House of the Dragon: Los herederos del dragón

¡Comenzó! Comenzó con el Gran Consejo de Harrenhal.

Foto Factum/Retomada de House of the Dragon

*Alerta de spoiler.


Jaehaerys I reinaba en Poniente. Tras más de cien años de gobernar los siete reinos, la casa Targaryen había crecido tanto que ya era difícil decidir quien sería el heredero del Trono de Hierro.

El rey Jaehaerys convocó a todos los señores de Poniente a un Gran Consejo en las ruinas del castillo de Harrenhal. El Gran Consejo finalmente se decantó por Viserys.

Tras esta escena, el primer episodio da un salto a unos años después. Viserys ya gobierna en Poniente. Su hija Rhaenyra es una adolescente. Todos le hacen saber su lugar en la corte. Es la hija simpática del rey que sirve como copera del consejo. Pero el Trono de Hierro no es para ella. No es para una mujer.

Por eso Viserys espera con ansias el nacimiento de su segundo hijo. Espera al varón que hasta ese momento le han negado los siete dioses que rigen el panteón de Poniente. Pero, de entre esos siete, el destino se lo marca el dios más siniestro: el Desconocido.

Sí, nació un varón. Pero la reina muere en el parto y el niño muere al día siguiente. El rey se hunde en su dolor. Pero su luto no es obstáculo para que comience el juego de tronos por definir al sucesor.

La princesa Rhaenys acarició la oportunidad de ser reina durante el Gran Consejo de Harrenhal, pero al fracasar sus aspiraciones se ganó el mote de «la reina que nunca fue». Ahora se enciende en ella la esperanza de ser la sucesora de Viserys.

Por otra parte, Otto Hightower, la mano del rey, encuentra una oportunidad en la tragedia. Envía a su hija adolescente a que se acerque a las habitaciones del monarca para hacer más placentero su luto. Entiende que en esas circunstancias servirle al rey supone ofrecerle el vientre de su propia hija como la fábrica del hijo varón que espera.

Finalmente, entre los herederos del dragón también aparece Daemon, el hermano del rey Viserys. Este da por sentado que la muerte de su sobrino le ratifica como primero en la línea sucesoria. Celebra la muerte del niño en un prostíbulo de Lecho de Pulgas y se burla de la criatura poniéndole el título de «heredero por un día».

La burla de Daemon llega a oídos de su hermano. El rey repudia a Daemon y decide nombrar como princesa de Rocadragón y heredera a su hija Rhaenyra.

El anuncio sorprende a Rhaenys, Otto y a Daemon. El camino al Trono de Hierro se les complica. Pero esperan. Y su espera apunta en el horizonte la más cruenta guerra civil que sufrirá Poniente: La Danza de los Dragones.

La sucesión del poder es el móvil clásico de insurrecciones y guerras civiles. En el siglo I  a. de C., tras el asesinato de Julio César, Octavio y Marco Antonio volvieron a Roma contra sí misma. En el siglo XV, los Lancaster y los York harían lo mismo con Inglaterra para obtener el trono de Enrique VI. Aquí, en El Salvador, la negativa de una dictadura militar a aceptar los resultados de unas elecciones que optaron por un sucesor fuera de la dinastía pecenista llevó a que ocho años después estallara la peor guerra civil que hemos vivido.

La historia nos ha enseñado (y George R.R. Martin nos lo recuerda en House of the Dragon) que la forma de suceder el poder es uno de los puntos que con más cuidado debe tratar una sociedad que pretenda vivir en paz y desarrollo. Y en este país, como dice nuestro himno, obtener la paz es nuestro eterno problema.

El Salvador ha recorrido casi dos siglos como una república independiente. Y en este camino el costo de muertos, torturados, exiliados y detenidos injustificadamente ha sido demasiado alto para que finalmente hayamos encontrado una regla fundamental que debe regir en la sucesión del poder. Las constituciones salvadoreñas de 1841, 1871, 1872, 1880, 1886, 1950, 1962 y la actual, de 1983, han sido consecuentes y categóricas en establecer que la reelección presidencial inmediata está prohibida.

En los años treinta hubo un hombre que violó esa regla. Su legado fue una cruel dictadura que dejó una herida en nuestra historia que comienza en Izalco y que continúa sangrando noventa años después. Ese hombre se pensó eterno en el poder. Apenas doce años duró su ilusión. Cuando quiso reelegirse por tercera ocasión, una insurrección no violenta le sacó del poder. Terminó en Honduras, repudiado por su pueblo y con el rostro hundido en un plato de frijoles.

En las próximas semanas pasaremos los domingos viendo ante nuestras pantallas las intrigas de los Targaryen salpicadas de sangre y sesos, entre el fuego de dragones. Disfrutémoslo. Es entretenido ver todo eso desde nuestro sofá y en un mundo tan lejano e imaginario como Poniente. Pero cuando apaguemos la televisión y nos vayamos a dormir, recordemos que el caos, barbarie y dolor sí ocurren en este mundo cuando aparecen apetitos desenfrenados por el poder.

Esa entretenida ficción literaria y televisiva se vuelve una cercana pesadilla cuando es en nuestro mundo donde aparecen pequeños hombres que, incapaces de alcanzar la gloria a través de la inteligencia y el honor, lo intentan a través de la barbarie, violando las reglas más básicas de la sucesión del poder. Un claro ejemplo de ello, Nicaragua, nos lo escupe en la cara todos los días.

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