House of the Dragon: El príncipe pícaro

Uno de los temas de este segundo episodio fue la debilidad del rey Viserys. Son dos las crisis que enfrenta en las que se dibuja su carácter.

Foto Factum/Retomada de House of the Dragon

*Alerta de spoiler.


Al sur de Poniente hay un archipiélago, Peldaños de Piedra. Esas islas son las que sirven de puente con el otro continente, Essos. Un punto estratégico en las rutas comerciales marítimas. En   nuestro mundo equivale al canal de la Mancha que une a Gran Bretaña con Europa. Resulta que tres de las Ciudades Libres de Essos hicieron una alianza e invadieron los Peldaños de Piedra.

El episodio inicia con el consejo del rey deliberando sobre qué hacer ante esa crisis. Se le propone enviar tropas para recuperarlas. El rey quiere evitar la guerra. Prefiere enviar una embajada a las Ciudades Libres.

La princesa Rhaenyra, que en el primer episodio la dejamos siendo nombrada como sucesora al trono, continúa sirviendo de simple copera del consejo. La niña escucha y se atreve a entrometerse en la conversación de los adultos… de los hombres.

Desafía a su padre proponiéndole que si evita la guerra y prefiere enviar embajadores, entonces que estos vayan con dragones. Debes demostrar fuerza, le dice. Tras el desconcierto, el rey rechaza la propuesta. Luego, la niña vuelve a su silencio y continúa guardando lealtad bajo la débil sombra de su padre.

Luego viene otra crisis que ratifica de qué madera está hecho el rey Viserys.

Daemon, el hermano del rey, inconforme con haber sido desplazado por su sobrina en la sucesión al trono de hierro, ha ocupado la isla de Rocadragón. Daemon se ha autonombrado sucesor del rey. Y a pesar de estar casado, anunció su matrimonio con una prostituta. Según la tradición Targaryen, cuando nace un miembro de esa dinastía debe ponerse un huevo de drágon en la cuna. Daemon robó uno de esos huevos y anuncia que es para el hijo que concebirá con la prostituta. Así desafía al rey Viserys diciéndole que es por su sangre donde continuará la dinastía Targaryen que gobierna Poniente.

Otro consejo se celebra ante esta crisis. Algunos miembros del consejo desesperan cuando tratan de hacerle ver a su rey el desafío golpista que supone la conducta de Daemon. El rey opta por enviar a Rocadragón a su mano (o primer ministro), Otto Hightower. Le encomienda persuadir a Daemon de que desista de su actitud. Esta vez, Rhaenyra no interrumpió el consejo. Se mantuvo en silencio.

El golpista Daemon se reune con Otto Hightower. La actitud desafiante del hermano del rey se acrecienta cuando asoma a su dragón en una montaña cercana. Es en el momento en que Daemon más se regodeaba en su arrogancia cuando aparece otro dragón. Se posa amenazante a unos metros de la conferencia y de él baja una niña. Es Rhaenyra.

No es la persuasión diplomática que el rey Viserys instruyó a Hightower la que logró una misión exitosa. La amenaza directa de Rhaenyra de volver carbón a su tío golpista y a la guardia que le flanquea es la que hace que Daemon deje la arrogancia, y humillado ante la niña, devuelve el huevo de dragón.

House of the Dragon nos muestra cómo la debilidad del rey Viserys está abonando la sedición y la destrucción de su propio reino. Y ese entretenido mundo de fantasía de George R.R. Martin refleja historias más siniestras que ocurren en nuestro mundo.

En un país no tan lejano, hace unos años apareció un gobernante que ocupó su guardia pretoriana para tomar por la fuerza el recinto del congreso. Era un abierto desafío a uno de los principios fundamentales de esa tierra: la separación de poderes.

Así como el Viserys que vimos el pasado domingo, resulta que las otras autoridades de esta tierra actuaron con la misma duda y debilidad. Jueces y un fiscal dejaron pasar esa grave afrenta. Los primeros apenas dieron simbólicas palmaditas de reprensión. El segundo prefirió mirar para otro lado.

El gobernante los midió. Sabía la gravedad de su falta y vio la falta de consecuencias. Apenas habían pasado quince meses, y cuando tuvo condiciones más favorables, no dudó en destituir a esos jueces y al fiscal en apenas unas horas. Con ello se inició un nuevo orden en ese país. Uno sin separación de poderes.

Algo parecido también ocurrió poco después en otro país de nuestro mundo. Este un poco más lejano, más grande y fuerte. En ese país también regía el mismo principio fundamental: la separación de poderes.

Un día, un gobernante de esas tierras hizo lo mismo que el del otro caso. Solo que en lugar de ocupar a su guardia pretoriana para tomar el recinto del congreso, lo hizo con una horda de sus seguidores.

Hoy, el gobernante ha dejado el poder, por lo menos provisoriamente. Ha pasado el tiempo y este también ha medido la situación, también sabe la gravedad de lo que hizo y también ha visto la falta de consecuencias. Y es que las autoridades de ese país están actuando con la misma tibieza con que actuaron las autoridades de este país. La misma tibieza que nos mostró George R.R. Martin en el rey Viserys.

Es probable que por la historia y la fuerza de ese gran país muchos de sus habitantes den por sentado que el principio fundamental de separación de poderes es una columna indestructible y eterna. Incautos.

Aquí ya vimos qué tan caro se paga la falta de enfrentamiento decisivo y oportuno ante amenazas tan graves a los cimientos de una sociedad. House of the Dragon nos lo está mostrando en la serie. Ojalá que los habitantes de ese otro gran país aprendan la lección a tiempo. Aquí y en Poniente es probable que ya sea demasiado tarde.

Y es que cuando se actúa de manera decisiva y oportuna, se puede evitar el triunfo de los tiranos. En nuestro mundo hay pueblos que aprendieron la lección, y nos iluminan con su ejemplo.

Durante todos los años treinta, Churchill advertía a su pueblo de la amenaza que representaba Hitler en Alemania. Pero Chamberlain, el primer ministro, optó por la política de apaciguamiento. Decidió dialogar con los nazis, negociar con ellos y darles cada vez más concesiones para apaciguar a la bestia.

Afortunadamente no fue demasiado tarde cuando el pueblo británico vio que esos tiempos no eran para Viserys. Pusieron en el número 10 de Downing Street a una Rhaenyra que sí hiciera volar a los dragones de la Royal Air Force sobre la amenaza fascista. Cinco años después, Churchill celebraba el triunfo de la Segunda Guerra Mundial.

Parece que la fantasía de George R.R. Martin coincide con nuestra historia para enseñarnos que hay ciertas amenazas que no deben enfrentarse con Viserys ni Chamberlains en los puestos de poder. El fascismo es una de ellas.

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