El movimiento Black Lives Matter ha llegado a primer plano en Estados Unidos nuevamente por una serie de asesinatos de afroamericanos a manos de la policía que han derivado en protestas y enfrentamientos fatales. Así se vive en un campamento de activistas afroamericanos en el corazón de Chicago. Ellos proponen una visión alternativa de país.
La lluvia apenas comenzaba a caer ese día a mediados de julio en que íbamos camino a la ferretería por unos amarres de plástico. Los cricos marcaban su ritmo lento y predecible en la ventanilla del carro, mientras manejábamos por las calles semi abandonadas de North Lawndale, un vecindario ubicado al lado sur occidental de Chicago, en Illinois, Estados Unidos.
—¡Allí está!— me dice Shavonna Brown, una activista ligada al movimiento Black Lives Matter, desde el asiento de atrás, señalando un edificio de baja altura que posee un letrero que fue pintado a mano en algún momento de los años noventa.
—Ah, se ve cerrado— responde uno de los dos niños pequeños que van sentados a su lado. Ambos son compañeritos de Shavonna y se sumaron a nuestra excursión al último momento.
—No, no— le asegura Shavonna.—Entremos.
Shavonna —una mujer fuerte de 23 años que viste ropa deportiva manchada por el trabajo físico del día— y los niños son miembros del campamento Freedom Square, un predio baldío ocupado por activistas vinculados a Black Lives Matter (“Las vidas negras importan”) en la ciudad de Chicago. Ya que había llegado en carro a visitarles, los demás nos han delegado a nuestro grupito la tarea de ir a hacer mandados para el campamento.
La reacción inicial del niño no me sorprende. La mayoría de los negocios que hemos pasado hasta ahora parecen clausurados; o sino, se trata de licorerías o tienditas con sus cortinas puestas y barras de hierro sobre las ventanas. Es una mezcla entre deterioro urbano y una cárcel de máxima seguridad.
Shavonna y yo, tomadas de la mano con los niños, entramos a la pequeña y hacinada ferretería. Me siento muy en casa. Shavona le ayuda a la dueña del negocio a contar los ochenta amarres, uno por uno. Hay algo familiar y tierno en este momento de confianza entre dos desconocidas, dividiéndose la tarea por igual. Al terminar, la anciana que nos atiende levanta los ojos y le pregunta a Shavonna lo qué estamos tramando con tanto amarre.
Shavonna le explica—con gran fluidez— que forma parte de un campamento que se ha tomado el predio baldío frente al centro interrogatorio de Homan, un enorme centro de detenciones de la policía de Chicago, y que no se irán hasta que dejen de financiar ese cuartel.
—No tenemos por qué confiar en la policía— dice.—Y ya estamos hartos de cómo están maltratando a los negros.
—Están matando a nuestra gente— añade el más pequeño, desde el piso, donde juega con un rollo de cordel.
—Los amarres— finaliza Shavonna— son para sujetar el plástico a las tiendas de acampar para que no se mojen en la tormenta. Debería de visitarnos, señora. Tenemos una parrilla y estamos regalando libros y ropa.
—Vaya— reacciona la anciana, dejando entrever con su mirada algunas señales de curiosidad.
De regreso al campamento nuevamente, Shavonna aprovecha cada interacción con los transeúntes para compartir su prédica: al tipo que le presta su encendedor, al señor que eleva su sombrilla contra la lluvia y a muchos más.
—Véngase al parque, pase un rato con nosotros. Tenemos libros y qué comer— les grita desde el carro.
—La gente de por acá tiene tan poco de qué alegrarse— me comenta Shavonna, una vez termina de subir la ventana del carro.
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Freedom Square (o la Plaza Libertad) es una de las manifestaciones más recientes del movimiento nacional llamado Black Lives Matter (BLM). La afirmación implícita en el nombre de la coalición —que las vidas de los negros tienen valor— suena como algo sencillo y poco debatible. Y sin embargo, responde a una grave situación de violencia y fuerte marginalización que enfrentan los afrodescendientes en Estados Unidos. Los últimos dos meses, durante el verano, han elevado la causa de BLM a primer plano por los más de cinco casos sonados de afroamericanos asesinados por oficiales blancos y ocho policías ejecutados por francotiradores.
