Julio López: “Estamos llegando 100 años más tarde a hacer cine pero más vale tarde que nunca”

Su sueño, en realidad, era ser guitarrista. Hace 16 años, por suerte, se topó con una cámara fotográfica, lo que supuso un acercamiento con el mundo audivisual que pronto lo llevó a hacer videos experimentales, cortos de ficción y eventualmente lo que quería: largometrajes documentales. Entonces, cuando aún destrozaba canciones en su guitarra, no se imaginaba que dirigiría películas sobre memoria histórica en El Salvador, o documentales que retratarían la fiereza de la región centroamericana ni, mucho menos, que se convertiría en un productor cotizado, ganador de un Ariel, uno de los más importantes premios de la industria cinematográfica mexicana. 


Julio López Fernández cumplirá 35 años en una semana. Su carrera en el cine salvadoreño ha sido ascendente. Lo más reciente, que aún le está sumando elogios, es el galardón que recibió en abril de este año en la Ciudad de México, donde vive: la película “Ausencias”, de la directora mexicano-salvadoreña Tatiana Huezo, que Julio produjo, ganó el Ariel como mejor cortometraje documental, premio que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas.

Como productor, Julio ha formado un binomio con la directora Marcela Zamora que ha servido para la producción de documentales potentes, que hurgan la realidad devastadora de El Salvador, como “El cuarto de los huesos”, y para el nacimiento de su productura, Kino Glaz, que trabaja en proyectos centroamericanos. Desde México, donde tiene su base de operaciones, lo hace con la productora Cine Murciélago.

Es, además, el director de la edición salvadoreña de la plataforma internacional Ambulante,  Gira de documentales de México.

Su trabajo a tiempo completo como productor ha hecho que su más reciente película como director, un largometraje documental llamado “La Batalla del Volcán”, se cocine a fuego lento. En etapa de montaje, la película usa como excusa la ofensiva guerrillera de 1989 para hablar de lo que todavía cuesta hablar: el duelo no procesado que se originó tras doce años de guerra civil en El Salvador.

“En los próximos 20 años tenemos que estar siempre haciendo ese tema (memoria histórica) porque todo lo que hagamos quedará como registro en la historia y es fundamental”, explica Julio desde sus convicciones.

La vocación le viene de niño. Lo conocí en quinto grado, recién llegado de México y sin idea de lo que había en El Salvador. Desde entonces, creo (y es mera especulación de mi parte), ha buscado respuestas. Desde entonces somos amigos. De hecho, él siempre cuenta el incidiente que sirve de introducción a nuestra plática.

Julio: “Corría 1993, tuvo que haber sido febrero. Yo había nacido en México, de madre salvadoreña y padre guatemalteco, y regresamos en el 93. Era mi primer día de clases en un país desconocido, en un colegio desconocido, en un lugar donde yo me sentía absolutamente diferente. Entro al salón de clases, en quinto de primaria, veo un lugar vacío y voy y me siento. De repente siento que alguien me toca el hombro y me volteo y veo para arriba y veo a tremendo individuo, que me dice: “Ese es mi lugar”. Entonces ya me paro discretamente y eras vos, cabrón. Luego yo me entero que ni siquiera era mi grado. Fue la primera persona que conocí en el Externado. Jajaja”.

De esa época recuerdo haber leído una historia tuya, escrita con esa letra de garrapatas que tenés, un cuento sobre un cuervo que me sorprendió. Ahora que lo veo, con el tiempo, me digo que había algo naciendo ahí.

 Siempre hubo la necesidad de crear historias, aunque nunca fue consciente, no sé si necesariamente dedicadas al cine pero siempre estábamos haciendo cosas. Vos y yo hicimos unos videos chistosísimos que todavía deben estar por ahí. Fueron las primeras películas. Nuestra adaptación de Star Wars también quedó increíble, de hecho ganamos la feria de inglés de ese año. Lo que sí estoy seguro es que en esos primeros años lo más importante era la música. Fue la ruta a seguir. Y lo fue hasta los primeros años de universidad, cuando decidí que me llamó más la fotografía como medio de expresión que la música, y decidí, tajantemente un día: voy a dejar de tocar guitarra y voy a aprender a hacer foto.

¿Cuándo fuiste consciente de que tomar una cámara de cine era el camino a seguir?

