Señor ministro, ¿dónde están sus hijos?

El protocolo de acción urgente y estrategia en El Salvador está activado. Un podio blanco con pantalla incrustada, una pantalla led gigante a un costado, un banner de gran formato como background y los estandartes institucionales están listos en el parqueo interno de la División Central de Investigaciones de la Policía Nacional Civil. Ni Nayib Bukele tuvo un pedestal tan sofisticado cuando inauguró el Hospital El Salvador, el más moderno de Latinoamérica. 

Después de casi dos meses de búsqueda, la PNC y el Ministerio de Justicia y Seguridad presentaron ante las cámaras a dos hombres que serán juzgados como responsables de la desaparición de los hermanos Guerrero. Encontraron a los agresores, y Gustavo Villatoro en sus declaraciones ante la prensa arremetió contra las víctimas y sus padres, como si justificara los hechos.  Por el respeto que merecen los hermanos Guerrero no lo citaré. 

Los medios tradicionales afines al oficialismo transmitieron sus declaraciones con la misma naturalidad con la que se transmiten noticias de fallecidos en El Salvador; pero como si eso no fuera suficiente, sus reporteros también lo hicieron frente a las cámaras, en horario prime time: una repetición mal pronunciada de las palabras de Gustavo Villatoro. 

La cantidad de desaparecidos este año sobrepasa las mil camas que ofreció Bukele en el Hospital El Salvador durante la emergencia por Covid 19. ¿Podrías imaginarte esas mil camas ocupadas? Son muchas personas, mucho espacio y en algún lugar tienen que estar. Hasta noviembre de 2021, se contabilizaron  1,192 casos de personas de las que se desconoce su paradero. Este número sobrepasa el caso de la masacre de El Mozote y sitios aledaños, la más sangrienta de toda América Latina, según el equipo forense de antropólogos argentinos. Sus madres, padres, abuelos, parejas y amigos claman a las autoridades por su búsqueda y cualquier información, y cuando tienen a los supuestos responsables frente a las cámaras las autoridades callan la información.  

En El Salvador, las familias de los desaparecidos tienen más esperanza en encontrar más respuestas en una fosa común que en las autoridades. Para la administración Bukele este fenómeno es un invento para desestabilizar la imagen del gobierno, según lo declaró el mismo Gustavo Villatoro frente a la prensa nacional, el pasado 8 de noviembre. Lo mismo hizo la administración de Mauricio Funes y la de Salvador Sánchez Cerén, los dos gobiernos del FMLN, expartido de Nayib Bukele, cuando negaron que en El Salvador había miles de familias víctimas del desplazamiento forzado por las pandillas. 

Negar información a las víctimas y a la sociedad en general es un acto de impunidad. La verdad es libre y siempre sale a la luz. En Facebook, Twitter e Instagram son publicadas en igual medida los avisos de personas desaparecidas como las esquelas por fallecidos por Covid 19. 

¿Es tan difícil tener un poco de empatía? ¿Es tan difícil guardar la compostura y reservar las opiniones personales cuando se es funcionario público? Señor ministro, así como dijo saber varias cosas de los hermanos Guerrero, por qué no le responde a esta angustiada madre dónde están sus hijos.  

Las autoridades salvadoreñas presentaron un informe que, según la triangulación de las antenas, la señal de celular y la ubicación del GPS, muestra que la última ubicación de los hermanos Guerrero fue en Nuevo Cuscatlán. 51 días antes los amigos y familiares de los hermanos se organizaron en redes sociales. Seis horas después de la desaparición, familiares de los hermanos Guerrero fueron a una  delegación de la PNC e interpusieron la denuncia. Las redes sociales son para socializar la información, señor ministro. Gracias a ellas, muchos recibieron en cadenas de whatsapp y otras aplicaciones una captura de pantalla de la última ubicación de los chicos desaparecidos. Después de casi dos meses la información policial, compartida y documentada frente a la prensa nacional, es una burla para las víctimas y para la sociedad en general.  

En El Salvador, todos y todas somos víctimas de la injusticia y la inseguridad. Nuestros padres, antes y durante la guerra civil. Nosotros, por las pandillas; nuestros hijos y sobrinos, por las desapariciones forzadas. Es imposible no sentir empatía. 

En pleno siglo XXI, los titulares en las redes sociales son una fotocopia binaria de los avisos en los periódicos de la década de 1970, previo al conflicto armado. Las consignas viajan en el tiempo, la impunidad por desaparecidos parece no tener límites y las autoridades sucumben ante el crimen organizado.  

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