“Si el presente y el futuro son susceptibles de ser modificados debido a sus caracteres históricos y no inmutables, la educación tiene la misión de formar a ciudadanas y ciudadanos soberanos que decidan colectivamente su futuro. Así, la escuela y la universidad antes que educar en la adaptación al sistema, debería volcarse al desarrollo de la agencia”
– Henry Giroux, 2022.
Es innegable que –cuando se cumplen– las acciones de mejoramiento de infraestructura de las escuelas y sus condiciones físicas, se favorece el rendimiento de los estudiantes. Diversos estudios en América Latina han analizado cómo, sin servicios básicos como aulas seguras, servicios sanitarios, luz eléctrica, bibliotecas o laboratorios de ciencias, el aprendizaje es inviable.
Estudios como «El estado de la Educación en América Latina y el Caribe 2023» y «Revolución de la IA en Educación Superior: Lo que hay que saber» coinciden en la importancia de entornos adecuados para la educación, básica, media y superior; pero, también se necesitan superar obstáculos como la ineficiencia en la inversión educativa, la falta de entendimiento de lo que significa innovación; además de atender las preocupaciones éticas en torno a los sesgos algorítmicos y la protección de la privacidad de los datos –algo que al Estado salvadoreño parece no importarle tanto–.
Las declaraciones del presidente de El Salvador realizadas hace unos días en un centro escolar de San Luis Talpa generaron un debate: por un lado, las opiniones sobre el incumplimiento de una promesa realizada desde 2021; por otro, las justificaciones gubernamentales de siempre: reparar lo malo que hicieron los gobiernos anteriores.
La infraestructura escolar es condición necesaria para el aprendizaje, pero no suficiente para garantizar una educación de calidad. Cuando realmente se invierte en educación se puede contribuir a disminuir la brecha entre zonas rurales y urbanas, entre educación pública y privada. Sin embargo, como mucho de este gobierno, solo es un espectáculo propagandístico para aparentar que el Estado está haciendo lo que le corresponde hacer. Todos los “factores invisibles” de la calidad educativa, la formación docente, las prácticas pedagógicas y un currículo relevante (no sesgado y libre de ideologías), se siguen dejando de lado por esta administración.
La dinámica presidencial prioriza lo fotografiable, lo inaugurable; la crítica no está en una pared recién pintada, en el pupitre o en la entrega de computadoras y tabletas, sino en que esto se convierte en sustituto del debate sobre lo esencial: ¿Cómo se está enseñando? ¿Con qué métodos? ¿Por qué se sigue descuidando al personal docente?
Según el informe de resultados «AVANZO 2023», del MINED, solo el 9.9 % de los estudiantes de educación media alcanzaron un nivel de logro superior. En la prueba «PISA», de 2022, los estudiantes salvadoreños de educación media mantuvieron un rendimiento bajo en general. Por ejemplo, en matemáticas tuvieron uno de los resultados más bajos a nivel mundial (puesto 77 de 80); el rendimiento en lectura y en comprensión también fue de los más bajos (puesto 71 de 80); mientras que el porcentaje de estudiantes que asisten a escuelas privadas es uno de los más altos mundialmente (puesto 8 de 80), por lo que se puede determinar la falta de confianza de la población en la educación pública.
Estos datos muestran que la calidad educativa no siempre se edifica solo con ladrillos, sino con políticas sostenibles de formación docente, de inclusión, de acompañamiento pedagógico, especialmente, se fomenta a través de la libertad en el pensamiento crítico.
Y lo anterior me recuerda que esta semana, junto con mis alumnos universitarios discutíamos un texto de Henry Giroux –uno de los fundadores de la pedagogía crítica–, quien sostiene la importancia de que los estudiantes sean motivados a involucrarse en las problemáticas sociales y políticas de forma activa, y donde la educación ideal (principalmente pública) es aquella que invita a reflexionar sobre las complejas relaciones de poder, abordar críticamente las restricciones institucionales y concentrarse en cómo los estudiantes pueden comprometerse con una ciudadanía crítica, más que brindar herramientas para ser un empleado más.
Lo importante de fomentar un pensamiento crítico no es generar opiniones sobre un tema o problema, sino ser capaces de formular preguntas. Cuando enseñamos a los estudiantes a preguntar constantemente, fomentamos un entorno más democrático, como sugiere el autor; sin embargo, en un país donde cada vez más se reprime la libertad de expresión, se encarcela a las voces críticas y gana más espacio el autoritarismo, ¿cómo se puede motivar a los estudiantes a preguntar con libertad cuando están creciendo en un entorno donde cuestionar está mal visto o puede ser castigado?¿Cómo podemos los maestros fortalecer el vínculo entre educación y sociedad cuando la crítica es constantemente reprimida?
Ese entorno de represión genera un ambiente de miedo. Si la protesta es criminalizada, si los periodistas que revelan abusos son vapuleados por el poder, si los defensores de los derechos humanos son reprimidos, es natural que los estudiantes teman expresar sus ideas por represalias, y parecería bastante lejana la posibilidad de movilizaciones como “La revolución de los pingüinos” en Chile, el “Movimiento “YoSoy132” en México, el paro nacional estudiantil (2018-2021) en Colombia, Ocupa Escola en Brasil o la Rebelión de abril en Nicaragua. De esa forma, estamos educando bajo una lógica de simulacro democrático, donde los estudiantes salvadoreños con seguridad se sienten menos politizados y motivados a luchar por la educación y las causas sociales.
¿Cómo formar ciudadanos activos en un entorno donde actuar como tal implica ser silenciado? Como docentes, debemos asumir que educar críticamente no es solo una cuestión de contenidos, sino de valentía y ética: sostener espacios de libertad de expresión, aun cuando fuera de las aulas crezca el autoritarismo.
El pensamiento crítico implica asumir riesgos y cuestionar verdades impuestas; enseñarlo en un entorno autoritario no solo representa un desafío pedagógico, sino también un acto profundamente político; en especial, porque en El Salvador actual, la estigmatización pública, la persecución, el silencio y la autocensura avanzan constantemente contra cualquiera. Formar ciudadanos racionalmente reflexivos se vuelve una tarea de resistencia. El aula es todavía uno de los pocos espacios donde aún se puede preguntar y analizar sin –aparentemente– consecuencias inmediatas; pero pronto nos quedaremos, incluso, sin ese espacio.
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Giroux, H. A., y Proasi, L. (2025). La necesidad de la pedagogía crítica en Tiempos Oscuros. Revista de Educación: Argentina, (34), 37-42. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=9996473
Giroux, H., Rivera-Vargas, P., y Neut, P. (2022). De una pedagogía de la clausura a una pedagogía de las posibilidades. Aprender y enseñar la agencia. https://osf.io/preprints/socarxiv/gkdcf_v1
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*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Doctorante en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco bajo la línea de investigación “Comunicación y Política”. Maestra en Estudios de Cultura y Comunicación; y especialista en Estudios de Opinión: “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”.
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