A pesar de la complejidad y gravedad de la situación surgida en los últimos meses, la coalición de BLM gira en torno a reclamos concisos: que la población negra sufre por los efectos de la inequidad racial; y, en particular, por sus interacciones con el sistema policial. Aunque los afroamericanos representan aproximadamente el 13 por ciento de la población total de Estados Unidos, conforman más del doble de esta cifra (el 28 por ciento) de personas arrestadas en 2015. De acuerdo a un informe presentado a las Naciones Unidas sobre la desigualdad en el sistema judicial estadounidense, si las tendencias actuales continúan, uno de cada tres hombres afroamericanos será encarcelado en un algún momento de su vida.
En medio de un periodo de tensiones raciales marcado por ejecuciones sumarias, enfrentamientos armados, protestas y cierres de carreteras, surgió Freedom Square, una propuesta (dentro de una zona marginal) de un modelo alternativo de organización comunitaria afroamericana sin la presencia de policías. El campamento es en realidad un predio baldío ubicado en North Lawndale, barrio que históricamente ha sido habitado por población afroamericana. Martin Luther King residió en este lugar por un tiempo en 1966; y es el vecindario que nos ha regalado músicos reconocidos como Howlin’ Wolf, Ramsey Lewis y Twista.
Hoy día, sin embargo, la pobreza y la criminalidad son los sellos más emblemáticos de North Lawndale. Desde que la mayoría de industrias —como Sears Roebuck y Western Electric— cerraron sus puertas en los años setenta, el desempleo y la indigencia se han vuelto el pan de cada día. Aproximadamente el 70% de los adultos tiene antecedentes criminales, creando una especie de círculo vicioso en el cual los desempleados se canalizan hacia el crimen, imposibilitando así que luego consigan trabajo por su mismo historial delincuencial.
Hay quienes, como el Dr. Paul Street, uno de los primeros en señalar estas alarmante tendencias en North Lawndale, que argumentan que estos índices de criminalidad no son ningún accidente y se deben en gran parte al exceso de presencia policial en la zona. El campamento de Freedom Square, de hecho, es producto de esta postura. Los activistas decidieron deliberadamente fundar su proyecto justamente frente al infame centro interrogatorio de Homan Square, un edificio enorme donde se han detenido a más de tres mil quinientas personas en los últimos diez años. El 54 por ciento de ellos proviene de las zonas aledañas.
Una investigación del rotativo The Guardian concluyó que, de las personas que han pasado por las puertas de Homan Square, el 82 por ciento de ellas eran afroamericanas, en una ciudad donde esta etnia representa solamente el 33 por ciento de la población total. De las miles de personas detenidas en Homan Square, solo tres de ellas tuvieron acceso documentado a un abogado durante su estadía.
—Toda mi vida [el centro] ha sido como una mancha negra dentro de mi comunidad— me dice Shavonna, mientras regresamos al campamento.
Bajo la sombra de este imponente edificio de ladrillo, los activistas del colectivo #LetUsBreathe (Déjennos respirar) han querido realizar su propia visión de lo que quisieran ver en la comunidad de North Lawndale. Siguiendo una filosofía horizontal, es decir, sin jerarquías y en la cual todos los miembros tienen voz y voto, los ocupantes se han encargado de fundar en su campamento un kiosco de literatura, una tienda de ropa y productos de primera necesidad sin costo, áreas lúdicas para los niños y una cocina que alimenta a quien sea necesario las tres veces al día. Dentro de sus materiales promocionales, el colectivo #LetUsBreathe caracteriza a Freedom Square como una fiesta vecinal donde todo mundo está invitado.
En la semana que llevan, han logrado crear un espacio de convivio sano y productivo. Hay multitudes de niños y niñas pequeños que corretean por todo el campamento, interrumpiendo conversaciones con sus preguntas y exigiendo que los adultos se unan a sus juegos. Los adultos se encargan de tareas cotidianas, limpian el predio para recoger basura y restos de vidrio para que los niños no se lastimen; organizan conversatorios y talleres informales; y mantienen la cocina abierta todo el día. Todo esto, afirman los miembros de #LetUsBreathe, con el afán de fortalecer los vínculos personales entre la comunidad afroamericana y demostrar que no hace falta una presencia policial en un ambiente donde todos tienen acceso a un empleo digno y a la oportunidad de realizarse.