 Recuerdo que fue en el 2000, en el primer año de universidad que hicimos juntos en la UCA, en la carrera de Comunicaciones. Un amigo mío que ya murió, Alejandro Funes, él tomaba fotos y decía que la fotografía es el mejor pretexto para estar en cualquier lugar y cuando me dijo esto se me abrió la mente. Para estar en un concierto, en un evento social, para estar la casa de una familia, en una comunidad alejada de la ciudad, el pretexto ideal para viajar y conocer otras culturas. Los siguientes dos años la foto fija fue mi obsesión. En esa transición me vine a vivir a México, a estudiar la carrera de Comunicaciones en la UNAM, y ahí me di cuenta de que me tenía que concentrar. Me interesaba mucho sacar la carrera, más que por las comunicaciones en sí, por el enfoque de las ciencias sociales que quería desarrollar, y ahí me di cuenta de que no iba a dar tiempo de estar haciendo muchas cosas. Cuando empecé a estudiar fotografía todavía se estudiaba foto en rollo, pero justo me tocó la transición digital, empiezan a abaratarse las cámaras de fotografía, las de video, y fue natural ver que había clases de documental,  y como quería hacer foto documental y  hacer video documental era como muy orgánico. Poco a poco fuimos haciendo video documental, pero nunca hubo un plan.

El tipo de historia que hacés no son felices. ¿Fue deliberado hacer este tipo de cine o han sido las circunstancias?

 Lo que ha siempre ha habido, y ha sido una influencia de mis padres, es una preocupación por los temas sociales y por entender qué es lo que está pasando, y levantar la voz o ser consciente. El interés siempre ha estado ahí, lo que pasa es que eso se combina con un país hundido en unas crisis sociales profundísimas. Entonces, si ya hay un interés de hacer temas sociales y vives en el norte de Centroamérica pues vas a tener trabajo presumiblemente toda tu vida, sobre estos temas. Creo que en cualquier lugar donde me estableciera o hubiera vivido siempre me hubiera gustado hacer temas sociales, lo que pasa es que hacer temas sociales en Centroamérica terminas hablando de unos proceso muy complejos de violencia y desigualdad.

López Fernández junto al fotógrafo Franklin "Meco" Rivera.

López Fernández junto al fotógrafo Franklin “Meco” Rivera.

Vos naciste en México por una circunstancia relacionada con El Salvador, pues tu familia estaba exiliada. Pudo haber sido un camino para vos contar historias netamente de México. Y sin embargo escogiste el norte de Centroamérica, ¿por qué?

 Hay dos hechos que me marcaron y me marcarán para siempre. Primero, el origen de mis padres: mi papa de Guatemala y mi mamá de El Salvador me inculcaron el amor por esos dos países hasta el fondo de mi ser, y yo me considero más centroamericano que mexicano. Las circunstancias hicieron que naciera en México; ahora, las circunstancias hacen que viva en México también pero considero que mi origen total es ahí. Y el hecho de haber llegado siendo un niño a El Salvador y el haberme ido siendo un adulto marcó mi vida de una forma indeleble. La relación que yo tengo con El Salvador es de un compromiso absoluto y total. Creo que terminás entendiendo el discurso que hacés como creador: las primeras películas que estamos haciendo fueron para plantear una base de la cual trabajaremos. Los temas, el estilo, el tipo de proyectos, y por lo tanto esas primeras películas tenían que ser necesariamente salvadoreñas. Teniendo esa base conceptual, donde has puesto tus banderas, creo que ya podés expandirte más. Por otro lado, México tiene millones trabajando esos temas y en El Salvador hay poquitos, porque es un país pequeño con poca gente. Hasta solo por necesidad dices: “hay que trabajar Centroamérica, es más urgente y el aporte que hagas puede tener un poco más de peso porque no hay tanta gente haciéndolo”.

He discutido con muchos colegas sobre el tipo de periodismo que debe hacerse en una región como el Triángulo Norte de Centroamérica, sobre las historias de pandillas y de narcos versus las historias positivas, del lado amable de las cosas. ¿Vos cómo manejás ese diálogo interno?

