Brenda Vanegas, documentalista y cineasta salvadoreña, tuvo una semana agitada. Recién el viernes 8 de julio de 2016 supo que la campaña de “crowdfunding” –un recurso para captar fondos del público a través de la web para fondear proyectos de todo tipo– había sobrepasado la meta de los $40,000 dólares que ella y su equipo necesitaban para finalizar el largometraje “Volar”, una película salvadoreña en ciernes que hablará sobre la migración, la amistad, el amor y el olvido. Pero eso fue el viernes. El martes anterior, 5 de julio, Factum habló con la cineasta sobre esta película a la que medio millar de salvadoreños terminaron aportando algo y cuyo título se ha convertido ya en una sensación en las redes sociales.
El “crowdfunding” es apenas el capítulo más reciente en la realización de este largometraje en el que Brenda, hija de migrante, recoge el tema de la cotidianidad de miles de mujeres salvadoreñas y latinas que dejaron a sus hijos para buscar mejores derroteros económicos lejos de la tierra cuyo nombre calza sus partidas de nacimiento. “Son el mismo retrato, son estas mujeres que se sacrifican, que tienen el corazón en su país y el cuerpo en otro país”, dice Vanegas al hablar de las historias de vida, la suya entre ellas, que inspiraron su primer largometraje. “Volar” es una de las películas que este año y el pasado han sido financiadas en parte por el proyecto Pixel del Ministerio de Economía de El Salvador. Y es, sobre todo, la obra de una cineasta que se cuenta entre esa generación de directores y documentalistas salvadoreños que empiezan a llevar sus obras a las salas de cine del país y el mundo. En esta entrevista, Brenda Vanegas habla de sus motivos, sus complicidades, su visión, de “Volar” y los procesos creativos y sacrificios que hacer la película implicó. Aquí, Brenda habla de su cine. Salvadoreño.
Teaser Volar – english subtitles from La Estación on Vimeo.
Hablemos de vos. ¿Cómo llegas al cine?
Yo llego al cine a través de la escritura. Para mí una forma de vivir es escribir, y yo me doy cuenta de eso muy jovencita porque tenía ciertos problemas para expresar mis emociones verbalmente y sentía que de alguna manera lo sufría eso en mis relaciones interpersonales. Un día, con uno de estos amores adolescentes, me escribieron una carta haciéndome un poquito de reclamo; esa vez, que decidí contestar esa carta, me di cuenta de que expresaba mucho mejor mis emociones de forma escrita…
¿Con cuántos años?
Unos 11 años quizá…
Wow.
(Ríe) Sí, fue una cosa muy bonita… Me auto descubro muy pequeñita: una sensación de que en eso era buena y que así podía expresar realmente lo que siento. Yo no soy muy afectiva verbalmente o corporalmente, entonces empecé a escribir; llenaba un cuaderno grueso por año con las cosas que sentía, empezaba a contar cosas, a expresar emociones o a imaginar cosas y personajes. Ya a la hora de tomar decisiones sobre qué vas a hacer con tu vida, decidí estudiar comunicaciones, y al segundo año entró la materia de audiovisual, y ahí es que este mundillo que yo tenía en los cuadernos y la cabeza como que agarran forma y se solidifican.
Al final de mi carrera pasé por una situación personal bastante fuerte: se muere mi padre de crianza. Yo crecí con mis tíos porque mis padres se divorcian cuando yo tenía 6 años. Nunca conviví con mi madre. Esta muerte repentina de mi padre de crianza me hace un click, porque pienso que nunca he vivido con mi madre y eso me puede pasar también con ella. Agarro mis maletas de un día y me voy sola a Suramérica, dos meses a viajar para saber qué tenía que hacer, y así decidí ir a vivir con mi madre. Fue un desastre. Teníamos mucho tiempo de no convivir y éramos dos personas desconocidas que con el tiempo llegamos a comprendernos.
Estando ahí en Nueva York –donde vivía mi madre- yo ya había decidido estudiar cine…
¿A estas alturas ya habías publicado material?
Nada, solo un par de cortillos muy experimentales. Desde que estaba en segundo año de universidad –no tenía 18 años todavía- me metí a una productora que se llamaba ProArt, que era trabajo publicitario. Eso me dio acceso a la cámara, los equipos y algunas ideas y sí hicimos un par de cositas. Había un cortito que se llamaba “Personajes”, otro “Soledad”; eran cosas muy experimentales. Uno de ellos incluso estuvo en el (festival) Ícaro.
