Cerrar la puerta

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Cuando el aspirante a dictador apenas vislumbraba su potencial, entendió que para crecer en el juego de la política necesitaba un buque partidario que lo mantuviera a flote. Se afilió al FMLN y se apropió de consignas que más tarde negaría y traicionaría.

Visionario del cinismo como herramienta de poder, comprendió que debía construirse como una marca. Una figura más grande que cualquier partido, ideología o coyuntura. Más grande, incluso, que el tiempo.

Su marca fue una promesa permanente de ruptura. Una ilusión de lucha constante contra el pasado: el lejano, el inmediato, el imaginado.

Supo también que el tiempo es fugaz, pero que un tirano nunca olvida. Por eso fue usando y desechando aliados según la necesidad del momento: usó a GANA para llegar al poder y luego la dejó morir; vio nacer a Nuevas Ideas desde la diáspora y después la ignoró; construyó calabozos de exportación y empleó a cercanos para espiar desde la sombra… hasta que esos cercanos también fueron descartados.

Cuando dejaron de ser útiles, dejaron de existir.

Frente a un pueblo con memoria fracturada y consumido por resentimientos, entendió que el revanchismo es el combustible perfecto para el populismo. Así empezó a trazar listas. A contar cuentas pendientes. A señalar como enemigos a quienes lo enfrentaron en tribunales, lo vencieron en debates o lo investigaron desde el periodismo.

Con jueces de alquiler, policías sin freno y una maquinaria de propaganda implacable, fue moldeando un país que deja de pensarse como salvador y empieza a asumirse como vengador.

Y cuando se sintió consolidado —cuando incluso se permitió la desvergüenza de asumirse finalmente como dictador— entendió que había llegado el momento de ajustar cuentas. A quienes estaban en su lista les dejó tres salidas: la bancarrota, la cárcel o el exilio.

“En El Salvador no hay ninguna institución pública que garantice los derechos de los salvadoreños”, gritó al mundo la abogada y defensora de derechos humanos Ruth Eleonora López al salir del juzgado, esta misma semana.

Políticos, activistas, abogadas, fiscales, académicos… cada vez más optan por el exilio como única forma de sobrevivir.

Y ahora también ocurre con el periodismo. Con uno de los últimos oficios comprometidos con fiscalizar el poder. Esta semana, la Asociación de Periodistas de El Salvador informó sobre una salida masiva de colegas de distintos medios, que ante el cerco legal, económico y político, también han tenido que huir.

El último en salir… que cierre la puerta.

Hasta que podamos volver a abrirla. Desde adentro.

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