 Me hago esa pregunta todo el tiempo, además nos lo cuestionan mucho cuando presentamos nuestras películas, sobre todo el público salvadoreño, que nos dice por qué tocamos siempre lo más feo de El Salvador. Empieza por una cuestión de principios personales: cuando tienes una convicción de que tu papel es contribuir a generar una mejor sociedad, no importa desde qué profesión, pero eso te obligará a tener ese compromiso. Y yo no le veo mucha discusión: evidentemente cansan los temas, uno termina estando muy afectado y hay momento en que a nivel personal te tenés que separar de los temas pero el compromiso siempre estará. Hay una frase que una vez nos dijo el documentalista Everardo González: “cuando tú tienes de entrada el compromiso social, uno termina haciendo las películas que tiene que hacer, no necesariamente las que quiere hacer”. Viviendo en El Salvador, si haces documental social, tienes que agarrar al toro por los cuernos. Y el mismo compromiso que tienes te hace ver que no tiene sentido hacer otro tipo de cosas.

Vi la entrevista que te hizo Carlos Argueta, para la revista Digital de Comunicaciones, y hay una parte simpática al inicio. De hecho tu cara denotaba sorpresa cuando te dijo que eras parte de la época dorada en el cine de El Salvador. Es un gran reto, ¿esta generación tiene delante eso?

 Creo que la generación que está trabajando ahora es importante en la medida de que es la primera generación que está haciendo cine de forma sistemática, y, casi por selección natural, va a ser importante. El país, en las condiciones que estuvo en todo el siglo XX, nunca tuvo los recursos para hacer cine y luego con la llegada de la guerra se canceló toda la producción. Al terminar la guerra coincide con la entrada de la era digital. Entonces, evidentemente se empieza a hacer cosas. La década pasada y esta son importantes en la medida de que van a terminar de consolidar lo que que podrá ser llamado cine salvadoreño. Nos tocó vivir este momento y hay que aprovecharlo. El Estado se ha metido a dar recursos para hacer cine y eso es fundamental: ninguna cinematografía en el mundo existe sin que el Estado haya dado el primer paso y ahora que lo está dando, con todo y las dificultades que siempre van a existir, es increíble. Ya dentro de pocos años vamos a estar hablando de cine salvadoreño y es muy emocionante formar parte de estas décadas en que se va instaurar. Estamos llegando 100 años más tarde pero más vale tarde que nunca.

Me gustaría que fueras sincero, ¿te gusta el cine que se está haciendo en El Salvador?

 Pues no me gusta todo, evidentemente. Lo que pasa es que hay que tener muy claro cuál es la escala de valores con la que mides las cosas porque en un país que no tiene escuelas de cine, que no tiene ley de cine, que no tiene cineteca, ¿qué puedes tener? Puedes tener un montón de errores antes. Hay cosas que me gustan y otro montón de cosas que no, pero también entiendo que las condiciones del país no permiten que tengamos las herramientas para poder articular discursos potentes, en este caso cinematográficos. Cuando tienes la posibilidad de salir y ver otros lugares que tienen industria, y hablar con otros autores, te das cuenta de la falta de formación que tenemos. Todo se define en formación. Y en El Salvador nos falta un montón. ¿Quiénes han hecho las películas más potentes en El Salvador? Gente que ha estudiado afuera o gente que ha podido formarse. Mientas no haya formación, será bien difícil generar muchas buenas películas al año.

¿Te parece una justificación válida? Es una discusión que hemos tenido muchas veces con vos y lo hablábamos con Orus (Villacorta) el otro día, sobre fútbol, y él decía que El Salvador a lo más que aspira es a emocionarse cuando México pierde. Yo le decía que esa era la premisa más clásica de la mediocridad. Es lo mismo que te podría decir a vos: eso es lo que hay y hay que apoyar cualquier cosa.

 No, ahí sí estoy en contra. No tenemos que apoyar cualquier cosa, tampoco.

¿Pero no creés que todo eso que me estás diciendo es solo una justificación?

 Es decir, y para no hablar de todas las artes o de fútbol, hablando específicamente de cine, el problema es que el cine, además de ser un arte, es un negocio, entonces hay una cantidad de tipos de proyectos diferentes que es muy difícil entender cómo pueden funcionar… En ningún país, en ninguna región, siempre se van a generar o producir grandes películas. Es imposible. En todos los países, de cada 10 películas siete son malas, dos son buenas y una es una obra maestra, y eso pasa en todos lados. Y eso pasará en El Salvador. Ahora, si le sumamos las dificultades específicas de El Salvador, eso hará que las buenas películas todavía se vean más reducidas. Creo que a la hora de criticar o de evaluar otros proyecto hay que ser muy críticos con uno mismo y con el trabajo de los demás, pero también creo que las condiciones de El Salvador implican unos esfuerzos que no todo el mundo sabe. Es difícil: hacer una buena película no es solo difícil en El Salvador; es difícil en todos lados.