Seguidores de Black Lives Matter, como los integrantes de Freedom Square, aseguran que los altos índices de criminalidad entre los negros no corresponden a la realidad inherente de los afroamericanos sino al racismo endémico al sistema penal de los Estados Unidos y a los prejuicios de las fuerzas policiales de este país. Existen varios incidentes ocurridos en los últimos años que le dan pie a este argumento. En junio, por ejemplo, se filtró el audio de un capitán de la policía de Nueva York instando a uno de sus subordinados a detener a más jóvenes negros y latinos arbitrariamente por ser los más predispuestos a la delincuencia. Es decir, BLM argumenta que sin importar la realidad de la situación, a los afrodescendientes se les ubica en la categoría de “sospechoso” en perjuicio a los derechos de esta comunidad.
Y sin embargo, el nacimiento de BLM hace dos años no fue a causa de las detenciones arbitrarias, sino por la magnitud de las interacciones entre negros y policías que suelen terminar con una fatalidad para la comunidad afroamericana. En una investigación de la Universidad de California, Davis determinó que las personas negras son casi cuatro veces más propensas a ser lesionadas por un policía que por una persona blanca; y de la mayoría de los casos de afroamericanos que han muerto a manos de la policía en los últimos quince años, a los oficiales responsables ni siquiera se les procesa por el hecho.
Curiosamente, Black Lives Matter estalló en 2013 debido a la muerte de un adolescente afroamericano a manos de un justiciero y no de un agente policial. Trayvon Martin, de 17 años, fue asesinado en 2012 por un balazo en el pecho disparado por George Zimmerman, quien dice haberse bajado de su vehículo y perseguido a Martin a pie por su apariencia sospechosa. Lo único que se le encontró al cuerpo de Martin fueron los dulces y la soda que había ido a comprar a la tienda.
La muerte del joven provocó gran indignación a nivel nacional, resultando en protestas y en el ahora reconocido hashtag #BlackLivesMatter después de que Zimmerman fuese exonerado de todos los cargos un año después. Sin embargo, la primera manifestación organizada directamente por BLM como coalición fue hasta el año siguiente, luego del asesinato de Michael Brown por un oficial blanco, Darren Wilson, en Ferguson, estado de Missouri. Durante una confrontación entre Brown y Wilson por una cajetilla de cigarros que Brown se había robado momentos antes, el oficial Wilson le disparó doce veces al joven desarmado. En el momento en que se difundió el incidente circulaban declaraciones acerca de que, antes de morir, Brown había elevado sus manos en señal que se había rendido y le rogaba al oficial, “No me dispares”.
Fue este incidente, y la capacidad reactiva de Black Lives Matter, lo que terminó desencadenando una de las revueltas sociales más fuertes que se ha visto en esta potencia mundial en décadas. Después de la noticia del asesinato de Brown, miles de personas convergieron en Ferguson, montando protestas entre agosto y noviembre. Varias de ellas terminaron en motines, saqueos de negocios locales y en enfrentamientos con la policía.
La represión de los manifestantes incrementó paulatinamente, empezando primero con la militarización de la policía local y culminando con la entrada de la Guardia Nacional para detener a las multitudes. Hubo varias lesiones entre los manifestantes a causa del uso de balas de goma, gas lacrimógeno y del dispositivo acústico de largo alcance (LRAD por sus siglas en inglés), un aparato direccional que emite sonidos de hasta 120 db, ensordeciendo dolorosamente a cualquier persona dentro de su área de cobertura. Además, hubo repetidos informes de restricción y represión en contra de la prensa nacional y extranjera, incluyendo varios arrestos de periodistas y la implementación de una zona de exclusión aérea para prevenir que los helicópteros de prensa sobrevolaran los disturbios. En total, se incendiaron más de treinta edificios en los motines y el gobierno estadounidense gastó más de $26 millones en el incidente.