Estabas en Nueva York.
Nueva York me cambia la visión de mundo, porque empiezo a convivir con muchas mujeres migrantes. Yo ya conocía esa realidad porque mi madre había migrado, pero no con la madurez presencial que da estar conviviendo con estas mujeres. Ellas me enseñaron mucho: empecé a trabajar en lo que ellas hacían y empecé a ahorrar; empecé a trabajar también dando clases de español a niños gringos, cuidando bebés, en un supermercado, haciendo un poquito de todo.
¿En qué año era esto?
En 2006. Estuve ahí dos años más o menos. Cuando ya tenía un poquito de dinero pagué el curso de cine. Mi mamá me ayudó después de lidiar un poquito con la idea, porque nadie estaba muy convencido de que estudiara cine, les parecía una locura. Pero me terminó apoyando para que pudiera hacer el máster de guion. Me regresé a El Salvador y como los dos años de haber vuelto, con un poquito de dinero ahorrado, tenía claro lo que quería hacer, que era poner una productora que se dedique a hacer cine político, muchísimo documental con organismos internacionales…
¿Así nace “La Estación”?
Sí… así es un poquito el recorrido.
¿Qué tipo de trabajos empezaste a hacer con la productora?
Hemos trabajado muchísimo los temas de niñez y migratorio, son nuestros temas más recurrentes. Hemos hecho varios documentales. El año pasado terminamos “El camino más largo”, nominado a mejor documental en el festival Ícaro. Para mí fue muy bonito compartir la nominación con Marcela Zamora y “El cuarto de los huesos”, con el que ella termina ganando. “El camino más largo” relata las historias de 9 niños que migran con la intención de llegar a Estados Unidos y son repatriados. También trabajamos “Mujeres santas”, una historia de mujeres haitianas migrantes en República Dominicana, hondureñas en Estados Unidos y Canadá y nicaragüenses en Panamá… También hemos hecho nuestras propias producciones independientes: yo siempre tuve por ahí mi venita de la ficción, que es con lo que he vinculado más mis proyectos personales.
¿Cuál es la diferencia en el proceso creativo de un proyecto de ficción y un documental?
La ficción me permite hablar de estos mismos temas pero con más libertad. En la ficción yo soy más esperanzadora y más luminosa. “Paula” fue mi primera ficción, un cortometraje que también fue nuestra primera experiencia de co-producción con Relativo –que con La Estación son las dos productoras de “Volar”. “Paula” es la historia de una mujer a quien le toca irse por violencia, pero ella es una mujer luminosa.
En América Latina es muy común que el cine de ficción surja del cine documental… ¿Tu yo de ficción le debe todo a tu yo documentalista?
No. Sí se llegan a relacionar los temas, pero los planteamientos de la ficción son eso, ficción. Son procesos creativos aparte, sí se nutren, pero si ves una pieza documental mía y una pieza de ficción son muy distintas aunque tengan temas o personajes parecidos. Son procesos diferentes, y eso es algo muy consciente porque en la ficción busco esa luz en la forma en que se desarrollan los personajes y en que se plantean las tramas, busco que sea más por allí, más luminoso.
Hablemos de “Volar”. Conociendo tu historia se entiende uno de los motivos, que es esta experiencia con las migrantes en Nueva York…
“Volar” se nutre de un montón de estímulos y de experiencias cortitas que tuve, y que en la vida real no están relacionadas entre sí. Fue una oportunidad chula de unirlas en una ficción.
En los personajes, según están escritos en la información que hay de la historia, se ven muchos de esos elementos de los que me has hablado…
María está inspirada en mi madre. Tienen rasgos diferentes, pero está inspirada en esta rutina que da la condición de migrante, que es algo que yo vi en mi madre desde que yo era muy chavita: desde los seis años vi a mi madre trabajando doble turno, tener una vida muy sola, comer con el televisor encendido, añorar hablar por teléfono los fines de semana, mandar la remesa… Esa cotidianidad viene de la inspiración de ver a mi madre año tras año. Cuando he hablado con otras mujeres migrantes son el mismo retrato, son estas mujeres que se sacrifican, que tienen el corazón en su país y el cuerpo en otro país. Mi madre no cuidó a una mujer con Alzheimer, pero sí vi muchas mujeres que cuidaban de otros. Siempre trabajos definidos por los roles: la limpieza, la plancha o al cuidado. Las mujeres migrantes usualmente están haciendo este tipo de trabajos.
¿Y Ester?