Creo que ya te lo había dicho: que me parecía importante que fuera precisamente esta generación la que contara lo que ocurrió con la de sus padres, que le tocó luchar o sobrevivir una guerra. Una de tus películas retoma la ofensiva de 1989, ¿Qué te pareció a vos contar esta experiencia?

 Trataré de ser breve. Esto da para una plática bastante larga.  Cuando yo me di cuenta de que había una carencia de fuentes de información para entender la guerra –aunque ahora hay un montón-, pero considero que sigue siendo insuficiente para que nosotros, y las nuevas generaciones, sepamos y entendamos qué fue lo que pasó. El primer punto fue ese: quería hacer un trabajo de largo aliento sobre la guerra porque siento que aún faltan un montón de cosas que no se han contado, dentro de eso se incluiría la ofensiva del 89. Luego, cuando escoges el tema, en este caso la ofensiva del 89, y dices ¿qué vamos a hacer respecto a ello? Evidentemente había que hacer un análisis que yo reparto en cuatro niveles: que era el político, el militar, el histórico y el personal. La carga de trabajo era mucha porque tenías que tratar de entender cómo se fueron dando esas cosas. Una vez llegado a ese momento, te das cuenta de que, aparte de los análisis políticos, históricos y militares que se pueden hacer de la guerra, y en este caso de la ofensiva final, el más importante para el proyecto era el personal. Me di cuenta de que había una serie de conflictos emocionales que tenemos, a nivel colectivo e individual, enormes, que había que explorar. Y en ese proceso me fui encontrando con conflictos míos. ¿Cuál era mi relación con la guerra? ¿cuál era la relación de mi familia con la guerra? Y cómo había influido en mí, para bien o para mal, el conflicto de los 80 en El Salvador. Al final, hice esta película para hacer un aporte a la memoria del país y terminas entendiendo cómo fue que afectó  eso directamente a tu vida, y te vas dando cuenta de que es imposible hablar de El Salvador… no hay en El Salvador ninguna familia, ninguna, que no haya sido tocada o afectada por la guerra. Quiero hacer un aporte a la reflexión, no solo a la difusión del análisis de lo que ocurrió, sino también una reflexión sobre las consecuencias reales que tuvo el conflicto sobre nuestra sociedad, sobre nuestra familias, sobre nuestras personas.

El cineasta Julio López durante el rodaje de su película "La batalla del volcán".

El cineasta Julio López durante el rodaje de su película “La batalla del volcán”.

¿Cuál fue tu conflicto? Y dos: ¿creés que nuestra generación se ha liberado de ese esquema de blancos y negros que se tenía muy marcado durante los 80 y en la posguerra?

 Los conflictos que tenía eran dos, sobre todo saber qué había pasado. Al final yo nací en México por culpa de ese conflicto y desde entonces mi vida está determinada directamente por eso, y a mí me daba mucha ansiedad, sin yo saberlo en ese momento, que yo no sabía qué había pasado en la guerra. No entendía cómo la sociedad salvadoreña había llegado hasta ese punto, es decir, podés tener ciertos puntos que te van dando luces sobre cosas, pero realmente entenderlo, saber qué fue lo sintió la gente que decidió tomar las armas, por qué decidió tomar las armas, comprender esa realidad, para mí era importante. Me quería sentir identificado con esa guerra tan importante para el desarrollo de mi vida, y al final creo que lo logré porque terminé hablando con docenas de personas que estuvieron involucradas, y logré entender las motivaciones de ese estudiante, de ese campesino que se convirtió en militar, de ese periodista, de ese político. Y me hizo comprender algo, que fue de las cosas que me lanzaron al proyecto, que era cómo ese conflicto ha definido a la sociedad que tenemos, porque también el problema era decir: ¿de dónde venimos para estar en esta situación tan horriblemente brutal? Entender eso te da unas herramientas bien sólidas para entender el presente.

