Nos quieren tontos y enfermos. Esa parece ser la estrategia.
Justo después de que Factum reveló la nueva vida del diputado Caleb Navarro -un funcionario que pasó de tener un patrimonio modesto a un salto económico inexplicable-, el gobierno movió las piezas para que la conversación nacional se desviara.
Y lo hizo con doble propósito: tapar el escándalo -otro más- en Nuevas Ideas, y aprobar, casi en silencio, el inicio de una reforma a la salud pública que afectará a millones de salvadoreños.
La maniobra fue astuta. Bukele nombró a una nueva ministra de Educación: Karla Trigueros, una médica y, además, militar. Y lo primero que hizo, en lugar de hablar de calidad educativa, fue imponer disciplina de cuartel: uniformes implacables, cortes de cabello “adecuados”, saludo obligatorio al entrar a clases. Como si el problema de la educación en El Salvador se resolviera con tijeras y planchas de uniforme.
El país entero terminó hablando de corte de pelo. Como si un peinado pudiera definir el futuro de un niño. Como si la disciplina dependiera del largo del cabello. Y muchos repitieron, sin pensar, que de ahí vendrá el orden.
Se nos olvida -o quieren que se nos olvide- que algunos de los criminales más prominentes de este país, como Antonio Saca, Mauricio Funes o Nayib Bukele, vistieron de traje y zapatos lustrados. Y que alguno de los más trogloditas y asesinos desfilaron orgullosos con uniforme verde olivo.
Eso lo debería saber la ministra Trigueros, si es que estudió la historia reciente.
Pero claro, esta no es una política educativa. Es una cortina de humo. Una maniobra para distraer. Para que la gente hable de cortes de cabello y de la supuesta disciplina militar, y no de lo verdaderamente importante: la enorme brecha entre colegios privados y públicos, la infraestructura precaria, la promesa incumplida (otra más) de las dos escuelas al día, la escasez de maestros, la ausencia de una visión seria sobre la educación en El Salvador.
Mientras tanto, en la Asamblea, se aprobaba a toda prisa, y sin pensar, la nueva Ley de la Red Nacional de Hospitales. Una ley que abre la puerta a la privatización de la salud pública. Una ley que precariza aún más a los médicos jóvenes, que les quita derechos y que incluso permitirá contratar médicos extranjeros bajo condiciones de exclusividad. Una ley que elimina candados para que Casa Presidencial pueda hacer compras a su antojo, sin transparencia, sin controles, sin rendición de cuentas, el modelo Bukele.
¿Les suena? Debería. Porque ya sabemos cuántos millones se esfumaron en la pandemia con ese mismo esquema. Lo debe recordar el ministro Alabí, a quien hasta una ley le confeccionó Nuevas Ideas para que su corrupción pandémica quedara impune.
El resultado es claro: mientras el gobierno entretiene a la gente con dramas escolares y reglas absurdas de peluquería, está desmontando las pocas protecciones que todavía garantizaban un sistema de salud pública.
Nos quieren tontos, para que creamos que el problema de la educación se resuelve con un corte de pelo. Y nos quieren enfermos, para que dependamos de un sistema que ya no busca garantizar derechos, sino alimentar negocios y bolsillos.
Porque un pueblo idiota y enfermo no cuestiona, no protesta, no exige. Un pueblo tonto y enfermo sobrevive como puede, y agradece las migajas.
La corrupción no es un accidente del sistema: es su motor. Mientras nos distraen, van desmantelando el país, pedazo a pedazo. Esa es la jugada: mantenernos al margen, mientras ordeñan la nación como a una finca. Su finca.
Foto/CAPRES
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