Periodistas en un terreno de conflicto y tensión

“No hay democracia sin periodismo, pero puede haber y de hecho hay periodismo sin democracia.”
Luís Núñez Ladevéze

La opinión pública de manera ideal sería el reflejo de ciudadanos racionales capaces de expresarse y tener posturas no al azar, sino informadas y que se han construido por una lectura crítica de la realidad. Esto casi nunca sucede debido a escenarios donde prima el control de la información y el favorecimiento de intereses personales, políticos o económicos. Así, la agenda diaria está conformada por los terrenos de lo mediático, lo político y lo público.

La relación entre prensa y poderes políticos en Latinoamérica no es sencilla de entender. Está marcada por dictaduras militares, guerrillas, narcotráfico, censura, asesinatos contra periodistas, ataques en redes y gobiernos autoritarios. Los periodistas latinoamericanos y en específico los salvadoreños se han plegado muchas veces al poder, y, en algunos otros casos, lo han enfrentado a costa de su vida o de su integridad.

Conflictividad y tensiones propiciadas por investigaciones periodísticas que suelen demostrar información comprometedora es una de las razones de reconfiguración del terreno mediático: los poderes políticos desean establecer un contacto directo con la ciudadanía y no a través de los medios de comunicación; es decir, eliminar la mediación. Un comportamiento manifestado a través del control informativo en los medios públicos: cadenas nacionales, programas radiales donde los presidentes tienen la voz directa, la consolidación de equipos de comunicación de prensa y el uso de redes sociales para trasmitir información oficial. Algo que como ciudadanos muchas veces replicamos pensando que por leer Internet o Twitter nos formamos nuestra propia opinión y que el periodismo ya no es necesario. Con eso solo favorecemos las opiniones propias ante las comprobadas y las contrastadas.

Los líderes populistas del mundo se caracterizan por utilizar un lenguaje manipulador, discursos que apelan a las emociones para dividir a la población, inducir al miedo y, finalmente, actuar como el principal crítico de la prensa, descalificándola y atacándola si esta no los favorece o publica contenido crítico.

A esto se agrega el auge de noticias falsas que tienen graves efectos en la desinformación. Los periodistas ahora no solo enfrentan el reto de las rutinas periodísticas, porque la jerarquización de temas ya no es lo más difícil, sino luchar contra todo el aparato de noticias falsas que se están creando y que compiten por un espacio en la red, siendo estas más efectivas que las noticias comprobadas gracias a los algoritmos de preferencias.

Tanto la relativización de la verdad, el auge de noticias falsas, la necesidad de crear plataformas de verificación y la pérdida de credibilidad en la prensa es lo que hace más difícil el trabajo de los periodistas. Agregando los bajos salarios, las pocas o casi nulas prestaciones sociales, el trabajo de freelance que da poca estabilidad, la alta cantidad de horas extras —no siempre remuneradas—, los despidos injustificados y un sistema editorial que no siempre logra el consenso entre medio y periodista.

Los medios de comunicación y su credibilidad se mueven tanto en las esferas de lo público —estatal— como de lo privado —empresarial— y de lo político que, en El Salvador, a veces las esferas están mezcladas. Esa confianza puede verse minada por algunos factores como el abuso de fuentes anónimas, por no mencionar fuentes o de dónde se obtuvo la información o por proporcionar información poco veraz. Sin embargo, los medios de comunicación solo pueden defenderse a través del secreto profesional y garantizar a las fuentes su anonimato. Esto no siempre es un tema comprensible para el lector.

El conflicto social que a simple vista se puede tomar como una pelea entre un gremio y un político, y se cae en el error —si se ve desde el imperio del consenso de la posmodernidad— de creer que solo es una particularidad que será desdeñable porque “no nos afecta a todos”, cuando realmente se convierte en una situación más colectiva, en tanto que se está ante la violación de un derecho constitucional a la libertad de prensa, pero, sobre todo, a la libertad de acceso a la información que tienen todos los ciudadanos de un país.

Situaciones como esta desvían la atención de las audiencias, dirigiéndolas solo al conflicto y no a las posibles consecuencias de este: la falta de acceso a la información, que al final se convierte en la violación de un derecho hacia la población. La ética, la transparencia y el acceso a la información deberían ser los pilares básicos de toda democracia, algo que no se puede garantizar cuando se impone la censura.

La nota informativa ha sido la reina en el periodismo tradicional, porque su objetivo ha sido ese: informar. La investigación es el nuevo objetivo de la reconfiguración periodística y el terreno cede el espacio al análisis argumentativo. Tenemos, entonces, medios de comunicación semiautónomos, con financiamiento de organismos y no solo de publicidad, que tienen equipos pequeños para cubrir solamente los temas que requieren un verdadero análisis. Lo que no niega ni rutinas periodísticas, ni ideologías, ni tampoco intereses personales o colectivos de sus integrantes.

En lugar del binomio de prensa aliada o enemiga del ciudadano es preferible entender que son parte —y muy necesaria— del sistema social y que desempeñan una función de complemento de otras instituciones. El periodismo no es puro, y, como es parte de lo social, está condicionado por todo lo que le rodea. Lo que es innegable es su rol como crítico de los poderes políticos y económicos para procurar y garantizar al ciudadano su derecho a la información.

El papel de los investigadores de la comunicación es que analicemos el contenido y el funcionar de la prensa de manera sistemática y crear monitoreo de medios de manera permanente y no solo en momentos coyunturales. Los ciudadanos deberían exigir mayor transparencia de los medios de comunicación, pero esas mismas audiencias también deberían exigir lo mismo al poder político, ser escépticas ante la tecnocracia y ante el populismo.


Casero-Ripollés, A. (2016). Periodismo y democracia en el entorno digital. Sociedad Española de Periodística. Madrid.

De la Torre, C. (2013). El populismo latinoamericano, entre la democratización y el autoritarismo. Nueva Sociedad.


*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Comunicadora. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación. Actualmente realiza una Especialización en el Centro de Estudios de Opinión y Análisis de la Universidad Veracruzana, bajo la línea de investigación “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”.

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