En los últimos 12 años Daniel Ortega fue tomando poco a poco el poder de las instituciones estatales que ejercen contrapeso y control en una democracia. Paralelamente y con recursos oscuros él y su familia fueron adquiriendo medios de comunicación a tal punto que los Ortega son hoy magnates de los medios de comunicación en Nicaragua, particularmente en el área de la televisión. Todo esto lo logró en alianza con delincuentes como Arnoldo Alemán y con la complacencia y complicidad inescrupulosa de los grandes empresarios nicaragüenses representados en el COSEP, que equivale a la ANEP salvadoreña o al CACIF guatemalteco.
La familia Pellas (Ron Flor de Caña, ¿les suena?) y otras decidieron hace años sentarse junto a Ortega para hacer dos cosas: medrar nutriéndose de la sangre de la democracia nicaragüense y contemplar el incesante flujo de millones hacia sus bolsillos. El costo era bajo para su visión: ver engordar a un dictador y ver a la democracia morir de inanición. Al fin y al cabo, ¿a quién le importa que los pobres puedan tomar algún control sobre sus vidas, tener alguna incidencia sobre su presente y su futuro, tener la esperanza de un día tener esperanza?
Pasó una década de gobierno y solo sobrevivieron unas pocas instituciones privadas que rompían el sopor del silencio de la mordaza, de la tranquilidad de las cadenas, de la engañosa Nicaragua del maquillaje de los árboles de lata, socialista, cristiana y solidaria. Sobrevivieron esas instituciones y el anhelo de dignidad de muchos.
Nicaragua no es ni rica como los Pellas o los Ortega, ni nada socialista. Ni solidaria. Nicaragua es un cuerpo cubierto de sanguijuelas dispuestas a dos cosas: a dejar que los nicaragüenses mueran de resignación y, si la resignación no llega, dispuestas a matarlos. Y esa resignación no llegó nunca a personas e instituciones como las que se convirtieron en víctimas preferidas de Ortega desde cuando a inicios de abril inició el fuego por una chispa inesperada: el incendio desatendido en la reserva natural Indio Maíz. Las protestas contra Ortega las iniciaron un grupo de estudiantes universitarios preocupados por su preciada reserva natural en la costa caribe. Ortega los apaleó.
Lo relevante acá es que aquellos estudiantes universitarios apaleados, hasta entonces y durante años habían sido uno de los bastiones clave de Ortega. Y los estudiantes estaban sorprendidos. Estaban conmocionados e indignados. Una bofetada los había despertado.
Y luego vinieron los ancianos -los jubilados, no los Pellas ni Arnoldo Alemán- a reclamar por el recorte a sus pensiones. Se les unieron los universitarios, y Ortega los apaleó también. A los unos y a los otros. ¡Cómo se atre…! ¡Malagrade…! En ese momento, el Ortega latente se alzó para poner orden en la casa, en ese templo, en su templo: en su misericordia, les enseñaría quién es el todopoderoso concesor de la vida y administrador de la muerte. Y así se incendió Nicaragua.
En Nicaragua hay quienes se han tomado muy a pecho la promesa a la patria de Otto René Castillo: “Yo me quedaré ciego para que tú veas (…) yo he de morir para que tú no mueras”.
Ortega decidió que los nicaragüenses desperdiciaron la oportunidad de morir de resignación y resolvió matarlos. Matar a los que desarrollaron el anticuerpo de la resistencia. A los 100 % Noticias, al CENIDH, a Artículo 66, a Stéreo Romance, a Radio Darío, a Confidencial, a Onda Local… A los que tienen los genes de la democracia y de la solidaridad. A sus luciferes. A esos está torturando desde abril. A esos encierra en la famosa cárcel somocista de El Chipote. A esos quiere maniatar, vendar, amordazar y estrangular con sus propias manos mugrientas. Mugrientas del dinero sucio robado a los nicaragüenses pobres y del petróleo venezolano hurtado a venezolanos y nicaragüenses. Ese es el prohombre al que el gobierno de mi país, El Salvador, aplaude y apoya.
Ortega ha matado en nueve meses a 400 nicaragüenses. “¡Solo a 299!”, me corregirán algunos. Y yo: “Está bien. Perdonen la grosería. Solo a 299”. Pobre asesino agraviado. Disculpe, don Daniel. Disculpe: hay quienes buscaron a las balas solo por hacerlo quedar mal a usted. Tan bueno. Tan incomprendido. ¡Que entre ellos se matan para manchar la reputación de su democracia de 12 años!
Ortega es incomprendido. No ven su estatura porque no quieren. He aquí un contraejemplo a los señalamientos de que no es demócrata: ese prócer Ortega es el loable estadista que tiene solidaridad de sobra con los perseguidos políticos del mundo. Por eso dio asilo al expresidente salvadoreño Funes, acusado de corrupción en El Salvador. Solo porque bebía Cinta Azul. Envidiosos.
Ortega es bueno. Si no, pregunten a los millonarios nicaragüenses y a algunos acaudalados inversionistas salvadoreños que saben denunciar el autoritarismo cuando el dictador no hace bien su tarea: cuando se rehúsa a beber Cinta Azul o Flor de Caña con ellos.
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1 Responses to ““Flor de Caña” no rima con “democracia””
400 muertos? Eso es nada comparado con El Salvador.