, como con las personas, hay libros que nos cambian la vida. Me pasó muy temprano con la novela “Un día en la vida”, de Manlio Argueta. Un libro que me alborotó las ideas y, al mismo tiempo, me introdujo en la lectura como ese espacio muy mío que puedo crear, ordenar y desordenar como quiera. Fue una de esas lecturas obligadas de los años de escuela, a las que hay que agregar comentarios y hacerles un resumen. Pienso que eso de obligar a los niños a leer es lo peor que podemos hacer.

Parafraseando a Mark Twain, diríamos que basta con que a una persona se le obligue a hacer algo para que no quiera hacerlo o que ese algo se le presente como un juego para que lo haga con buen gusto. Algo parecido ocurre con la lectura. Montaigne veía en la lectura una forma de felicidad y Borges, siguiendo esa idea, dice que si leemos algo con dificultad el autor ha fracasado.

Uno de los hallazgos más afortunados es el que me ocurrió con “El infinito en un junto” (Editorial Siruela), un ensayo sobre la invención de los libros en la antigüedad, de la española Irene Vallejo. Este libro llegó por sugerencia del buen Isaac, que atiende la librería de la UCA. Desde el primer contacto con la portada del libro uno se quiere quedar con él y, una vez iniciada su lectura, uno se queda gustosamente atrapado en ella.

Vallejo dice que este trabajo es su homenaje a los libros, a los que Borges denominó como el mejor instrumento creado por la humanidad, cuando decía que “el microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. Vallejo delicadamente desliza por nuestra cabeza hechos históricos potentes, nos cuenta historias y nos hacer alimentar la lista de libros pendientes. Vallejo hace que uno se enamore de los libros ya estando enamorado.   

Los libros nos ayudan a encontrarnos. Son pausa entre el mundo que corre agitado. Son puertas hacia el infinito: representan la posibilidad de ubicarnos en cualquier momento de la historia humana y la posibilidad de dibujar mundos posibles. “En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo”, dice Vallejo. Tristemente, los libros en nuestro país son caros; para la mayoría de las personas casi inaccesibles cuando son nuevos. La promoción de la lectura debería ser una política pública, la adquisición de libros debería estar subsidiada por el Estado y sentir el olor de un libro nuevo debería ser un derecho humano.

Un libro usado también representa un ritual: mirarlo y pensar en qué manos estuvo, imaginar qué provocó en las otras personas, de dónde viene, cómo llegó hasta aquí y qué pasará con él. Quién sabe en qué manos estarán los libros que ahora coloco y descoloco en mi librera. Uno puede poseer muchas cosas, pero a los libros no, a los libros se les cuida para los que vienen después de nosotros. Somos sus custodios.

Eso es lo que quería decirles hoy.


*Mauricio Maravilla  es abogado de la República. Cuenta con experiencia en diferentes medios de comunicación como moderador de entrevistas en radio y televisión. Actualmente es conductor del programa Monseñor Romero: la Iglesia y el país, en YSUCA

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