Arturo Menéndez se alista a terminar el primer corte de “La palabra de Pablo”, el largometraje en cuya preproducción ya trabajaba cuando estrenó “Malacrianza” en San Salvador, en octubre de 2015, pero en cuya historia llevaba trabajando ya 10 años. Esta vez, Menéndez se aleja del San Salvador más urbano para contarnos a la clase alta salvadoreña a través de una familia de la posguerra, cuyas intrigas hablan, dice el director, de corrupción, celos y violencia… En esta entrevista, parte del especial de nuevo cine salvadoreño que Factum presenta, Arturo Menéndez habla de su proceso de crecimiento creativo y del incipiente movimiento de producción de cine, documental y de ficción que El Salvador vive desde al menos tres años. Menéndez acaba de llegar a la Ciudad de México, a los estudios de Ítaca Films, para iniciar la posproducción de “La palabra de Pablo”. Allá, en la capital mexicana, Malacrianza lleva ya cuatro semanas en cartelera.
Recién terminaste rodaje de “La Palabra de Pablo”…
Fueron seis semanas de producción, pero había un trabajo de 10 años de guion; pasó mucho tiempo para que pudiera ver la luz. Desde que ganamos el premio Pixel, recibí apoyos de México y Canadá, de los mismos socios que tuvimos para Malacrianza, y a partir de ahí ya se pudo llevar a cabo el rodaje. Tuvimos un crew muy diverso: tuvimos un director de fotografía costarricense, Gustavo Brenes; un asistente de cámara uruguayo; una continuista mexicana; una actriz colombiana, Paola Baldión, que ha estado ya en varias películas colombianas.
¿Qué se puede saber del argumento? ¿De qué va la peli?
Es un drama familiar de posguerra. Tiene que ver con los celos, la violencia, pero mostrando la violencia que existe en otras clases sociales, en este caso la clase alta. Habla de los traumas del pasado. Es una historia que también tiene que ver con corrupción, con engaños.
Contame de la evolución del guion y de la historia…
Cuando estuve en la universidad, en Madrid, yo me apasioné con (William) Shakespeare… Me apasioné de Yago de Otelo; siempre me pareció que Yago era el que movía toda la historia, el que traía todos los conflictos e intrigas que mueven la historia para adelante. Basé en ese personaje mi historia. De ahí nació Pablo. Fue un proceso largo: una versión muy temprana fue mi trabajo de tesis, estuve en varios talleres, tuve varios maestros de guion, y así fui corrigiendo… Lo dejé un tiempo sin tocarla… Tuve que hacer Malacrianza para hacer La palabra de Pablo.
¿Por qué? ¿Tenías que madurar más como cineasta? ¿O por un tema financiero?
En todo sentido. Necesitaba madurar un poco: llega una edad en que uno ya tiene un par de historias que contar, aunque uno de bicho pueda contar historias, no digo que no… Lo que me dio Malacrianza fue credibilidad ante personas que hoy me han ayudado. La palabra de Pablo ha crecido mucho a nivel de presupuesto (comparada con Malacrianza). Desde los premios Pixel. También vieron que Malacrianza estaba en cartelera, que se mantenía, todo eso ayudó. Los otros productores pensaron que estaba haciendo algo bueno y decidieron apostar otra vez, y hoy hay presupuestos y otros recursos que Malacrianza no tuvo; Malacrianza no tuvo recursos técnicos ni financieros ni nada…
Es evidente que hay un crecimiento en producción de Malacrianza respecto a Cinema Libertad…
Creo que a nivel técnico, Cinema Libertad está mejor cuidada que Malacrianza, en muchas cosas, sobre todo en producción porque como era un cortito se pudo involucrar más gente con más tiempo.
¿En posproducción?
No, en posproducción Malacrianza tuvo lo mejor de lo mejor. En Malacrianza, como la hicimos y como era una producción más grande, no pudimos contar con la gente todo el tiempo, dependíamos de los tiempos que la gente tuviera, así la hicimos, así se fue dando, por eso tenía muchos vacíos a nivel técnico. A la película, soy consciente y nunca lo he negado, le faltaron muchos recursos.
¿Dónde vas a hacer la posproducción de La palabra de Pablo?
En México, con los amigos de Ítaca Films, que fueron los mismos que tuvimos en Malacrianza. Yo tengo que llevar una copia de la película a finales de julio para evaluarla y empezar ese proceso. Ahorita estamos editando un primer corte. Es gratificante ver las imágenes bellas que han salido en esta película. Es otra cosa…
¿Cuánto has calculado que te vas a tardar con la posproducción?
En diciembre creo que estamos listos.
En distribución, ¿vas a seguir el camino de Malacrianza, con festivales y moviéndola en salas salvadoreñas?
Vamos a probar festivales primero: al menos los 15 en los que estuvimos con Malacrianza ya tenemos camino abierto. Vamos a probar un festival clase A y esperemos que nos acepten. La palabra de Pablo es una película más comercial, que es más larga, y creo que ya entra en otro tipo de circuito comercial.
¿Qué tenés en mente en cuanto a tiempo de duración?
