El daño está hecho

Siempre hay complicaciones a la hora de hablar del sector cultura. El primer obstáculo es definir el gremio. No hay una respuesta exacta. No hay números fríos de cuánta gente pertenece a este sector. Solo especulaciones. Por lo tanto, hay muchos que quedan del lado “informal”. Esto tiene muchísimas complicaciones a la hora de definir presupuestos asignados a cultura o de saber el impacto real que tienen las artes en el país.

Quizás lo más importante sea reconocer toda la cadena productiva que gira alrededor de estas. Por poner un ejemplo, en la cadena de la música, tenemos intérpretes, ejecutantes, compositores, productores, gestores culturales, managers, community managers, trabajadores y técnicos del audiovisual, televisión, radio, bares, restaurantes, staff de los bares y restaurantes (meseros, bartenders, chefs), hoteles, hostales, vigilantes, técnicos de sonido, eventuales, activaciones de marca, transporte, distribuidores, gasolineras, catering, y así nos vamos hasta la persona que pone su venta alrededor de estos eventos. No es poca cosa. Para fines argumentativos, le llamaré a esta cadena productiva: cultura y entretenimiento.

Por un lado, actividades de valor cultural para el país, como conciertos, exposiciones, presentaciones al aire libre, casas culturales, bares y locales con propuesta cultural, etcétera. Por el otro, activaciones de marca, hoteles, hostales, bares y restaurantes que, con alguna propuesta artística, apuntan a deleitar a sus comensales. Grosso modo, los músicos orbitamos alrededor de esos dos polos.

El pasado martes 13 de julio, día que las culturas latinas consideran de mala suerte, el ministro de Salud, Francisco Alabí, presentó una pieza de correspondencia que, en coordinación con el presidente Nayib Bukele, supuestamente apunta a regular las concentraciones y aglomeraciones de personas. La servil Asamblea Legislativa aprobó y tramitó inmediatamente. La nombraron “Disposiciones especiales y transitorias de suspensión de concentraciones y eventos públicos o privados”. Más ambiguo, imposible. En estas disposiciones se lee lo siguiente: “Suspéndase por el término de 90 días (…) toda concentración de personas en actos de carácter público o privado referido a conciertos, mítines, eventos deportivos abiertos al público o festejos de fiestas patronales”.

De entrada, cuando leímos esto, las colegas y los colegas del sector tragamos grueso: el mal recuerdo de ese 2020 en el que solo veíamos pasar los días sin saber cuándo podríamos volver a trabajar y en el que los negocios que sobrevivieron tuvieron que dejar ir gente de sus planillas. Con esto no quiero decir que otros sectores de la sociedad no se vieron afectados, claro que sí, y mucho, pero las personas de la cadena productiva de cultura y entretenimiento fuimos y somos uno de los rubros más afectados, a escala global, por la pandemia. En este sentido, el “atarrayazo” que tiró la Asamblea con este decreto, sin ser específicos, nos golpea porque volvemos a quedar meses a la deriva. De nosotros también dependen familias, y lo más frustrante es que, al parecer, a estos señores del gobierno, que viven muy a sus anchas, eso no parece importarles a la hora de redactar un decreto.

El texto continúa: “En las demás concentraciones de personas no prohibidas por el presente decreto, será obligatorio el uso de mascarilla”. Todos nos preguntamos, ¿cuáles son estas concentraciones de personas no prohibidas? ¿Bodas, bautizos, cumpleaños, conciertos privados…? Ok, prohibidos los conciertos; pero, ¿desde qué cantidad de personas se considera un concierto? Bajo esa lógica, podría argumentarles a las autoridades que todos mis eventos son bautizos y asunto arreglado. Según el principio fundamental de legalidad, todo ejercicio de un poder público tiene que funcionar dentro de las leyes vigentes y para los individuos funciona al revés: podemos accionar de cualquier manera que no esté explícitamente prohibida en una ley vigente. En la falta de especificidad es donde entra la interpretación de la ley y, con ella, los problemas.

