Amenazas, la vieja confiable

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La crisis económica que vive El Salvador es tan notoria que obligó a salir de su escondite al presidente de facto.

Las constantes y preocupantes alzas de precios de los alimentos sacaron a Nayib Bukele al escenario que más detesta, al de la realidad que, pese a las capas de maquillaje, sigue siendo cruel con los más vulnerables del país. 

Los que ven desde lejos cómo El Salvador, con precios impagables, se transforma en un paraíso para extranjeros.

Bukele intentó dar la cara y salió a hablar de economía: la principal preocupación de más del 70% de salvadoreños y el punto más débil de su administración. 

Para sorpresa de nadie, sin embargo, el mensaje de Bukele no vino acompañado de un plan complejo, ni de un diálogo amplio con diferentes actores. Tampoco anunció una serie de políticas públicas ni hizo alusión a asesores expertos en la materia. 

Más bien eligió el camino de siempre, el que ha probado éxitos en sus índices de popularidad aunque no garantice resultados verdaderos al mediano o largo plazo. La medicina amarga de la que habló en su discurso de toma de posesión tomó la forma de más amenazas de persecución y cárcel, el lugar común de su presidencia.

En una cadena nacional donde no exigió cuentas a su viceministro de Agricultura, el presidente de facto del país prometió lo que mejor le sale: persecución. Esta vez a productores, importadores, mayoristas y comercializadores de alimentos que, en el imaginario popular, se convertirán en el nuevo enemigo público. 

Los enemigos que un gobierno incompetente necesita para aferrarse al aplauso de una ciudadanía debilitada y vulnerable. 

Es curioso cómo, una vez terminados los enemigos políticos, ahora el enemigo sale del mismo pueblo. 

Mientras las democracias del mundo invitan a sus mejores mentes, sin importar su visión política, a unirse para hacerle frente a sus desafíos más apremiantes, en esta tiranía en ciernes todo se resuelve con policías, militares y la promesa de una celda fría al que no contribuya a la imagen de un presidente redentor.

Los militares que “nos salvaron” en las redes sociales de las algas, de las lluvias y del dengue son los que luego nos meterán presos porque la necesidad de un enemigo es una constante. Así funciona la incompetencia. 

Mientras en las democracias del mundo los presidentes salen a dar explicaciones o dar soluciones, nuestro monarca sin corona opta por recurrir a los roles que más le gustan: el de matón que tiene el miedo como el centro de su acción política. El de un charlatán que solo sabe amenazar.

El Salvador ha sido golpeado por varias crisis en las últimas semanas. Crisis que han llevado muerte, destrucción y miseria a decenas de familias. Ante estas, la respuesta ha sido la vieja confiable: llenar con propaganda los vacíos de gestión y conocimiento técnico.

Pero un día, cuando el humo pase y veamos el horrible rostro de la realidad, habremos entendido que la sociedad salvadoreña no solo es víctima de los zancudos, de las inundaciones, de las diarreas o del costo de la vida, sino también de la incompetencia y la improvisación.

Especialmente, de la incompetencia y la improvisación. Y ya sabemos quiénes son los responsables. 

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