Las revueltas de Ferguson elevaron a primer plano las fuertes tensiones raciales que habían permanecido bajo de agua hasta ese momento en el discurso nacional, ya que los activistas, además de enfocarse en la muerte de Brown, también utilizaron el incidente para señalar el racismo institucionalizado como verdadero ejecutor de tantas víctimas negras. El Departamento de Justicia Estadounidense concluyó un año después que la policía de Ferguson, en efecto, había violado sistemática e intencionalmente a la Constitución en detrimento a la comunidad negra en particular. Aún así, y a pesar del clamor popular, un jurado determinó en noviembre de 2014 que el oficial Wilson no enfrentaría cargos por el homicidio de Michael Brown.
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Una vez de regreso en Freedom Square, estaciono el carro y les abro las puertas a los niños, quienes inmediatamente salen corriendo a buscar a sus amistades. Localizo al activista que nos había encargado los amarres y se los entrego con una sonrisa apenada. La llovizna ha empezado a intensificarse y los adultos ya buscan un refugio donde pasar la tormenta. Aprovecho el descanso en las actividades para hablar con Damon Williams, un joven activista que posee una sonrisa encantadora y amable. Normalmente Damon es casi inaccesible, ya que se ve envuelto constantemente en las actividades del campamento. Damon y su hermana son los fundadores del colectivo #LetUsBreathe y me cuenta que, de hecho, fueron sus experiencias en Ferguson las que les inspiraron a fundar el campamento de Freedom Square.
—Nos indignó que la primer respuesta del estado fuera el uso de armamentos químicos y balas de goma— me dice Damon Williams. —Así que recaudamos fondos para llevarles máscaras de gas y agua [a los manifestantes].
Pausamos la conversación un momento, mientras que Damon le explica a un niño pequeño que no se vale pellizcar a su hermana con un gancho. Después de la disculpa, los chicos siguen jugando y Damon retoma la plática.
—Ferguson representó los inicios de la concientización que se desarrollaría como Black Lives Matter— continúa. —Era una nueva estética: más hip hop, mucho menos elitista de lo que había sido la organización política anteriormente. Y eran los más afectados los que estaban liderando. Esa rebelión fue un evento de trascendencia mundial. Fue distinta a cualquier otra reacción previa de: “Ah, ¿en serio existe el racismo?”. Ferguson representó una crítica a todo el sistema. Los manifestantes pudieron entender rápidamente como el caso específico de Mike Brown dialogaba con una estructural sistémica y social.
Damon me explica que los manifestantes que se quedaban protestando toda la noche en Ferguson empezaron a formar campamentos orgánicamente, durmiendo sobre la acera en un inicio. Fue éste ejemplo que lo inspiró a fundar Freedom Square dos años después.
—Fue la primera vez en mi vida que había visto algo así y el hecho de que había tanta gente de todas partes participando… sabía que mi vida había cambiado, que no iba a poder regresar a mi vida normal.
Damon y su hermana decidieron fundar Freedom Square como una alternativa más sostenible y más propositiva, algo que pudiera beneficiar a la comunidad a largo plazo. Frente al formidable centro de detenciones de Holman y entre los escombros de lo que antes fueron negocios prósperos, los activistas afroamericanos quisieron materializar la posibilidad de un futuro digno y prometedor para los residentes de North Lawndale.
—Yo no me considero una persona especial— me aclara Damon. —Más bien, creo que soy el producto de un momento especial.
Freedom Square, a pesar de tomar su lugar entre bloqueos de carreteras, manifestaciones y motines, no representa una incongruencia con otras tácticas que aparentan ser más contendientes y que han nacido del movimiento Black Lives Matter, el cual se define más como una red nacional que como un núcleo directivo. Lejos de establecer lineamientos para sus métodos, BLM simplemente se autodenomina como una organización que “trabaja para validar la vida de los negros”, enfatizando principios de inclusión, empatía, perspectiva global, justicia restaurativa y justicia de género (aunque a inicios de este mes BLM publicó un documento más completo detallando su plataforma).
El mensaje de Black Lives Matter se ha tenido que reafirmar una y otra vez desde aquellos disturbios de Ferguson del 2014. Menos de un año después, en abril 2015, Freddie Grey, un joven afroamericano, murió bajo custodia en manos de la policía de Baltimore, estado de Maryland. Su muerte provocó una serie de motines a tal punto que el gobernador de dicho Estado, al igual que su homólogo en Missouri el año anterior, tuvo que declarar un estado de emergencia y exigir la intervención de la Guardia Nacional. A pesar de que el médico forense declarara la muerte de Grey un homicidio, los últimos cargos contra los oficiales involucrados en el caso fueron exculpados en julio de este año.
