El Salvador tiene un empleado que ha pasado años vendiéndose como el gran visionario financiero del siglo XXI; como el mesías del Bitcoin, esa moneda digital que el país nunca quiso ni entendió. Desafió a la economía tradicional, se burló en su momento del Fondo Monetario Internacional y prometió que El Salvador sería el primer gran experimento de una economía basada en criptomonedas. Prometió, prometió y prometió.
Pero la realidad, como siempre, termina alcanzando incluso a los embusteros más hábiles. Y eso gracias a un documento del FMI que se conoció esta semana.
La verdad es simple: el país está en crisis y Bukele necesita desesperadamente dinero. El gran malabarista, que renegaba del FMI, acaba de firmar un acuerdo con la institución que tanto despreció, comprometiéndose a no comprar más bitcoin y quitándole su estatus de moneda de curso legal.
Un giro de 180 grados que deja en evidencia que todo lo que prometió sobre la “libertad financiera” era solo otro show propagandístico.
Lo que firmó el gobierno salvadoreño no pasó desapercibido por los criptoinversores. Algunos, que incluso se jactaban de ser asesores presidenciales, dicen ahora que hubieran preferido enterarse por Bukele y no por el FMI.
Esos mismos, que recibieron ataques por señalar la contradicción del mesías, dicen ahora que los “bitcoiners que buscan respuestas no son el enemigo”. Bienvenidos al club.
El problema es que ahora tiene que equilibrar dos mundos: por un lado, convencer al FMI de que cumplirá sus condiciones para recibir los $1,400 millones de dólares; y por otro, mantener la farsa ante los bitcoiners que lo veían como su héroe libertario.
Y es ahí donde su teatro se desploma. Tras conocerse el acuerdo, Bukele corrió a Twitter para asegurarle a los criptobros que El Salvador seguiría comprando bitcoin, desafiando abiertamente lo pactado con el FMI.
Entonces, ¿cuál es la verdad? La respuesta es la de siempre: Bukele miente. Juega a dos manos para salvar su propia imagen. Eso es obvio para los mismos criptoinversores, que señalan que sola una versión puede ser cierta.
No le importa que la economía salvadoreña sufra por su experimento fallido. No le interesa transparentar cuántos millones de fondos públicos se evaporaron en sus compras especulativas de criptomonedas. Si es que estas finalmente ocurrieron.
Y mucho menos le preocupa que el FMI le haya exigido transparencia fiscal y combate a la corrupción. Porque, seamos sinceros, ¿alguien cree que este gobierno cumplirá con publicar los datos reales sobre sus finanzas? ¿O que Bukele hará pública la información de su patrimonio? ¿O se imaginan a la fiscalía detrás de los Luna, Alabí o Anliker?
Y el problema no es bitcoin. O la mera existencia de las criptomonedas; el problema es quien la promociona mezquinamente para lucrarse de ella. Mientras su país se quita el bocado de la boca.
El gran engaño de Bukele ha quedado expuesto. El Salvador no se convirtió en el Silicon Valley del bitcoin, ni sus ciudadanos en millonarios con la “libertad financiera” que prometió.
Los únicos ganadores fueron los especuladores que hoy son dueños del centro histórico o las costas. Quienes sobran, como siempre, es el pueblo salvadoreño que ahora debe pagar la factura de un delirio disfrazado de revolución.
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