Paula Heredia: “Que un pueblo exporte cultura me parece una idea subversiva… Y me encanta”

¿Cómo reconocer a una persona apasionada por contar historias? Esa persona no se deja entrevistar antes de comprarte un café y preguntar por la tuya. Curioso, porque de la vida de Paula Heredia podría hablarse por horas y salir siempre con algo diferente. Editora  y cineasta salvadoreña de vasta experiencia, Heredia está dentro del grupo de doce salvadoreños que han ganado un premio Emmy: en su caso, por la edición del documental “In Memoriam: New  York 9/11/1″, que retrata el drama de los atentados en esa ciudad en 2001. 

Fotos FACTUM/Gerson Nájera


Sus créditos y reconocimientos giran alrededor de temas sociales sin fronteras, pero su trabajo y corazón nunca se distanciaron de El Salvador. Sobre su madre, una mujer que vivió clandestinamente en la guerrilla, trata “Alborada”, su última producción. En Suchitoto, pueblo que acogió a su madre y donde se desarrolla la película, Paula Heredia fundó Casa Clementina hace 25 años. Este es un espacio cultural colaborativo entre artistas y actores sociales. Una de sus iniciativas culturales es el Festival Internacional de Cine de Suchitoto (FICS), un esfuerzo curado por mostrar lo mejor del cine tanto a pobladores como a visitantes. La edición del presente año –quinta ya en su historia– arrancó ayer y se desarrollará hasta el próximo 18 de noviembre. 

Entre anécdotas y risas, Factum conversó con Heredia sobre la experiencia de construir cultura desde un enfoque comunitario, de los pueblos que albergan proyectos culturales como principales beneficiarios de los mismos  y de cómo la expresión puede llegar a ser una herramienta de fortalecimiento social.


Paula Heredia, cineasta salvadoreña. Foto FACTUM/Gerson Nájera.

Esta es ya la quinta edición del Festival Internacional de Cine. ¿Cómo se ha enriquecido esta experiencia con el tiempo?

El festival ha ido surgiendo de una forma bastante orgánica. Cuando empezamos, queríamos saber si se podía trabajar con los diferentes actores que se necesitarían para poder montar algo profesional, sin dejar a un lado a la población. Trabajamos con la empresa privada local, con el gobierno local, con el gobierno nacional, con organizaciones y organismos internacionales, con empresas de producción y distribución internacionales. Toda esa gente tiene que conjugarse para poder hacer un proyecto de este tipo. El primer año fueron cuatro películas donde los directores y productores pudieran estar presentes; una película por semana, un jueves, en una locación aquí en Suchitoto. Y fue muy lindo. No solo porque cada semana se iba pasando la voz de lo que había y la gente iba disfrutando cada película, pero también nos dimos cuenta de que se construía comunidad. Esto sucedía gracias al tipo de lugar donde estábamos, porque viene gente. No podíamos haber hecho esto en San Salvador. 

¿Por qué?

Es más difícil construir comunidad ahí, porque primero tenés que meterte a un carro para llegar al mismo lugar. No podés caminar de un lugar a otro. Y la idea de que podés caminar y reencontrarte con la persona con la que viste la película; y poder conversar sobre cine, de poder simplemente comentar qué es lo que estás viviendo, es un tipo de convivencia que enriquece no solo al que llega, sino también a la gente local. Todo mundo está involucrado en esto.

Además, el hecho de dar acceso. ¿Cómo construís una audiencia para cine o para un festival en particular cuando no hay cultura de hacer eso? Cuando hablo de cultura no hablo de que conozcas de cine, sino que de familiaridad con la dinámica. No es simplemente tener la oportunidad. Y no lo hacés porque no tenés la dinámica de eso. Nosotros siempre construimos de donde estamos para afuera. Tenemos mucha capacidad afuera, pero ese no es el punto. El punto es cómo caminás con todo el mundo. En el festival todo es gratis. Ahora tenemos diez locaciones. Cualquier persona del pueblo, de cualquier nivel de acceso económico, siente que el festival es de ellos porque pueden entrar.

Ya no son un accesorio o un atractivo.

Ni siquiera eso. Son “ellos” y “nosotros”. Porque “a ese lugar nunca he entrado”. Nos pasó en algún momento, al principio, que trajimos una exhibición de fotografía de alguien que es mentor dentro de los programas, en una de las galerías. Retrató mucha gente del pueblo y la gente pasaba diciendo: «Ahí estoy yo». Le decías: «¡Sí! ¡Pase adelante!». Y decían: «No, no». Porque ellos no sentían que eran parte de eso. No tenían la costumbre. Eso se ha roto muchísimo. Hay lugares que todavía les cuesta. Nosotros no hacemos nada en el teatro de Alejandro Cotto, por ejemplo, porque todavía les cuesta entrar ahí. Pero en muchos lugares ya entran y salen. Estamos creciendo, no simplemente por crecer o porque ya tenemos más películas y más locaciones, sino porque ya tenemos audiencias para crecer.