Desde entonces, incidentes similares se han repetido una y otra vez, culminando en este verano altamente tenso en Estados Unidos con las muertes de Philando Castile en St Paul, Minnesota y de Alton Sterling en Baton Rouge, Louisiana y últimamente, con el asesinato del adolescente Paul O’Neal a pocas cuadras del campamento de Freedom Square. Todos ellos fueron hombres negros cuyos homicidios (a manos de oficiales blancos) fueron grabados y difundidos entre millones de personas en el mes de julio. En todos los videos, ninguno de los hombres pareciera haber opuesto resistencia al momento de su muerte.
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A pesar de la lluvia, cuatro o cinco vehículos llegan a Freedom Square en el transcurso de la tarde, usualmente llenos de gente blanca que vienen a dejar donaciones que consisten en sillas, recipientes plásticos, comida, insecticida y galones de agua purificada. También llegan dos jóvenes que viven a una hora de North Lawndale. Ya que la tormenta no arrebata y los movimientos del campamento se ven limitados, entro en plática con Anei Reyes, uno de los muchachos recién llegados. Reyes es un puertorriqueño-estadounidense que llegó a conocer el proyecto a primera mano y dice estar muy consciente del racismo contra los negros que existe dentro de la misma comunidad latina en Estados Unidos.
—Por esto mismo me interesa aliarme con las luchas de los negros- me comenta. —Mi familia es capaz de decir cosas muy racistas y yo les ofrezco alternativas: “¿Alguna vez han pensado las cosas de tal y tal forma?” Les enfatizo que la misma discriminación que nosotros [los latinos] nos enfrentamos es la misma que podemos replicar a través de ciertas palabras y maneras de pensar, especialmente en términos de violencia policial.
La presencia de Reyes es un tanto notable, ya que Chicago tiene reputación de ser una ciudad donde los blancos, los latinos y los negros no se frecuentan muy a menudo.
—Ah, sí, me confirma Reyes. —Así lo veo en Chicago en general. Es una ciudad muy segregada: físicamente, culturalmente, económicamente.
Y sin embargo, las repercusiones de Black Lives Matter han trascendido varias barreras, tanto raciales como geográficas, llegando a permear hasta el mundo del pop estadounidense. A parte de celebridades como Tyga, Katy Perry, Azealia Banks, The Weeknd, Justin Timberlake, y las hermanas Kardashians que han salido a favor del movimiento, Beyoncé y Kendrick Lamar han destacado por sus repetidas referencias líricas y visuales a la lucha contemporánea por los derechos civiles de los negros. Prince incluso escribió un tema titulado Baltimore poco antes de fallecer haciendo un llamado a la paz y a la justicia en el caso de Freddie Grey. A la vez, a músicos blancos que trabajan en géneros tradicionalmente negros, como Iggy Azalea, Miley Cirus y Justin Bieber, se les ha criticado fuertemente por lucrarse del capital cultural afroamericano sin pronunciarse a favor de las luchas de dicha población.
Mientras que Iggy Azalea y otras celebridades han replicado que prefieren delegarle la tarea de opinar sobre temas sociales a otras personas, otros han decidido responder con críticas fuertes hacia el movimiento en general. Poco después de que surgiera el hashtag #BlackLivesMatter surgió el hashtag #AllLivesMatter (#TodasLasVidasImportan), eliminando la especificidad del reclamo racial y haciendo un llamamiento al cese a la violencia y a la discriminación en Estados Unidos en general. También hay quienes —sobre todo blancos y personas de derecha— insinúan que los seguidores de BLM son igual de racistas que el mismo sistema que critican. Una reciente encuesta determinó que el 59 por ciento de los blancos en Estados Unidos creen que BLM distrae de los verdaderos problemas raciales; mientras que un 41 por ciento de esta misma población sostiene que Black Lives Matter aboga por la violencia. Los opositores más radicales afirman, además, que los activistas de Black Lives Matter son terroristas que odian viciosamente a la policía y protegen a pandilleros y criminales, tomándolos como mártires después de su muerte.
