“Enséñale a un loro a decir «oferta y demanda» y tendrás un economista”
—Anónimo
Cada 11 de agosto se celebra en El Salvador el Día del Economista, una fecha que nos invita a enorgullecernos de esta profesión, pero también debe llamarnos a reflexionar sobre el camino que ha tomado esta disciplina como ciencia social y sus implicaciones en el día a día de las personas.
La economía, como ciencia, converge con muchas otras disciplinas, tales como la historia, la sociología, la filosofía; incluso con la física, la matemática, la estadística, entre otras. Esta interacción la enriquece y le permite sostener una constante retroalimentación y crítica. Sin embargo, en las últimas décadas, la ciencia económica ha experimentado un creciente cuestionamiento en torno a su capacidad para explicar y ofrecer soluciones teóricas y prácticas a los problemas que aquejan a la mayoría de la población. Este desafío global no exime a la economía salvadoreña y a sus protagonistas.
Por mucho tiempo, nuestro país ha estado sumido en una trampa de bajo crecimiento, que se manifiesta en su poca capacidad para generar empleos formales de calidad; finanzas públicas endebles, que implican requerimientos continuos de endeudamiento público; una importante dependencia del sector externo, especialmente mediante el envío de remesas que sostienen macroeconómicamente la dolarización y atienden la pobreza monetaria; las dificultades para promover una transformación productiva, basada en una política económica de largo plazo; la poca capacidad para garantizar la seguridad alimentaria de sus habitantes, entre otros.
En términos sociales, las tendencias en los últimos años han mostrado un aumento en la pobreza monetaria, que coexiste con el incremento en la desigualdad en la distribución del ingreso. A esto le acompañan salarios que no responden a los niveles inflacionarios de los bienes necesarios para la vida, lo que atenta contra la seguridad económica de la mayoría de la población, en un contexto de debilitamiento del sistema de seguridad social y la ausencia de una política integral de cuidado y corresponsabilidad, que afecta principalmente a las mujeres y niñas.
Con este panorama complejo, no es extraño que hasta 3 de cada 4 personas en El Salvador opinen que la economía es el problema más grave que enfrenta el país y que una cuarta parte de la población exprese intención de emigrar, motivada principalmente por la búsqueda de empleo y oportunidades económicas.
Si bien la atención integral a estos desafíos demanda de muchas disciplinas y profesiones, las y los economistas debemos reflexionar sobre el modelo de desarrollo que se ha impulsado en nuestro país. Independientemente del rubro en el que nos desempeñemos (sector público, sector privado, academia, organizaciones de la sociedad civil, centros de pensamiento, organismos internacionales y muchos otros), existen aspectos comunes que corresponden a nuestro deber como economistas.
En primer lugar, no perdamos la capacidad de indignarnos ante la desigualdad en sus múltiples manifestaciones. Asimismo, mantengamos un juicio crítico a las injusticias sociales y políticas. Esta indignación y crítica deben articularse para promover transformaciones favorables en el entorno de las personas, no solo materiales, sino también culturales. Esto implica reaprender a entablar diálogos multidisciplinarios y salir de nuestra burbuja. No seamos economicistas.
Además, no cedamos nuestra ética profesional y honestidad académica, tampoco nuestra coherencia y argumentación técnica, pues debemos construir puentes entre la evidencia y la toma de decisiones. Ante este reto, los paradigmas económicos deben estar vigentes en nuestra reflexión y debate. Recordemos que no existen recetas generales para alcanzar el desarrollo y que muchas de las medidas que se han tomado históricamente desde la esfera pública han sido impulsadas por un paradigma económico seriamente cuestionable. El libre mercado absoluto y sin control promueve desigualdad, pero el totalitarismo y la autocracia también pueden atentar contra los derechos humanos y la calidad de vida de las personas.
Este es apenas un listado poco exhaustivo de algunas reflexiones que debemos considerar y debatir en nuestra vocación como economistas. Si no nos cuestionamos periódicamente, corremos el riesgo de caer en la irrelevancia y la incoherencia como ciencia social.
Feliz día, colegas.
*Carlos Eduardo Argueta es economista, estadístico, investigador y docente universitario. Máster en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Máster en Estadística Aplicada a la Investigación y Licenciado en Economía por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA, El Salvador). Cuenta con publicaciones académicas en temas sobre mercado de trabajo, sistemas de pensiones, análisis de opinión pública, migración, seguridad ciudadana y macroeconomía aplicada.
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