La grasa que nos queda

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El presupuesto de 2025 fue presentado a la Asamblea Legislativa y eso, como pocas veces, permite retratar a un país, con sus prioridades y sus miserias. Permite darnos cuenta de cómo la historia nos golpea una y otra vez, porque siempre decidimos olvidarla, y cómo los pobres son -y han sido- los últimos de la fila. 

El punto más relevante viene por las ausencias. El Salvador ha decidido un año más NO apostar por la educación y la salud. Y aquí podremos ver cientos de piezas de propaganda en los canales oficiales y en las redes sociales que intentarán convencer a la población de lo contrario, pero los números cuentan una historia diferente. 

El ministerio de Salud tendrá 155 millones de dólares menos que en 2024 y Educación perderá 108 millones de dólares. A esto hay que sumar que a ambos ministerios les quitarán miles de plazas: Salud perderá 1,119 puestos de trabajo y Educación, 781. 

La justificación del ministro de Hacienda, Jerson Posada, es que estos recortes son para “reducir grasa” del Estado. Esta explicación sería creíble si el gobierno tuviera un ápice de coherencia. O si aceptara que esta necesidad de recortes esconde el hecho de que el dinero no está alcanzando.  

El mismo proyecto de presupuesto prevé un aumento de 53 millones para el Ministerio de Defensa, lo que significa un incremento de más del 100% respecto a 2019, en el primer Gobierno de Nuevas Ideas. También contempla 27 millones de dólares más para Casa Presidencial.  

Y hay instituciones del Estado, que nadan en mares de grasa e incompetencia, donde los cambios serán mínimos: la Asamblea Legislativa, cuyo trabajo ha sido tan desvirtuado que ahora mismo podría sustituirse por un sello y un bolígrafo, tendrá una reducción presupuestaria mínima, pero mantendrá la opacidad de siempre y la misma cantidad de empleados que en 2024.

Reducir la grasa es un término estúpido y alejado de la realidad. Siempre lo ha sido. Porque este no es el primer gobierno que lo usa, ni este es el primer gobierno que miente. La diferencia, como consuelo insulso, es el nivel de descaro. 

Y porque la realidad es que la grasa no se reduce, solo cambia de lado.

El escalafón ha sido una molestia para diferentes gobiernos que se han opuesto, por décadas, a la nivelación salarial anual para empleados de los ministerios de Salud y Educación, establecida en leyes que vienen desde los noventa. Así pasó en tiempos de Arena e incluso con el Frente, donde fueron muy comunes las decepciones cuando el mercantilismo se impuso a lo social. 

Nuevas Ideas no ha sido la excepción. Y la explicación del ministro de Hacienda es que el gobierno debe hacer una revisión detallada de este beneficio porque en las instituciones aún hay “gente deshumanizada” o que ha entrado por enfuches políticos. 

Es cierto que la atención en los hospitales debe mejorar, al igual que la mediocre calidad de la educación pública. Lo que no se entiende, ministro, es cómo mejorarán con menos presupuesto, con menos plazas, sin incentivos y premiando, por el contrario, la inutilidad manifiesta de la Asamblea, plagada de rémoras políticas, o la frivolidad de la presidencia.

¿De qué grasa estamos hablando, ministro?

Antes, con cualquier intento por privatizar la salud o por quitar beneficios ganados, el personal de salud de El Salvador se convertía en un frente inexpugnable. Marchas y protestas: su voz se escuchaba. Pero hoy hay miedo. Y es comprensible. El régimen de excepción se ha convertido en una amenaza contra la disidencia, contra los que, con razón, protestan. Cada vez más grupos se están dando cuenta de que la medicina es en realidad amarga. 

El proyecto de presupuesto de 2025 nos desnuda como país. Un país que apuesta por las balas y no por los libros. Un país que apuesta por la propaganda y no por la salud. Un país que “corta la grasa” pero mantiene la abundancia de la incompetencia. Un país pobre donde el miedo mantiene prisionera a la razón.

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