Viene de una experiencia totalmente distinta. Yo estaba visitando a mi madre en Nueva York, donde ella vive en una primera planta (de un dúplex); estábamos cenando cuando de repente escuchamos unos gritos terribles de una persona que parecía mayor. Nos alarmamos. Fuimos con mi hermana y mi esposo a preguntar qué pasaba. Nos salió una cuidadora y nos dijo que no era nada. Al día siguiente se repitieron los gritos y llamamos a la policía. Era el caso de un maltrato, así de sencillo. Fue una experiencia muy dolorosa: la hija –que salía a trabajar toda la semana y dejaba a su mamá al cuidado de otras personas– nos dijo que la señora no era capaz de decir lo que pasaba: sufría de Alzheimer y por eso no se acordaba de los maltratos o no sabía explicarlos. Esta experiencia fue cortita pero muy intensa. En “Volar” uní estos dos personajes que empiezan a desarrollar vínculos, una amistad, humanidad.
¿Por qué te llevás la historia a España?
Uno en el papel escribe lo que quiere, pero hacer cine no es siempre hacer lo que te imaginaste en el guion, sino lo que tenés de recursos para hacerla. Ya cuando estaba haciendo el planteamiento de hacer la película, no de escribirla, hacer un Nueva York en El Salvador me parecía imposible; me parecía más viable hacer una España acá, porque conozco a españoles que son amigos y hacen teatro, que actúan y en el Centro Histórico hay espacios que nos podían hacer sentir en España. Digamos que fue una decisión de producción.
Por lo que me contás, por el perfil de la historia parece que aquí uno de tus principales retos fue la dirección de las actrices, ¿cómo enfrentás eso?
Hacer cine es la verdadera escuela. Hacerlo. Yo estudié dos años y no tiene comparación solo plantearse hacer un guion que hacerlo. Yo me di cuenta de que tengo una habilidad para comunicarme con los actores y las actrices. Yo soy muy de procesos. De hecho yo no quería hacer un largometraje, me salió un largo. Hice un proceso de contarles a las actrices, sobre todo a las principales, Patricia Rodríguez, Isabel Dada e Inma López. Les conté de dónde venían las motivaciones y cuáles habían sido las sensaciones ante estas historias y estos personajes. Luego les mostré documentales que había hecho y les enseñé algunos escritos de las sensaciones que había tenido cuando yo había estado en estas experiencias. Vimos documentales juntas. Fuimos a entrevistas juntas con neurólogos que habían tratado esto. Hice un recuento de varios documentales y películas que me evocaban distintas cosas del personaje de Ester…
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, para el personaje de María, vimos “Los lunes al sol” (del director español Fernando León de Aranoa, que en 2003 arrasó con los Premios Goya)… En esta película hablan de las sensaciones después de un despido. María es un personaje al que le pasan un montón de huevos pero no se va a quedar a llorar, tiene que salir adelante. Les mostraba también un documental que se llamaba “Cuidadores”, porque para mí era importante que fuera creíble el personaje de un cuidador que de repente se va a hartar, que va a tirar la toalla, que se va a frustrar y va a llorar. Todo ese proceso de creación de personajes lo íbamos haciendo muy de paso a paso. Yo entregaba al crew, al staff y al cast actos de lo que pasaba en la primera parte de la película, luego en la segunda parte y en la tercera parte… Hasta el final les pasé el guion. Me interesaba más que sintieran la película a que estuvieran preocupados por el número de escenas. Con las actrices las lecturas de guion eran estudiar qué dice y qué significa la escena. Luego ensayamos las entonaciones. Con Isabel Dada veíamos cómo iban a ser las entonaciones, cómo iba a ser su acento, cómo iba a caminar. Hicimos ejercicios con españoles para que le ayudaran con el acento.
¿Grababas esos ensayos?
En algunos casos sí. Hicimos ensayos, alquilamos el espacio (de filmación) por un mes y ya lo teníamos acomodado y todo; yo necesitaba que las actrices sintieran que ese era su espacio: que se acostaran en la cama, que fueran al baño, que se vieran en el espejo… Esto ayudó muchísimo porque de alguna manera los personajes se habituaron a ese mundo. Hicimos esos ensayos con el director de fotografía, que es David Pinto y su trabajo fue indispensable; yo le decía que hiciera un plano (amplio) porque necesitaba una contemplación, o que necesitaba primeros planos porque el momento era de silencio, porque en ese silencio había una respuesta. Fue un proceso bien chulo al final.
¿Cuánto te tardaste en la filmación?