Paula Heredia habla acerca del crecimiento de la audiencia que el Festival Internacional de Cine de Suchitoto (FICS) ha tenido en su historia. Foto FACTUM/Gerson Nájera.

¿Entonces la mayoría de la audiencia es local?

No, pero toda la gente del lugar aparece. Fijate que movilizamos mucha gente internacional que vive en el país, gente que viene de otros países para el festival. Yo invierto mucho en ellos porque me he dado cuenta de que la experiencia de un extranjero a través del festival en Suchitoto transforma la imagen nacional afuera. Si decís: «vamos para El Salvador», no tenés que decir nada. Te miran con cara de “¡Huy!”. Distinto es decir: «Yo vivo en Suchitoto y hacemos un festival». Pueden caminar, conocer, bailar con la gente del pueblo, conocer a la crema y nata de la cultura. 

Suchitoto se echa al hombro la tarea de representar a todo un país…

El hecho de que un pueblo exporte cultura, tanto a San Salvador como a Costa Rica o Washington; el concepto de que no es la ciudad la que siempre nos manda las cosas, me parece subversivo… ¡Y me encanta! Todos estos chicos y señoras sintiéndose totalmente invertidos en un proyecto que les trae beneficio económico directo, de acceso, de empoderamiento… Porque ellos son el festival, incluso durante todo el año. Trae una autoestima muy palpable en un lugar que vive del turismo cultural. De lo contrario, se vuelve en los que vienen de afuera a hacer un negocio para aprovecharse y van desplazando a los locales. En el momento que perdés a la gente, perdés el atractivo cultural del lugar.

¿Qué impacto busca Casa Clementina en la población joven de Suchitoto con iniciativas como el FICS u otros talleres?

Nosotros, como Casa Clementina, no estamos para entrenar o producir directores, editores o cinematógrafos. A mí no me interesa eso. Me interesa el cine como una herramienta y cómo transmitirla por cualquier medio. En este caso uso audiovisuales, porque es lo que conozco mejor. Lo que enseñamos es algo que la gente puede usar, aunque vaya a ser carpintero o administrador de empresas. Claro, usamos lo que aprenden en el año en la producción del festival, pero no es que haya un taller para eso. No existe. Es mucho más complejo, pero es estructurado. Todos los que se involucran en el festival están ligados de manera directa o indirecta con los programas de la fundación.

Por ejemplo, en “Alborada”, nuestra primera filmación, había gente joven voluntaria. Cuando les preguntaba qué querían hacer en la película, todo mundo decía: «¡Pues lo que sea!». Iba a contratar a un amigo de San Salvador –muy profesional para manejar el equipo de sonido–, pero me avisó que no podía llegar, porque le salió otro trabajo que sí pagaba. Y uno de estos voluntarios me dice que quiere hacer sonido. Era quien arreglaba todos los micrófonos de la iglesia y además tocaba las campanas. Le dije que había llegado al lugar perfecto, con las cualidades que andaba buscando, incluso más que las que yo tenía. Esa semana lo entrenamos con el equipo. Y, como dos días antes, mi amigo llama y pregunta si puede mandar a un chico recién llegado de Barcelona, graduado en [edición de] sonido y toda la cosa. 

Entonces, llegaba este chavo con recursos económicos  y conocimiento académico del tema [a juntarse] con un chico local que conocía el equipo, que había estado entrenándose. Los dos terminaron trabajando ocho años juntos. Se compensaban muy bien. Cada uno traía algo muy diferente. Resolvían según su método y cada quien aprendía del otro. 

¿Han logrado integrarse de manera natural en la vida comunitaria del lugar?

Totalmente. Cuando vivís en Suchitoto, no podés hacerlo de ninguna otra  forma. Cuando llegamos, que teníamos más programas de adultos y estábamos más conectados con San Salvador que Suchitoto, la casa  tenía luz afuera. Esa fue la primera atracción. Los chicos llegaban porque era un lugar cómodo, los padres los podían ver y, además, teníamos el WiFi abierto. ¡Entonces llegaban a robarse el WiFi! 