Las protestas desatadas en los últimos dos meses por las muertes de Castile y Sterling en particular han polarizado marcadamente a las relaciones raciales en Estados Unidos, impulsando una nueva ola de protestas masivas en toda la nación y resultando en muertes de policías por primera vez. En dos incidentes separados en el mes de julio, francotiradores solitarios asesinaron a cinco policías en Dallas, Texas y a tres policías en Baton Rouge, Louisiana días después. En ambos casos, los homicidas dejaron mensajes claros de estar hartos del trato de los negros a manos de la policía, aunque ninguno de ellos perteneciera formalmente al movimiento Black Lives Matter.
Esta coyuntura agudizada ha generado propuestas de leyes llamadas “Blue Lives Matter”, o bien, “Las vidas azules importan”, en referencia al color de uniforme que portan los policías. Estas leyes designarían a la policía como clase protegida al igual que grupos marginalizados como personas LGBTIQ y afrodescendientes. Bajo esta categoría, cualquier agresión contra un oficial se consideraría un crimen de odio, conllevando penas mucho más severas.
—El señalamiento de la policía como blancos de odio y asesinato por Black Lives Matter y sus cómplices es, en realidad, un atentando contra el estado de derecho— dijo David Clarke, el sheriff de Milwaukee, ciudad aledaña al lugar donde murió Philando Castile. —La retórica anti-policía que se ha apoderado del país ha sacado cosas verdaderamente odiosas que están afectando al policía americano.
Cuando platicaba con Damon sobre su opinión de las ordenanzas Blue Lives Matter, me contestó que ni siquiera le gustaba tocar el tema.
—Es un contraataque opresivo. El hecho de que Blue Lives Matter se está queriendo institucionalizar llega directamente al punto de nuestro mensaje, que la estructura [dominante] siempre crea nuevas respuestas para reforzar su poder.
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La lluvia no arrebata y viendo que habrá poco movimiento en Freedom Square esta tarde, me cubro la cabeza con una bolsa de plástico y regreso a mi carro. Miro a mi alrededor un momento antes de partir y pienso en el video de la muerte del joven Paul O’Neal, ocurrida a pocas cuadras de este mismo campamento. En el video, los tres policías que le dispararon en la espalda mientras huía se muestran dándole patadas a su cuerpo después de haber fallecido. Veo la cantidad de pobreza y desesperación en la zona que pudiera conducir a alguien hacia la criminalidad y por lo mismo aprecio a la vez la dignidad de los canopys del campamento y de los activistas que en estos momentos se ocultan bajo ellos.
Aunque los seguidores de Black Lives Matter tengan claridad que a lo que se le está apostando es a la construcción de una realidad donde los negros puedan gozar de la misma seguridad y oportunidades que sus compatriotas blancos, me cuesta reconciliar la realidad que veo a mi entorno con la imagen de estabilidad proyectada por esta superpotencia al resto del mundo. Recuerdo que Damon me había dicho que para él, lo que está sucediendo en su país está conectado a una estructura global.
—Todo lo destructivo que hace los Estados Unidos se rediseña y se implementa internamente primero— me dijo. —La gente debería de entender que los que viven en el patio del opresor también sufren.
El momento actual en Estados Unidos es agudo y lleno de contradicciones que no tienen soluciones fáciles. Sin embargo, estas soluciones urgen en un país donde el 70 por ciento de los afroamericanos creen que el racismo presenta una seria barrera para superarse —comparado con 36 por ciento de blancos— y donde los enfrentamientos entre supremacistas blancos y personas negras, entre afroamericanos y policías se vuelven cada vez más y más sangrientos. Hasta ahora ninguno de los dos candidatos en las elecciones presidenciales de noviembre se ha atrevido a tildar la situación como un tema de derechos civiles.
No obstante, el cambio se logra cuando las contradicciones se realzan y se abordan. De las potencialidades del conflicto pueden nacer nuevas ideas del progreso y la evolución. Sin embargo, dadas todas las vidas que están en juego, el clamor popular es que estas posibilidades se puedan aprovechar dentro de poco tiempo.
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