Quisicosas y reflexiones sobre la pandemia

La enfermedad Covid-19 está proyectando en la sociedad actual mundial una tensión social, política, económica, educativa y sanitaria que puede ser considerada como uno de los momentos más tristes y adversos de las últimas décadas, por todo lo que está aconteciendo. Ello es un marasmo que hace muy difícil el no estar afectado a nivel intelectual y afectivo. El ser humano recurre en esas situaciones a comparar lo que ha sabido por la historia de otros momentos similares, en que los que la humanidad fue sacudida por etapas difíciles, como las plagas bíblicas o las pestes que han azotado a la humanidad cada equis tiempo; y en esos casos, su defensa son sus emociones o analizar la historia para aguantar o superar la tensión.

Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea ha comentado que “a lo largo de la historia, las pandemias han modificado el destino de los pueblos. Nos hacen ver el mundo desde otra perspectiva y nos recuerdan el valor de muchas de las cosas más simples de la vida: desde nuestras rutinas diarias hasta la posibilidad de abrazar a nuestros seres queridos y de disfrutar de la naturaleza que nos rodea. También nos obligan a cuestionar nuestra manera de hacer las cosas y a preguntarnos si no hay mejores formas de actuar”.

Ello nos ofrece la posibilidad de remodelar nuestro futuro y nos obliga a reflexionar, a tener conciencia de que el mundo posterior a la pandemia debe ser un mundo mejor, y ahora tenemos todos los medios necesarios para conseguirlo. Comparen el grado de conocimiento científico de aquellos siglos con el actual, al margen de que uno sea creyente o no, hoy es difícil que se mantenga el criterio de que este virus es un castigo de Dios o de los dioses, molestos con el comportamiento de la humanidad. Además del cuidado sanitario derivado de la enfermedad, que requiere el concurso de la medicina, hay conciencia muy importante de que es también muy necesaria la atención afectiva, emocional, psicológica, psiquiátrica y educativa, ya que uno de los grandes desafíos de la vuelta a la realidad diaria con éxito es superar las tensiones emocionales y las huellas de toda índole que se hayan derivado por la pandemia.

En ese sentido, la educación debe jugar un papel muy importante, sobre todo en la etapa educativa, ya que de cómo se gestione esa situación las generaciones futuras tendrán elementos para poder afrontar su día a día futuro. Y no podemos olvidar que una de las funciones esenciales de la educación es la preparación, no solo intelectual, de conocimiento, sino de cómo afrontar la realidad diaria para el aprendizaje de un trabajo, una profesión y los valores emocionales, éticos, de solidaridad, de responsabilidad, de honradez y de equilibrio que debe tener la persona.

En momentos como el que estamos viviendo hay diversas tensiones que se deben afrontar, algunas son el buenismo social y el catastrofismo social, y no es fácil en la situación que se está viviendo, con millones de infectados y miles de muertos, mantenerse incólume y equilibrado. Por ello es necesario saber gestionar esas situaciones.

Lo importante es saber separar el grano de la paja, las informaciones contrastadas y equilibradas que los expertos en esas materias, científicos en sus diferentes ramas, educadores en sus diferentes niveles, deben aportan en función del conocimiento que se va adquiriendo sobre el virus e ir modulando las acciones y las reacciones.

Hay elementos que pueden distorsionar el momento de la toma de decisiones. Ni todo es perfecto y correcto, ni tampoco es una catástrofe como señalan algunos. Ni todo es un invento de obscuras fuerzas que desean dominarnos.