Va a durar unas dos horas, hora cuarenta y cinco.
Pensando en la recepción que tuvo Malacrianza en San Salvador, que llenó salas y se mantuvo un buen rato en cartelera, ¿cuál es tu expectativa ya con un largometraje bajo el brazo? Esta ya no es la primera película de Arturo Menéndez, esa novedad ya pasó…
No, ahora el tema es cuál es mejor. Creo que la gente, quiéralo uno o no, la gente va a estar comparando, y eso es natural y es bueno. Yo creo que esta película, porque tiene elementos de thriller, los personajes tienen elementos graciosos, tiene muchos aspectos con los que la gente se va a identificar. Es una película muy salvadoreña, que habla de un entorno que no hemos explorado aún, porque la clase alta salvadoreña aún no ha sido explorada. Creo que la gente se puede identificar al ver una historia desde esta óptica. Yo espero que la gente llene las salas otra vez.
En Malacrianza, San Salvador, sus calles, son un personaje en sí mismo. ¿Está presente el elemento geográfico en esta nueva película?
Hay mucho de urbano, por el tipo de personajes, pero vemos otro El Salvador, uno más preciosista y que tiene otro tipo de carácter. El 60% de la historia ocurre en el Lago de Coatepeque, en una casa muy bonita, con exteriores y locaciones preciosas. Eso es algo que creo que la gente quiere ver. Ya no es El Salvador más de calle, urbano, que antes he retratado. Y me está gustando como se está viendo esto.
Parece, por lo que me contás, que en La Palabra de Pablo hay mucha filmación en exteriores, como en Malacrianza… ¿Es difícil filmar exteriores en un país como El Salvador?
Hay un 60% filmado en exteriores, lo cual es un poco más difícil, porque intentamos mantenernos en un espacio en que nos sentíamos seguros, que nos sentíamos controlados. Ya es más difícil por los factores naturales…
¿El tema de inseguridad te condiciona al filmar? ¿Implica más plata?
Sí, te condiciona. Lo tenés que tomar en cuenta. Por ejemplo, en Malacrianza fue un aspecto que no tomé en cuenta; solo me tiraba a la calle, no pedía permiso, solo nos bajábamos, agarrábamos la cámara y lo hacía. Hoy ya no lo hago, han pasado tantas cosas en los últimos años que ya uno va con un poco más de cuidado. Hay lugares en los que filmé Malacrianza a los que hoy en día no se puede ir. Eso no era así en La palabra de Pablo: aparte de un par de locaciones en las que vimos un par de movimientos raros, pero contábamos con presencia policial. Nada exagerado que nos fuera a suspender la producción. En Malacrianza sí sucedieron muchas cosas, pero no les ponía demasiada atención, quizá porque no tenía conciencia del peligro o porque venía condicionado de filmar en el centro (de San Salvador) con Cinema Libertad.
Hablemos de lo que está pasando con el cine salvadoreño, de ficción y documental: tus películas están ahí, las de Marcela (Zamora) están ahí en cartelera; Brenda (Vanegas) está recogiendo plata con crowdfunding para terminar Volar… ¿Se puede hablar ya de un cine nuevo?
Se puede hablar de un cine naciente. Ahorita ya comienza lo bueno. Ya hay proyectos que ganan premios. Ahí están Marcela, Julio (López), Tatiana (Huezo). Está Volar en ficción, que me parece un proyecto muy bueno. Hay un movimiento fuerte. Esto se va a poner realmente bueno de aquí a dos tres años, que habrá una reventazón de películas y propuestas, va a ser una fiesta del cine. Los premios Pixel, del Ministerio de Economía, son los que han venido a mover todo esto; gracias a ellos es que todo esto ha comenzado, le están apostando fuerte a esto. Yo solo espero que mejoren el tema de los desembolsos, porque como cineastas se nos complica un poco como lo tienen. Lo que está logrando Pixel es que los proyectos tengan más calidad.
Se están produciendo más películas y esto también está empujando nuevas propuestas, de música por ejemplo, con Cartas a Felice y Pescozada trabajando en bandas sonoras…
Hay todo un rollo alrededor, porque el cine abarca todo, la música, el diseño. Cuando el cine agarra auge, mueve todo lo demás, a los diseñadores, escenógrafos, directores de arte, músicos. En el caso de la música, es parte importantísima en el cine. En Cine Libertad empezamos con el soundtrack aquel de Pescozada, la canción “Una ilusión”, que todavía se escucha en las radios, y a Pescozada se la piden. Y es una canción que hicieron para Cinema Libertad. En Malacrianza la banda sonora casi que completa fue de Cartas a Felice, también estuvo Adhesivo, Akumal y Pescozada, fue una mezcla bonita. Hoy voy a irme con otras bandas para probar otro sabor. En eso estamos. Para mí una de las cosas más importantes de una película es la música, porque siempre cuando escucho algo me imagino una escena, y cuando tengo lista la película veo como pega la melodía. Es una parte que me fascina. Para La palabra de Pablo estoy hablando con un compositor y arreglista salvadoreño que es Luis Mario Magaña.
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