El niño y el cono

El ejemplo más reciente que demuestra esta teoría trabajaba muy cerca de donde esta foto fue tomada. En la alcaldía de San Salvador, a pocas cuadras de la plaza Barrios. En 2003, el Fmln necesitaba un candidato para la alcaldía capitalina después de quedarse huérfano de opciones: Héctor Silva se había ido y la única opción fue un muchacho que nadie conocía. Poca gente recuerda su nombre -y es normal que así ocurra- porque ese muchacho ganó la alcaldía empujado por la espuma de su partido. En aquella elección, los capitalinos votaron por la bandera roja que traía como accesorio a Carlos Rivas Zamora.

Fue el primer gran cono de la política de la posguerra.

Más allá de sus virtudes, si es que existen, a cada tanto la política permite este fenómeno, ya sea por la influencia de un partido con sus borregos, el rechazo al rival o la inercia del momento: un cono gana una elección y luego, durante su periodo, hace lo que un cono está preparado para hacer. Nada.

La foto que nos ocupa ayuda a comprenderlo mejor. Es un instante, corto pero significativo. Sonriente, con mirada de pillo, un niño que acostumbraba comer manzanas acarameladas observa a un caballero de traje y corbata. El niño celebra su fiesta. Y como dueño de la pelota, da las órdenes y se permite decir cualquier sandez sin temor de ser regañado. El caballero de traje, que por suerte acaba de perder su blindaje, ha sido el responsable de gobernar El Salvador en ausencia del presidente.

El niño y el caballero de traje se miran. Son el pasado y el futuro del país. Un futuro incierto porque el niño no suelta el celular en la cena.

Al otro lado del niño hay un cono. Por cinco años ha hecho lo que los conos hacen. Nada.

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