Si se repasa la historia de la humanidad o la historia de la evolución de la tierra, se observa que ha habido especies animales que se han extinguido en ella por diversos motivos, desde los dinosaurios a otras especies de homínidos que han estado viviendo en la tierra y luego han desparecido. Yuval Harari ha señalado que de las seis especies de homínidos que había solo hemos quedamos nosotros. Y en este momento, tal como está el estado de la pandemia, en su libro “De animales a dioses: breve historia de la humanidad” este autor señala que la última desaparición global y masiva de biodiversidad no fue la del Cretácico y los dinosaurios, sino que hoy estamos inmersa en ella. El deshielo del subsuelo de las tierras árticas es un factor que preocupa cada vez más a los científicos. Diecinueve millones de kilómetros cuadrados de tierras boreales y alpinas son un importante sumidero de carbono que la humanidad no puede perder en su lucha contra el calentamiento atmosférico, Observemos la quema de miles y miles de hectáreas de los incendios de California. Diera la impresión de que es una “moraleja” que en California, la sede de las empresas en tecnología de la información, de la inteligencia artificial, de la energía “limpia”, de la globalización, ya hemos visto cómo una bruma de humo impide ver el cielo azul, debido a los centenares de incendios que padece y cada vez más seguidos. Debemos reconocer que algo no está funcionando en el mundo actual, sin olvidar el deshielo del permafrost y los pavorosos incendios de la Amazonia.

Cabe pensar que hemos traspasado un nivel de riesgo y, como han señalado los preocupados por el tema, que la naturaleza se está vengando. Hay científicos que avisan de los virus que estaban dormidos. Los hemos despertado. Y advierten que o cambiamos de modo de vivir o acabaremos por extinguirnos, como se extinguieron otras especies, por su incapacidad de convivir con su entorno. Negar esta evidencia e inundar las redes sociales sobre conspiraciones y no querer aceptar que hemos de cambiar de modo de vivir, sin esquilmar la naturaleza, conlleva vivir en un estado de ansiedad e incertidumbre.

El ser humano en su proceso evolutivo siempre ha tenido artistas, literatos, filósofos, creadores en una palabra, que nos ofrecían obras para reflexionar de cómo podía ser el mundo, qué otra cosa son sino las obras de “La máquina del tiempo”, de H. G. Wells, de 1985; “Nosotros”, de Yevgueni Zamiatin, de 1924; “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, de 1932; y “1984”, de George Orwell, de 1949. O películas que ya nos anticipaban la sociedad en la que podríamos vivir, y cabe pensar si no se están cumpliendo algunas de esas profecías utópicas o distópicas, vaya uno a saber. Recuerden filmes como “Transcendence”, de Wally Pfister, de 2014; “Mad Max”, de George Miller, de 1979; “Contagio”, de Steven Soderbergh, de 2011; “Virus”, de Kim Sung-su, de 2013; “12 monos”, de Terry Gilliam, de 1995; “Estallido”, de Wolfgang Petersen, de 1995, entre otras muchas.

Si reflexionamos, observamos que hasta ahora todos los inventos que el ser humano hacía requerían el concurso de él, es decir, dependían de su mano. Para decirlo con una frase simple: hoy no. Ahora hemos creado una tecnología que es autónoma y que desarrolla actividades que al ser humano le llevaría años ejecutar. Cuando Armstrong dijo aquello de “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad” en su viaje a la luna. Era cierto, aquel ordenador que regulaba el viaje a la luna tenía muchísima menos capacidad de análisis que un teléfono de los que hoy usamos.

Estamos traspasando formas y maneras que nos están llevando a una nueva forma de relacionarnos y esto plantea un serio problema a la educación, ya que nadie sabe cómo será el mundo de acá a treinta años. Los que ya tenemos una edad de más de 50 años fuimos educados sin tener en la mano un instrumento que tiene a su alcance toda la información del mundo. No podemos en estos momentos educar dando contenidos memorísticos, ni acumulación de datos, cifras, nombres, pues se consiguen más rápido con el teléfono que tenemos en las manos. Lo que hay que hacer es saber enseñar a procesar información y a crear formas de compromiso con el medio que nos circunda.

Hoy estamos ante un dilema: enseñanza presencial o enseñanza “en línea”. Observemos cómo la naturaleza enseña, cómo aprenden todos los mamíferos. No olvidemos que somos animales “racionales” y que en un momento determinado de tensión, de angustia, de miedo, de peligro, de tensión emocional, reaccionamos. Si no somos capaces de “racionalizar”, huimos, matamos, tenemos miedo, etcétera.