Por esto es importante determinar el qué, el cuánto y el cómo de estas “concentraciones de personas no prohibidas”. Días después, vino una autocorrección desde el mismo gobierno. Ignoraron el decreto aprobado de sus propios diputados y ahora pusieron una nueva regla: mostrar la cartilla de vacunación con las dos dosis de la vacuna contra la Covid-19 permitirá el acceso a estadios para ver eventos deportivos, a teatros, a museos y a casas de la cultura. En ninguna parte mencionaron los conciertos que podemos hacer en restaurantes u otros locales privados. Seguimos, legalmente, en el limbo.

Para todos los que somos de este rubro ha sido una hazaña recuperarnos. Apenas a comienzos de 2021 empezamos a funcionar y logramos alcanzar cierta estabilidad dentro de la famosa “nueva normalidad”. La semana de fiestas patronales prometía pegarnos un levantón, pero con estas medidas tan improvisadas y ambiguas lo que habíamos logrado construir comienza a desmoronarse de nuevo. El mismo día del anuncio de las nuevas medidas, personalmente, me cancelaron cinco de los diez eventos que tenía por delante y los otros cinco pasaron a “pendientes de confirmación”. La misma historia para muchos colegas. Hace más de una semana que no sabemos si continuar o no, si cancelar eventos, posponer shows, cerrar locales o seguir funcionando. Al pasar un par de días, cada quien, con la información que pudo obtener (y un poco a tientas), decidió comunicar las medidas que tomarían para seguir funcionando, pero ya el daño está hecho.

Por supuesto que somos conscientes de la situación que padecemos. La pandemia no se ha ido. Hasta parece que vino para quedarse. Por eso mismo debemos aprender a funcionar de una nueva manera. La responsabilidad primera la tenemos nosotros los artistas: debemos reinventarnos para funcionar dentro de estos nuevos esquemas, no ser irresponsables en nuestro discurso y tomar todas las medidas de seguridad que estén en nuestro alcance para los eventos con público. También debemos aprovechar las oportunidades creativas que se abren partir del “nuevo normal”, como lo son, por decir un ejemplo, los conciertos en línea, y con ello la posibilidad de aparecer en vitrinas a escala mundial.

Eso sí, lo que no nos vamos a tragar es que nos dejen sin trabajar tres meses completos solo porque al gobierno no se le ocurra una mejor idea que tirar un “atarrayazo” en forma de decreto. Con esto quiero decir que las medidas pretenden lanzar un barrido generalizado sin basarse en las cifras que tenemos sobre el virus en El Salvador. Supongamos que las cifras del gobierno sean reales. No es lo mismo el número de contagios, muertes y personas vacunadas en la capital que en otros departamentos. Incluso podríamos argumentar que la concentración del virus varía según el lugar en el que uno esté. Para empezar, ni siquiera tenemos ese nivel de precisión con los números del gobierno, y, para terminar, no es justo que un pueblo con densidad poblacional mucho menor a la de San Salvador no pueda celebrar sus fiestas (y por ende darnos trabajo a nosotros) con sus respectivas medidas de seguridad.

También es necesario que sean mucho más específicos con el tipo de eventos que sí se pueden realizar y así se nos ofrezca una solución real para poder seguir funcionando. Es necesario que nosotros como gremio y cadena productiva tengamos representación en este tipo de decisiones. No estamos pidiendo que nos armen festivales con miles de personas aglomeradas y sin ningún tipo de restricción. Lo que deseamos son medidas basadas en datos científicos que se ajusten a la realidad del país y a su economía. Lo peor de todo es que termina pasando lo de siempre en El Salvador: nos manejamos a partir de rumores y contactos informales que se puedan tener cerca de los círculos del poder. El resultado de esto es que cada quien hace lo que mejor le acomoda con la poca información que tiene y, en muchas ocasiones, esto termina siendo perjudicial para el combate a la pandemia.

