Presidente, aprenda de mister Trump y otros

El presidente Donald Trump se ha distinguido durante su mandato por echarles la culpa a otros por sus desaciertos; ignorar los consejos de los científicos o los que más conocen de la materia, incluyendo las opiniones de su círculo más  cercano; mentir frecuentemente y utilizar mal las cifras o desinformar utilizando datos falsos para reforzar su punto de vista o lograr justificar sus acciones; sobreprometer y subentregar; considerar que todo lo que él hace es lo más grande, lo mejor, y no admitir sus errores; despreciar las leyes y otros poderes del estado, creyendo que él, por ser el presidente, puede hacer lo que se le antoje; priorizar lo que le es importante sobre lo que es importante para el pueblo; hacer lo que es bueno para su imagen y hacerlo con gran despliegue publicitario; concentrar las decisiones del poder ejecutivo en él y no permitir que otros lo contradigan. Con esa actitud a mister Trump le ha ido mal, bastante mal.

Algunos ejemplos de lo anterior. Trump, desde el principio de la pandemia, ha ignorado los consejos de los científicos e incluso de sus asesores más cercanos, a tal punto de que sigue negándose a usar mascarilla y motivó a una reapertura rápida de la economía. Los casos de contagio y muertes por coronavirus en Estados Unidos, bajo cualquier medida, son de los más altos del mundo, y ahora, después de la reapertura, vuelven a subir alarmantemente. El muro en la frontera con México y la aprobación del DACA han sido elementos fundamentales de su campaña y contribuyeron a su victoria inicial, aunque ello fue en contra de una mayoría ciudadana y de los intereses latinos y a costa de mucho sufrimiento de los migrantes. Ello lo hizo Trump alegando que los migrantes le quitaban empleo a los estadounidenses. Esas medidas costaron cientos de miles de millones de dólares, no tuvieron efecto en el desempleo, el muro no paró la migración y las mismas sí le quitaron muchos de los votos latinos. Los otros poderes del estado lo desautorizaron y restituyeron el DACA.

Trump trata de manipular al fiscal general y este no lo permite; utiliza a sus asesores más cercanos, pero algunos se le dan vuelta y denuncian públicamente sus errores y falta de liderazgo y transparencia. El poder legislativo lo impugna y juzga públicamente. Saca a los manifestantes, con un espectáculo de fuerza, de la plaza pública enfrente de la Casa Blanca para tomarse una foto. Ello abona al movimiento en su contra y ahora esa plaza es un símbolo de la resistencia a sus posturas. Confronta y desprecia a la prensa, la cual lo desenmascara cada día más.

Hay muchos otros ejemplos, todos los que contribuyen a que ahora, meses antes de las elecciones en Estados Unidos, su rival se encuentre unos 10 puntos arriba de él en las encuestas; si ello se mantiene, Trump sería el primer presidente de Estados Unidos, en décadas, en no poder reelegirse.

El presidente Bolsonaro de Brasil sigue mucho el estilo de mister Trump. Desestima las opiniones de científicos y asesores en el manejo de la pandemia y ello convierte a su país en uno de los más contaminados. Confronta a los otros poderes del estado e incluso a sus ministros, los que lo obligan a retroceder en sus posturas, en el caso de los primeros, o lo abandonan o los tiene que destituir, en el caso de los segundos. Menosprecia las necesidades de los más pobres, aunque realiza actos publicitarios por acciones supuestamente en su beneficio. Estos y muchos otros actos hacen caer la popularidad de Bolsonaro a niveles históricos y hacen que pesen sobre él amenazas de juicios.

Muchas de las actitudes de esos otros presidentes nos recuerdan las suyas, presidente Bukele. Sobrepromete mucho y entrega poco. Prometió entregar el hospital enfrente del Cifco en dos meses, el cual ―tres meses después― sigue a nivel de piso. Pretende ser más eficiente que todos los anteriores y preocuparse por el pueblo, pero fracasa en la entrega de los subsidios, mostrando ignorancia de las características de la pobreza. Dice que el pueblo tiene derecho a lo mejor, pero a ese pueblo le llega muy poco de lo mejor o de cualquier cosa. Hay diferencia, presidente, entre dar al pueblo lo mejor y dar lo mejor que sea factible para la gran mayoría.

