Nicaragua cambió totalmente en un mes. Y los actores principales de este cambio, presente en todo el país, son muchachos de entre 15 y 20 años, una generación a la que siempre se le vio con menosprecio. Una generación que ahora exige la salida de Daniel Ortega.
Foto FACTUM/La Prensa
Durante el último mes, un hormiguero azul y blanco recorre las calles de Managua. Son chavalos de todas las edades. Hombres y mujeres. Los hay treintañeros y también niños de primaria. Se les ve yendo y viniendo con banderas de diferentes tamaños, con las caras pintadas o cintillos en la cabeza. Todo en azul y blanco. Caminan, van en motos, en bicicletas, bajan de los buses urbanos o agitan sus banderas desde los pick ups o las ventanas de los carros. Se concentran en las rotondas, frente a las universidades o en las plazas. O simplemente marchan, hacen caravanas, una tras otra. A ratos el caudal amaina y a ratos vuelve como tsunami. ¿Qué demonios sucedió en Nicaragua para que el azul y blanco se pusiera de moda? ¿Cómo es que la bandera de Nicaragua, protagonista de las acartonadas fiestas patrias de septiembre en septiembre, se volvió en abril un símbolo de rebeldía para los jóvenes en este país?
Para entender este fenómeno primero hay que considerar que el gobierno de Daniel Ortega si no era hasta hace un mes una dictadura, se le parecía bastante. Ortega se ha mantenido durante once años consecutivos en el poder vía asaltos a la Constitución, vía fraudes electorales. Se ha otorgado a sí mismo la cantidad de votos que ha necesitado. Ha concentrado en sus manos todos los poderes del Estado y convertido al Ejército y a Policía en una especie de guardia familiar, haciendo de su gobierno en algo paradójicamente parecido al somocismo que en algún momento ayudó a derrocar.
Ortega también creó un ejército paramilitar conocido como “los motorizados”, sujetos que generalmente se mueven en motos, pagados y entrenados para intimidar cualquier manifestación callejera en contra del gobierno. “Matones”, les llamó el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez. Instaló la bandera rojinegra del Frente Sandinista como símbolo nacional, de tal forma que hasta hace un mes se le encontraba en todas las actividades de Estado, instituciones, parques públicos, libros de texto, alcaldías y en los uniformes de los empleados estatales.
Se estableció de facto una especie de apartheid, con dos categorías de ciudadanos: una que mostraba lealtad al partido de gobierno y con ello tenía todas las ventajas en becas, distribución de bienes, sentencias judiciales, trabajos y la otra que, por ser crítica, era acosada, excluida de algunos espacios e ignorada por el Estado.
Ortega impuso a su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta, en un gesto que a todas luces se leyó como la preparación para la sucesión dinástica.
El discurso oficialista puso énfasis, por su parte, en vender Nicaragua como el país más seguro de Centroamérica, con mayor crecimiento económico y gozando de paz, como si ese fuese el resultado de este modelo de gobierno autoritario y concentrado en una sola familia.
Los jóvenes aceptaron con indiferencia este estado de cosas. Ensimismados en sus smartphones, parecían más preocupados por los enfrentamientos entre los equipos del Barsa y el Real Madrid que por la negación a sus derechos ciudadanos. “Una de las razones para no participar o involucrarse en política es porque se roban los votos. Eso ha significado un enorme disuasivo, porque perciben el espacio político como cerrado. Entonces vos ves que hay un repliegue a la familia, a la vida privada y a actividades religiosas”, explicó en 2016, Sofía Montenegro, directora de CINCO, un organismo que con cierta frecuencia realiza investigaciones sobre comportamiento juvenil.
Ese mismo año, el caricaturista Pedro Xavier Molina atizó una polémica al publicar en el semanario Confidencial una historieta que criticaba agriamente la apatía juvenil. “Algunos de ellos me reclamaron ofendidísimos y la discusión derivó en otras piezas de opinión entre artículos y caricaturas. Mi opinión en corto era que percibía una juventud indolente, egoísta y desconectada totalmente de las problemáticas nacionales”, dice Molina.
El pasado 18 de abril Nicaragua vio en vivo por televisión cómo una turba violenta, apoyada por la Policía, vapuleaba a un grupo de muchachos que con pancartas y consignas protestaban pacíficamente por las reformas a la seguridad social que recién había anunciado el gobierno. Se convocaron a Camino de Oriente, un sector comercial al sur de Managua. El lugar fue escogido en la periferia de la ciudad y anunciado hasta última hora en previsión a los acostumbrados ataques de las fuerzas paramilitares. Otros estudiantes que se mantenían frente a la Universidad Centroamericana (UCA) también fueron atacados y perseguidos esa noche.