Si hay algo en común que han tenido las dictaduras a lo largo de la historia es que concentran “la verdad” dentro del círculo de poder como herramienta de manipulación. Al vivir en constante incertidumbre, la población termina doblegándose a favor de un patriarca que les señala lo que es verdad y lo que es mentira (en este caso en un tuit). No es casualidad que una semana después la Asamblea Legislativa determinó que el que va a decidir el qué, el cómo, el cuánto y el dónde es el Ministerio de Salud. Pretenden que funcionarios de este gobierno vayan a cada local, a cada restaurante, hotel o negocio a decirte cuáles son las reglas para que sigás funcionando. Más intimidante, imposible.

Vale la pena decir que en su “infinita misericordia” el presidente Bukele otorgó un subsidio a los artistas a través de Bandesal. Muchos colegas fueron beneficiados con montos para nada despreciables. De nuevo, los que decidían el qué, el cómo y el cuánto eran ellos. El proceso fue absolutamente arbitrario y todo quedaba a juicio de funcionarios inexpertos que poca idea tenían de cultura y, por supuesto, hubo errores de juicio. Algunas personas que merecían más el subsidio no fueron beneficiadas y otras que sin mérito ni necesidad se llevaban una buena pasta (y no estoy hablando de los macarrones de las bolsas solidarias). No se puede pretender solucionar los problemas estructurales de las industrias creativas con un subsidio, pero debo reconocer que, aunque sea, hicieron algo. Si bien es cierto fue una medida con muchos defectos, al menos varios colegas se pudieron recuperar de deudas que vienen arrastrando desde 2020. Que no se nos olvide que nos están subsidiando con nuestro propio dinero y que, a fin de cuentas, es una compensación por no haber podido trabajar el año pasado.

En el fondo, el rubro todavía necesita crecer y muchos países nos llevan años de ventaja. Lo que más queremos es un circuito en el cual podamos expresar y generar cultura. Nuestro derecho a laborar y a tener una vida digna es importante, pero también necesitamos redes y espacios donde podamos desarrollar nuestro arte, compartirlo con otros, e ir dibujando la nueva identidad de El Salvador, que va mucho más allá de las compañías de ballet.

Generar cultura no solo es beneficioso para los artistas, también ayuda al desarrollo económico de un país. Es muy fácil ver que los procesos de gentrificación siempre giran alrededor de un lugar con una propuesta interesante, con mirada fresca, con “nuevas ideas”. Al final, una nueva forma de vernos a nosotros mismos. Esto también hace que empecemos a tener relevancia internacional. Extranjeros que visitan nuestro país pueden, de esta manera, apreciar y valorar el arte que sale de nuestras manos, bocas, cabezas y cuerpos. Eso, incluso, añade un valor turístico que pudiera ir de la mano con proyectos como Surf City, pero es claro que esto no les importa. Están tan enfocados en verse bien frente al espejo que no se dan cuenta de que no traen puestos los zapatos. Lo único que parece estar en la agenda estos días es la militarización del país, seguir con su cacería de brujas y demás montajes mediáticos. Un espectáculo tras otro. Siguen ganándose el favor de la gente con medidas populistas como las bolsas solidarias y el aumento al salario mínimo. Bien lo dijeron los romanos: pan y circo.

Espero que podamos como artistas resistir estos embates y mantenernos a flote. Nuestras principales preocupaciones son la pandemia, los cambios tecnológicos y el mal gobierno. Las primeras dos no las podemos controlar, más bien tenemos que adaptarnos a ellas. La tercera, sí. Todo va apuntando a que tendremos este gobierno para rato, al menos, hasta que todos vayamos despertando del “sueño bukeliano”. Puede que como artistas tengamos diferencias ideológicas, pero en lo que sí estamos de acuerdo todos es en que la base fundamental es la libertad de expresión y solo es normal que en un gobierno antidemocrático la vayamos perdiendo poco a poco. Está bien si sos pro Bukele, pero te recuerdo que lo único peor que “los mismos de siempre” es “el mismo para siempre”.


*Atilio Montalvo es artista salvadoreño, músico integrante de Cartas a Felice.

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