Lo otro fue el diálogo. La película parte de una premisa que es que nunca se ha hablado sinceramente de la guerra, porque todos los discursos que se han generado de la guerra o eran discursos callados por el miedo de la misma guerra o eran con fines propagandísticos. Hay un cierto diálogo, uno muy importante que está fuera de lo ideológica, que no se ha tenido. Entonces la decisión fue hacer una plática general sobre la ofensiva del 89. Pero cuando hablás de la ofensiva en realidad hablás de la guerra, que había bandos, una guerra entre compatriotas, y al final la película termina siendo un gran diálogo. Mío con los personajes pero en la misma película los personajes comienzan a hablar entre sí. Una de las frases que más tenemos en la peli es: “yo nunca había hablado de esto”. Eso es durísimo. Yo nunca había hablado de esto… con mi familia. Ya sea por miedo, por remordimiento, pero nunca se había hablado. Parte de la curación que creo que necesitamos tener como sociedad es platicar para tratar de curar esas heridas. Después de platicar con la gente me di cuenta de que yo no había tenido esas pláticas con mi familia tampoco, que era exactamente calcado el modelo en mi familia que el de otras millones de familias en El Salvador.

¿Te das cuenta de que tu película sirve para cerrar un duelo, que a pequeña escala es lo que todavía no ha hecho el país?

 Totalmente, y la película tiene esa lógica. No quiero adelantarme, porque no se ha visto todavía, pero va mucho por esa lógica del duelo. Se empieza hablando de la ofensiva, parece ser de la ofensiva, pero en el fondo estamos hablando de perdón y reconciliación. Ahora me decías cómo eso ha influido o sigue estando el país polarizado. Entonces tenemos dos problemas: si no nos apuramos a terminar de generar ciertas bases de memoria, el país (seguirá) metido en conflictos tan graves.

Tus últimos proyectos han sido más como productor que como director, ¿cómo te convertiste en productor?

 Cuando en Trípode Audiovisual empezamos a trabajar en 2008, nosotros no estudiamos cine, ni audiovisual, si no que aprendimos solos. Aprender de forma autodidacta te obliga a aprender un poco de todo, entonces siempre tuve mis ideas, las desarrollaba, y los primeros años, sin darme cuenta, terminaba produciendo todo lo que hacía. En colectivo, como se hace en todos estos proyectos. Y llegó un momento en que otros colegas, otros amigos, se acercaban para ver si podíamos hacer juntos tal proyecto y terminé produciendo. Mi primer trabajo formal, después de toda la experiencia acumulada, y ya específicamente con ese cargo, fue “El cuarto de los huesos” de Marcela Zamora. Después de ahí se vino en cascada, y ahora todo el día trabajo como productor. Y mi proyecto “La batalla del volcán” se ha ido cocinando súper lento, que está muy bien porque así lo quería. Vivo como productor, trabajo como productor y gano mi salario como productor y me encanta porque sigue siendo, el productor y el director, las únicas personas de la producción que están involucradas en todo el proyecto.

Quién te hubiera dicho que ibas a terminar así…

 Nunca, nunca, si yo pensé que iba a ser guitarrista, cabrón.

¿Cuáles son las historias más urgentes para contar ahora mismo?

 Creo que hay tres, no sé si historias pero sí temas. Con Marcela queremos contar ahora la Centroamérica de Estados Unidos, nunca lo hemos hecho y me parece fascinante ir a ver qué está pasando con la gente. La otra, memoria histórica. Creo que tenemos 20 años para levantar testimonios de la gente que vivió la guerra o la segunda mitad del siglo XX en Centroamérica. En los próximos 20 años tenemos que estar siempre haciendo ese tema porque todo lo que hagamos quedará como registro en la historia y es fundamental. Y un tercer tema, hacer un poco de ficción. Siempre con los mismos temas, pero creo que la ficción nos dará la oportunidad de tocar los temas de una forma más personal.

Cuando éramos niños era imposible pensar en cine salvadoreño y ahora es real. ¿Creés que veremos algún día súper producciones nacionales?

 No sé si las vamos a lograr ver, lo que sí es que sería posible verlas. Pero, ¿qué es lo necesitamos? Una participación activa de los distintos actores: gremio, Estado y empresa privada. Si esos tres actores logran generar una sinergia y empiezan a trabajar, de aquí a 15-20 años podríamos ver una película de esas características.


Los cineastas hablan:

Brenda Vanegas: “Hacer cine no solo es querer hacerlo, es trabajo y sacrificio”

Marcela Zamora: “Con su cine va a tener más voz El Salvador”

Arturo Menéndez: “En dos o tres años habrá una reventazón de películas y propuestas”

Además:

Los sonidos del cine salvadoreño a tres voces

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