El gobierno debió haber notado que el vaso de la paciencia estaba por rebalsarse. Hay algo de lo que poco se ha hablado, pero que a mi criterio es muy importante para que el vaso se desbordara: cuando el gobierno se quedó sin los millones de dólares de libre uso que le llegaban desde Venezuela gracias al acuerdo petrolero, empezó a avanzar en su política de abusos desde los derechos ciudadanos, donde ya estaba, hacia los bolsillos de los nicaragüenses. Era la garrapata cambiando de perro. A principios de este año se anunció un incremento a la energía eléctrica, un negocio monopólico manejado en gran parte por la familia Ortega Murillo; se incrementaron los márgenes de ganancias de los combustibles, otro negocio de la familia; la Policía comenzó a salir a la calle en jornadas recaudatorias intensivas, extorsivas, a través de multas de tránsito; y finalmente el 16 de abril se anuncia un paquete de reformas para salvar al Instituto de Seguridad Social de la crisis en que se encuentra, en la que se contemplan reducciones a las pensiones e incrementos a las cotizaciones.
Ya la paciencia estaba en su límite. El gobierno no lo notó. Y estalló.
El 19 de abril Managua amaneció insurreccionada. Estudiantes se autoconvocaron en la UCA. Los estudiantes de las universidades públicas que generalmente eran usados para reventar protestas se rebelaron al llamado gubernamental y, por el contario, se tomaron sus propias universidades en protesta por la agresión a los estudiantes de la UCA y en contra de las reformas sociales. En los barrios, los vecinos comenzaron a salir a la calle a quemar llantas o sonar cacerolas, en un alzamiento inédito en los últimos once años. El gobierno de Ortega reaccionó con la receta de manual que siempre le había resultado: atacar, intimidar, y si, es necesario, hacer un par de muertos para provocar terror. No resultó. Esa noche cayeron muertos los primeros tres jóvenes. Y al día siguiente la insurrección era generalizada y se había extendido a varias ciudades de Nicaragua.
De ese tiempo acá, un mes, ya hay al menos 56 muertos confirmados con nombre y apellido, la mayoría jóvenes entre 15 y 25 años. Algunos organismos calculan en más de 70 los muertos, y se siguen contando. Nicaragua cambió totalmente en un mes. Y los actores principales de este cambio son muchachos de entre 15 y 20 años, una generación a la que siempre se le vio con menosprecio.
Para Sofía Montenegro, la directora de CINCO, esta es una generación diferente a la que se criticó como apática. “Lo del INSS tocó transversamente a los abuelos, los padres, hijos y nietos. El gobierno quiso dar la receta de OcupaInss (golpiza a la protesta) pero no le resultó. Y tras estos chavalos vamos todo el viejerío porque esto ya no es solo de chavalos, sino una fenómeno que movilizó a toda Nicaragua: viejos, jóvenes, campo, ciudad, ricos y pobres, de todas las ideologías”, dice.
Al caricaturista Molina le cobran sus críticas. “Mi respuesta ha sido que no voy a pedir disculpas por algo que en su momento consideré cierto. Pero que reconozco totalmente que ahora las cosas son absolutamente diferentes. Y mis caricaturas actuales reflejan eso. Esa historieta queda como testigo de ese momento, tanto como las de ahora quedarán como testigo de este”.
En Nicaragua han desaparecido las banderas rojinegras de las instituciones y espacios públicos, la población marcha por donde quiere, y protesta sin miedo. Campesinos que llevaban cien marchas siendo hostigados y obstaculizados por la Policía ahora llegan hasta Managua cada vez que quieren. El decreto con las reformas a la seguridad social fue derogado. Daniel Ortega, acostumbrado a hablar solo en espacios controlados, ha tenido que sentarse a una mesa de diálogo a oír cosas que nunca le habían dicho en su cara. Son derechos arrancados por estos muchachos en azul y blanco.
Y van por más.
Lo que vive Nicaragua en estos momentos es la lucha de lo viejo contra lo nuevo. De lo ético contra lo corrupto. De lo violento contra lo pacifico. De la dictadura contra la democracia. Porque si hace un mes todavía había quienes alegaban que el gobierno de Daniel Ortega no era una dictadura, porque no hay presos políticos, porque no hay jóvenes muertos, porque no hay desaparecidos, decían, ahora estos muchachos con sus banderas azul y blanco lo han dejado al desnudo.
—Comandante Ortega, ¡ríndase ante todo este pueblo!—le dijo en su cara, con voz de trueno, Lesther Alemán, un chavalo de 20 años, camisa negra, por los muertos, y pañoleta azul y blanco al cuello, por la Patria.
Van por todo.
*Fabián Medina es el jefe de Información del periódico La Prensa de Nicaragua.
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