En el guion fueron unos seis meses. La preproducción empezó como en el tercer mes de la elaboración del guion y fueron unos cuatro meses. Fueron 22 días de rodaje, que se hicieron en septiembre (de 2015) de corrido, casi 18 días… Hace poco hicimos el último.
¿Cuándo te das cuenta que necesitás más plata y le apostás al “crowdfunding”?
Yo me di cuenta cuando estaba haciendo el guion: cuando escribís te das cuenta que la historia tiene su propia vida y ahí es bien difícil coartarla. Yo pensaba que estaba haciendo un mediometraje la verdad, pero cuando empecé a desarrollar los personajes, cuando empecé a conocer de la enfermedad de Alzheimer… En principio, era la relación de estas dos mujeres, pero luego, cuando empezás a definir qué enfermedad tiene tu personaje: empecé a estudiar las enfermedades geriátricas y llegué al Alzheimer, que me pareció terrible. Y luego fue una de estas cosas mágicas cuando pensás en qué más cosas unen a estas dos mujeres, y dije, el olvido, porque una está tratando de no olvidarse y la otra tratando de borrar, de no contestar llamadas… Cuando yo se lo planteo al crew les dije que no veía la película como un mediometraje sino como un largo y nos metimos a ese barco. Teníamos presupuesto para 12 días de rodaje, con lo cual fue una locura llegar a los 18 o 20 días. Topamos tarjetas, vendimos el carro, regresamos la prima de una casa… heavy… Pero quien mandaba era la película. Recibimos un fondo de $25,000, que sin ese fondo yo no hago Volar…
¿De dónde es ese fondo?
De Pixels. Pero ese fondo para hacer esta película era muy poquito. Yo ya sabía lo que se me venía con una posproducción que no podía hacer con el dinero que tenía, porque no es lo mismo musicalizar 30 minutos que hora y media. O corregirle color. O el montaje. O la mezcla de sonido. Acabamos la filmación. Yo terminé de rodar y no sabía en realidad cuánto iba a durar. Hicimos el primer corte, eran dos horas, y entonces supe que era un largo y así había que asumirlo. Así como hicimos lo mejor que pudimos en la filmación, así que había que buscar la posproducción que la película merecía. Teníamos que conseguir fondos. Empecé a sondear. Entonces dije: es un proyecto que puede generar un concepto distinto de los salvadoreños que visibiliza la realidad de los migrantes, de quienes siempre hablamos sobre la desgracia de su recorrido, pero poco hablamos de su cotidianidad de estar fuera del país. Entonces decidimos hace un crowdfunding: esta película solo iba a hacer posible si la hacemos entre todos; somos un montón de gente que hemos participado en la película, más de 50 artistas salvadoreños y ahorita hay más de 500 personas involucradas de una manera u otra con la película. Tengo la sensación de que este se ha vuelto un proyecto con una energía muy bonita, en el que la gente siente que se ha vuelto parte de algo positivo. El arte tiene la habilidad de unir diferentes credos.
¿Es demasiado ambicioso hablar de un nuevo cine salvadoreño?
Hace como 10 años, cuando yo me gradué, mi proyecto de tesis fue hacer una escuela de cine, y de hecho se hicieron diplomados y cursos de cine por un tiempo en la Mónica Herrera, pero creo que no estábamos preparados, porque no había las cosas que ahora tenemos. Sí, somos una generación que hace 10 años quisimos hacer cine, y fue una generación valiente porque nos fuimos a estudiar cine como fuera. Fuimos unos 15 o 20 cineastas, una gama diversa, que fuimos a estudiar cine y regresamos al país. Éramos un grupo que ya no solo quería estar metido en publicidad sino que ya tenía la inquietud de contar historias. Y hoy la tecnología es bárbara: hace 15 años era rogarle a alguien que te prestara una cámara, pero hoy de verdad podés hacer algo con tu celular o con una cámara barata. El cambio de la tecnología digital ha sido una gran oportunidad, y si a esto le sumamos que el Ministerio de Economía da fondos para producciones es una combinación súper interesante. Pero hacer cine no solo es querer hacerlo; es trabajo, sacrificio, experiencia, prueba y error. No podemos esperar de la obra de un cineasta una obra maestra. Hay que ser cuidadosos con los procesos individuales de los creadores. Y pasa con muchos realizadores: no han hecho un corto y ya quieren hacer un largo metraje, eso es como querer correr la maratón sin haber salido a caminar al patio. Hoy veo una gran oportunidad que hay cuidar mucho.
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