Impuso una de las cuarentenas más estrictas de las Américas y desprecia los consejos de los expertos y de los colegios y asociaciones de profesionales, prometiendo con eso parar la contaminación por el virus. Pero los contagios y las muertes están por encima de varios países centroamericanos. Costa Rica, que aplicó medidas más racionales, tiene la mitad de contagios y una décima parte de fallecidos. La economía nacional enfrenta su mayor crisis en décadas, ni en la guerra estuvo así de deprimida. Sin embargo, en medio de esa crisis, sí hay gran publicidad para el gobierno, incluso menospreciando el dolor de los damnificados y con espectáculos de fuerza: ejército en las calles, policía y ejército allanando moradas y controlando movimientos, pretendida conferencia de prensa en medio de muertos y soterrados.

Confronta a los otros poderes del estado, bueno, no solo a ellos; usted está en confrontación con casi todos los poderes de nuestra sociedad, con los empresarios, las universidades, el cardenal, los colegios profesionales, las instituciones ―nacionales e internacionales― responsables de monitorear los derechos humanos y la transparencia, y los medios de comunicación independientes. A ellos les echa la culpa de todo, nunca usted ha reconocido error o asumido culpa.

Trata de manipular los otros poderes del estado, la Asamblea, el fiscal, la Corte Suprema de Justicia, tratando de hacerlos aparecer como los culpables de sus fracasos o de los problemas de la nación. Ello lo único que produce es que la opinión pública se le aleje cada vez más, presidente. Usted y su equipo saben eso, aunque se manipulen las encuestas.

Criticó a administraciones pasadas, y lo sigue haciendo, por corrupción y falta de transparencia. Pero cada vez son más los casos que salen a la luz pública de posibles corrupciones y nepotismo en su gobierno, y cada día salen voces pidiendo explicaciones de muchos hechos de su gobierno. Pero ellos se quedan sin explicación. Nunca, desde la guerra, hubo tan poca transparencia hacia la ciudadanía.

Se deforman y mal usan los datos y la información. Usted promete, cuenta historias, para luego ―cuando no se entrega o algo sale mal― tratar de ocultar o desviar la atención hacia otros hechos. Se da mucha información falsa, lo que lleva a pérdidas de credibilidad.

Incluso, lo que usted menciona como sus mayores logros, como la inauguración del “hospital más grande de la región”, no sabemos si es cierto. Solo conocemos lo que usted nos enseñó, pues no dejó entrar a la prensa. Muchos, incluidos profesionales de la salud, señalan que puede existir de nuevo una priorización de lo mediático y que se debe tener cuidado, pues para lograr publicidad no se deben descuidar otros centros de salud o empezar a funcionar sin todo lo necesario, especialmente para el cuidado de esos profesionales de primera línea y el de los enfermos.

Mister Trump está por concluir su período presidencial; Bolsonaro está como a la mitad, pero usted está comenzando, presidente Bukele, aprenda  de los errores de ellos. Todavía es tiempo de corregir rumbo, por el bien de su gobierno; pero, sobre todo, por el bien de El Salvador. Sobreprometer y subentregar, mentir, confrontar, ignorar la crítica, no oír a los expertos son los peores errores que se pueden cometer en política. Menospreciar la sabiduría del pueblo, creer que se le puede engañar, priorizar el interés suyo sobre el de la nación, preocuparse más por su imagen que por los problemas del pueblo es muy peligroso. Si no, mire los ejemplos de la mayoría de los presidentes que lo precedieron.

Si quiere cambiar de rumbo, debe tomar decisiones y acciones que pueden parecer difíciles, pero que son la única vía para corregir, para restablecer su credibilidad y popularidad, antes de que sea tarde. Haga transparente su gestión, averigüe las acusaciones de corrupción y nepotismo de sus funcionarios y castigue a los culpables, si los hay. Entre en diálogo con el pueblo y con la prensa. Admita errores, no trate de ocultarlos; los ciudadanos comprendemos que en la administración pública se cometen errores. No sobreprometa. Si entrega lo ya prometido, será suficiente para un buen rato. Su imagen y popularidad subirán por sus acciones, no por sus promesas. Respete la ley y la independencia de poderes. Y, por sobre todo, anteponga los intereses del pueblo, especialmente los de los más pobres, a cualquier otros.

Por último, los ciudadanos debemos preguntarnos, ante la posibilidad ―alta, desgraciadamente― de que el presidente y su equipo no cambien de rumbo, ¿qué debemos hacer? Podemos quejarnos todos los días, pero si no somos mayoría, si no logramos hacer oír nuestra voz, no lograremos nada. Por tanto, debemos lograr consensos y hacer oír con fuerza nuestras preocupaciones y malestares.


*Mauricio Silva ha trabajado por más de 40 años en administración pública. Ha sido director y gerente de varias instituciones en El Salvador y experto en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

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