Conviene no olvidar que tenemos el 98 por ciento del ADN de nuestros primos los bonobos y los orangutanes. Cierto que nuestro 2 por ciento diferente nos ha permitido un desarrollo cerebral que nos ha hecho llegar a lo que hoy somos, pero debemos usar ese 2 por ciento para darnos cuenta de que no vamos bien.

Dicho más simplemente: estamos creando máquinas que son capaces de hacer cosas que nosotros no podemos realizar o que tardaríamos años en hacer. Podría decirse que son mejores que nosotros en lo funcional, pero no tienen opciones éticas ni emocionales, y ello está teniendo un coste cuando las aplicamos a la vida diaria.

La robótica no solo está cambiando lo que hacemos, sino quiénes somos o en qué nos podemos convertir. Ella modifica nuestra realidad como individuos, pues interacciona, ya que invade nuestra identidad, nuestra privacidad, nuestras ideas, los hábitos de consumo y cómo nos relacionamos con nuestro trabajo, con nuestro ocio y con los demás. En una palabra: nos afecta “globalmente”, y nos provoca en unos casos entusiasmo y en otros, miedo, ya que se produce a una velocidad sin precedentes.

Inteligencia artificial o todo eso que se denomina deep y machine learning, big data, redes neuronales, edge computing, robot process automation, algoritmo, todas ellas viven un momento de gloria, y ya se afirma con contundencia que han venido para quedarse, pero también no es menos cierto que necesitan siempre el control del ser humano. Recordemos la escena de la rebelión de HAL 9000 en el filme “2001: Odisea del espacio”, de Stanley Kubrick, sobre la novela del mismo título de Arthur Clark. Al final el ser humano, el astronauta David Bowman, decide desconectarla, pues la máquina no tiene sentimientos ni opciones de libertad. Está programada. Y como metáfora, HAL 9000 recurre a los sentimientos musicales del astronauta cantando “Daisy, Daisy”, de Harry Dacre, de 1892, con la canción infantil que su creador le había programado.

“Hay una flor
Dentro de mi corazón,
¡Daisy, Daisy!”

Debemos aceptar que las tecnologías y metodologías en boga, las matemáticas y la informática están viviendo una nueva época dorada. En un informe de Gartner Hype Cycle, uno de los grupos que controla las nuevas tecnologías, se hacen promesas audaces. Convendría que analizáramos cómo se distingue la exageración de lo que es comercialmente viable y cuándo se amortizarán tales reclamaciones, si es que lo harán. Gartner Hype Cycles brinda una visión de cómo una tecnología o aplicación evolucionará con el tiempo, proporcionando una fuente sólida de información para administrar su implementación dentro del contexto de sus objetivos comerciales específicos. Afirma que casi un tercio de las tecnologías están llamadas a cambiar significativamente nuestra sociedad en la próxima década. De hecho, muchas de ellas, especialmente las vinculadas a la inteligencia artificial (IA) se ubican ya en la fase de pico de expectativas infladas. Ello implica que la modernidad y estar al día nos están llevando a una nueva forma de relacionarnos, y esto plantea situaciones para lo que no estamos preparados. Si desde los primeros niveles de la educación, enseñanza, aprendizaje aceptamos que la IA es infalible, pues no puede equivocarse, estamos dejando de lado la posibilidad de poder corregir y matizar.

Cierto como ha señalado Harari en sus obras: nadie sabe cómo será la sociedad en 2030 y ni cómo será el mundo dentro de 50 años. Los que ya pasamos los 50 años fuimos educados sin tener en la mano un instrumento que tiene a su alcance toda la información del mundo. Y repito: no podemos en estos momentos educar dando contenidos memorísticos, ni acumulación de datos, cifras, nombres. Ya hay quien afirma que habrá posibilidades de poner chip de información en nuestro cerebro para facilitar el procesamiento de datos. Lo que hay que hacer es saber enseñar a digerir la información y a crear formas de compromiso con el medio que nos circunda, en donde las opciones de libertad, de elección, las hagamos los seres humanos y no las máquinas. Ya se está diagnosticando en medicina mediante un procesamiento de datos robotizados.