No era que anduviéramos buscando atraer a nadie, pero los chicos llegaban y se sentaban en las maceteras. A Larry Gavin, que es el director ejecutivo, y a mi esposo, les decía que esto no estaba funcionando, que estaban arruinando las plantas y qué se yo. Me dijo que sí, que no estaba funcionando. Salgo de viaje y cuando regreso todas las maceteras están cementadas. Entonces me dijo: «Ahora está funcionando. ¡Se sienten súper cómodos!». Si ya estaban ahí, teníamos que trabajar con ellos. 

¿Ellos se integraron también a ustedes?

Hemos entrado a un proceso donde cada cosa que hacemos ahora es un pretexto para ejercitar ciertas cuestiones básicas. ¿Cómo trabajás en equipo? ¿Cómo negociás conflictos? ¿Cómo te expresás? ¿Cómo escuchás? ¿Cómo no te enojás? Cosas que se aprenden de la familia, de los padres, de la escuela. Pero estás lidiando con una sociedad que ha padecido de no tener eso, con familias divididas, separadas, pobreza; necesidades que no permiten desarrollar esas cosas. 

Con otras actividades, como la alfombra de aserrín en el festival, los chicos deciden cosas como el color, el diseño. Se ponen de acuerdo. El reto no es nada fácil y ahora se sienten súper orgullosos. Te cuentan las historias del primer año, como cuando cayó el aguacero y salvaron la alfombra. Cada uno cuenta su propia historia. Esos chicos no son directores de cine. Pero ahí van.

Paula Heredia, cineasta salvadoreña. Foto FACTUM/Gerson Nájera.

Así como estas herramientas interpersonales, ¿de qué manera aplican las herramientas más técnicas a la vida diaria?

Tenemos todo este rollo de los nano documentales telefónicos, que tienen un componente muy técnico. Aprenden no sólo cómo filmar, el entendimiento de uso de aplicaciones a niveles más técnicos, cómo se planea una filmación, quién va a estar dónde… Todo eso es parte del entrenamiento. Luego, ¿cómo usás los recursos que vas a tener? Hay un workflow, una sistematización del proceso: yo filmo, yo lo mando aquí; yo estoy encargada de fotos, de video. 

Hay todo un desarrollo que sí nos sirve a nosotros en el festival, pero ese entendimiento de sistema y metodología es algo que ellos lo van a usar en su propia vida. Tenés gente muy periodística; tenés gente muy abstracta; otros son muy del momento. Todos son pretextos para practicar las formas de expresión, ya sea verbal, audiovisual o como necesiten hacerlo.

¿Cómo cambia la vida de un joven expuesto a esta dinámica de expresión?

No tengo la menor idea. Hago un esfuerzo muy grande, porque es un poco ir en contra. A nivel humano, siempre queremos… que es la retribución instantánea. Te puedo dar ejemplos de cosas que observo, pero podés hacer el trabajo pensando que vas a ver el impacto que tiene en la gente. Nosotros tenemos tres generaciones en Suchitoto. Han crecido desde programas para terminar el bachillerato y entrar a la universidad, programas para mantener el seguimiento desde la Fundación, hasta los programas de refuerzo que tenemos ahora con los más pequeños.  

Por ejemplo, te das cuenta de que fulanito es muy agresivo. Te das cuenta de que es así porque aunque está en el mismo grado que los demás y no sabe leer. Cuando le pedís [algo] o surgen ciertas cosas, se pone en una agresión total. Lo agarrás por un lado y trabajás con él. Los programas existen porque existen los niños. Nosotros creemos en el uno a uno. No tenemos que responder a becas o a números. 

El concepto de cultura que tienen ustedes –entendida como al servicio de la comunidad– es bien distinto al de la ciudad. Eso es interesante en un país donde la violencia y otros motivos han roto el tejido social.

La cultura es la vida diaria. Tenemos el concepto de casa abierta. La casa siempre está abierta. Es la forma más segura de vivir. Nunca, en quince años, jamás ha pasado nada. Nunca nada se ha perdido. La ventaja de un lugar como Suchitoto es que es todavía sano. Yo entro a una comunidad que está bajo mucho peligro, pero que es todavía sana. El tipo de retos es diferente al de otras comunidades. El tamaño de la población –que no es muy grande ni muy pequeña– lo vuelve un laboratorio.

Hay una cantidad de organizaciones sociales, de mujeres, culturales, que se convierten en trabajo preventivo sin serlo literalmente. Estás ofreciendo oportunidades, educación, atención, que es lo que cuesta desarrollar en otros lugares. Pero sí es un modelo replicable, porque al final del día lo que conseguís es comunidad. Cuando vivís en comunidad, la comunidad  te cuida. Eso es lo que necesitamos. 

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