El capricho del helicóptero

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Uno mira al presidente de El Salvador presumiendo su nuevo helicóptero, uno que no necesita, y resulta inevitable preguntarse: ¿por qué, en un país tan pobre, el presidente decide gastarse en un capricho los millones que le harán falta para intentar parchear los múltiples problemas económicos y sociales? 

Lo cual lleva a otras preguntas. ¿Cómo es posible que este nuevo despilfarro no sea un escándalo nacional? Peor aún: ¿qué lleva a miles de personas a celebrar que alguien desperdicie el dinero que ni siquiera le pertenece? 

Nos roban y encima aplaudimos. 

Los seres humanos tenemos la necesidad de que nuestras creencias tengan armonía entre sí. Buscamos ser coherentes bajo nuestras propias reglas. Cuando esto no ocurre, cuando hay algo externo que pone en conflicto a nuestras creencias, como cuando un político al que le creímos nos engaña, surge un fenómeno interesante. 

Los psicólogos lo llaman disonancia cognitiva. Y esa es la razón para rechazar cualquier información, investigación o video que vaya contra nuestras creencias. Incluso si es una verdad lapidaria. Ese autoengaño es la única manera, para muchos, de encontrarle sentido al absurdo. 

En algún momento fue Tony Saca. Luego fue Funes. Y ahora es Bukele. El Salvador ha elegido durante años a supuestos redentores que luego se han aprovechado del país. Que han saqueado al país. 

La desesperanza, la frustración, la necesidad de aferrarse a algo ha hecho que muchos, pese a la evidencia de que lo mismo de siempre no respeta colores, rechacen cualquier información que altere sus creencias. 

Bukele ha sido muy hábil en transferir sus incapacidades hacia cualquier otra persona, funcionario o institución que no sea él. El ejemplo más reciente ocurrió en la Asamblea Legislativa, donde la narrativa es que los diputados se han aprovechado del dinero público para contratar a asesores inútiles. 

Como si nada de esto tuviera que ver con los deseos de Casa Presidencial, como todo lo que ocurre en un Estado controlado por una sola familia. “Pobrecito, el presidente, cómo lo han engañado”. 

Bukele ha creado un universo donde los éxitos son individuales, suyos, y los fracasos, colectivos. De todos, pero menos del presidente. Un universo aspiracional que no admite disidencias. Un universo que pone en encrucijada a los más devotos cuando se enfrentan a una realidad que trastoca lo que creían. 

Esa cuidada puesta en escena es la que permite explicar que rechacemos el autoritarismo, cuando entendemos lo que implica, cuando revisamos la historia para confirmar la devastación que produce, pero aún así decidimos apoyarlo porque el líder supremo lo demanda. 

[Un líder supremo que olvida que otros dictadores también pasaron por la misma portada. Y a ninguno le fue bien].

El autoengaño le permitirá seguir recibiendo aplausos, cosechando portadas o presumiendo lo que considera sus premios, como ese carísimo helicóptero que no había necesidad de comprar. Pero que usted le pagará. Porque, al fin y al cabo, el problema no es solo del timador; también de quien se deja engañar. 

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