Hay expertos en el tema que claramente han señalado fallos en los sistemas informáticos automáticos que regulan la vida de las personas y la economía. En el 2015, la Bolsa de Nueva York estuvo suspendida por más de tres horas debido a que la bolsa se quedó ‘colgada’ como un vulgar portátil. Pese a la histeria de algunos, los responsables de la bolsa insistieron en que no hubo un ataque informático, sino solo un error interno. Pero no podemos ignorar que el 13% de las operaciones bursátiles de Estados Unidos se realizan automáticamente en el NYSE, según BATS. Y eso son muchos miles de millones de dólares. Recordemos el crack del 2008 y las hipotecas basura que quebró el Lemahn Brothers. Recordemos el filme de “Margin call” (“El precio de la codicia”), de J.D. Chandor, de 2011.

En la actualidad, bastante de la publicidad digital se hace automáticamente, y parte de ella un 75 por ciento la acaparan dos de las firmas más grandes de internet: Facebook y Google, que tienen un capital que supera con creces el de muchos estados y naciones actuales. Y no hablemos de las noticias que generan los robots, los hoaxes (bulos informáticos), que pueden abarcar una amplia gama de temas: advertencias sobre virus informáticos o supuestos riesgos para la salud, historias de terror, teorías de conspiración, peticiones de donaciones para enfermos graves y muchos más. Todas estas historias están diseñadas para llamar altamente la atención, pero no están basadas en hechos. Simplemente se usan como cebo.

Ello ha obligado a que algunas universidades, como la de Princeton, que califican los algoritmos laborales como “muy poco fiables”, determinen que los hechos demuestran que nos encontramos ante una confluencia de exageradas expectativas, conceptos falsos y disfunciones demostrables. En los Países Bajos, el gobierno se vio obligado a retirar un programa de fraude en las ayudas sociales que excluía a personas oriundas de determinados países. Otro tanto encontramos en los estados de Idaho, Arkansas u Oregón (Estados Unidos), que empleaban algoritmos defectuosos en la asignación de ayudas a discapacitados, excluyendo a solicitantes de pleno derecho. Incluso el ultimísimo y avanzado GPT-3, un modelo de machine learning (máquina de aprendizaje o enseñanza) que maneja 600,000 millones de parámetros, presentaba comportamientos sexistas y racistas. O el reciente caso de Amazon, que ha debido retirar un motor de contratación que perjudicaba a las mujeres. Y hasta el Foro Económico Mundial ha inventado la definición de “estupidez artificial”, refiriéndose a los fallos y decisiones que se producen en este tipo de tecnologías.

Lo que se quiere destacar es que estamos ante una situación muy compleja. La pandemia y todo lo que ella está implicando a nivel social, económico, psicológico, sanitario y educativo nos debe obligar a aceptar y reflexionar que estamos en un cambio de época y que depende de por dónde nos inclinemos, puede que el camino sea irreversible. Y no podemos obviar que el proceso es educativo.

La educación es tensión de contrarios, es asimilación de experiencias que integramos en nuestro yo. A veces se corrige la forma de actuar, pero no el fondo.

El problema de la caverna platónica nos vuelve a señalar, a pesar del paso de los siglos, que la cuestión es la propia esencia del ser humano y repensar si ello es una alegoría de intenciones pedagógico-filosóficas, y si la cuestión es si el conocimiento del mundo que tenemos y adquirimos es real y objetivo o son figuraciones, sombras, hologramas de la realidad y la realidad es otra. La cuestión es descubrir si queremos ser personas en sentido total de la palabra, dueños de nuestros actos, o seremos sombras y hologramas que otros han programado.


*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.

¿TE HA GUSTADO EL ARTÍCULO?

Suscríbete al boletín y recibe cada semana los contenidos en tu email.