Europa, la olvidadiza

En un pacto sin precedentes, Europa ha decidido entregar miles de millones de euros a Turquía, con la firme convicción de que su potencial nuevo miembro de la unión continental se concentrará en frenar la masiva ola migratoria que, desde el corazón de la guerra en Siria, atraviesa el Mediterráneo y se adentra en los países europeos tras su arribo a la isla griega de Lesbos. En su trayectoria, cientos de personas, en especial mujeres y niños, fallecen y no alcanzan a llegar a las tierras prometidas, como ocurrió con el niño Aylan y tantos más.


Al hacer su pacto, sin antecedente alguno en el derecho internacional, Europa autoriza al presidente turco Erdogan a los usos que sean necesarios para frenar esa masa humana que amenaza sus fronteras comunitarias e internas dentro del espacio Schengen. El problema es que, al proceder de esa manera, Europa cometió varios olvidos, algunos de los cuales vale la pena enumerar para dimensionar las implicaciones que ese pacto tiene para el presente y futuro de Europa, para el Oriente Medio y para los diversos conflictos bélicos abiertos en esa zona.

El primer olvido europeo ha sido el de quién ha sido, es y será Erdogan. No se pueden dejar de lado sus duras maneras para gobernar a una mayoría de ciudadanos, en menoscabo de los derechos del pueblo kurdo y de otras minorías étnicas. Por ende, poner en manos de un represor el freno de una ola migratoria vislumbra un pésimo panorama para la situación de los derechos humanos en la zona, al igual que abre una puerta a una corrupción desmedida en el manejo de los refugiados, sus bienes y los miles de millones de euros que Europa ha decidido entregarle al gobierno turco.

El segundo olvido de Europa es su incapacidad en manejar la crisis bélica dentro de Siria. La frágil tregua alcanzada y violada a cada momento por las partes en conflicto evidencia la nula intención de frenar al despótico régimen de Al-Asad, al que se coloca en una situación de incómodo “respeto” al igual que a Erdogan. Hombres duros, pero necesarios para que Europa duerma tranquila, sin masas despreciadas y despreciables que amenacen sus calles, sus comercios, sus mujeres… aunque se haya demostrado, hasta la saciedad, que los asaltos sexuales del pasado 31 de diciembre no fueron cometidos por los temidos refugiados aceptados en territorio alemán.

El tercer olvido de Europa es de corte histórico. Quizá no sea necesario hablar de los millones de desplazados y refugiados que generaron conflictos bélicos como la Guerra Civil Española o la Segunda Guerra Mundial. Los barcos repletos de refugiados republicanos en travesía hacia México ya fueron olvidados, al igual que los cientos de niños acogidos en Morelia y otras partes de una Latinoamérica que aún soportaba los efectos de la crisis económica de 1929 y vivía bajo gobiernos dictatoriales. Pero no habría que ir tan lejos. Al otro lado de la frontera española, en un pequeño cementerio francés, yacen los restos de Antonio Machado (“y murió el poeta, lejos del hogar”) para señalar la ruta seguida por cientos de miles de personas que, por escapar de las tropas nacionalistas de Franco, fueron a caer en las garras de los SA y los SS nazis en la Francia ocupada.

Pero si ese recuerdo de barcos repletos de refugiados españoles o de judíos europeos en busca de una nueva patria resulta muy lejano en el tiempo, quizá Europa debió recordar que hace no más de treinta años había campos de personas dolientes y afectadas por la guerra de los Balcanes. Millones de bosnios, albano-kosovares y de otros grupos étnicos de la desintegrada Yugoslavia se abrían paso en largas marchas, para salvar sus vidas y las de sus familias. Otros más afortunados, a bordo de autobuses, vagaban por los distintos países de Europa, en procura de una tierra que les diera asilo, alimentos, cobijo, apoyos… Como lo resumió el cantante español Miguel Bosé en una de sus canciones:

“Vuelo herido y no sé adónde ir / con la rabia cansada de andar. / Me han pedido que olvide todo. En fin… / Nada particular…  / Otra vida y volver a empezar. / No te pido una patria fugaz, / dignamente un abrazo… En fin… / Nada particular”.

Y si aún se quiere un recuerdo más cercano, Europa debe recordar que, desde el año 2000, muchos países del mundo acogen a cientos de miles de sus jóvenes, “emigrados económicos” pertenecientes a las generaciones más educadas del continente consolidado tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Científicos, periodistas, educadores, administradores de empresas y decenas de miles de profesionales más abandonaron una Europa donde no encontraban posibilidades de trabajo y fueron a ocupar cargos en otros continentes, donde incluso residen sin estatus migratorio regular y permisos de trabajo en regla.

Para enmendar todos esos olvidos, Europa debe echar atrás ese pacto con el gobierno de Erdogan, a la vez que debe someter a consulta su pacto reciente con Cameron, que a cambio de que el Reino Unido permanezca dentro de la Unión Europea lo autoriza a tomar disposiciones rígidas con los inmigrantes irregulares. El problema de esos pactos no estriba en que violen convenios esenciales como los de Ginebra o los que le dan origen y solidez a la Unión Europea, sino que forman parte de una indecencia política, económica y social. Si a los sirios, kurdos y otras etnias se les ha negado la paz y el desarrollo humano dentro de sus propias tierras, lo menos que debiera de hacer Europa es abrirles sus puertas y apoyarlos. Muchos buscan algo más que un abrazo afectuoso, porque atrás suyo lo han dejado todo, como les ocurre a diario a miles de migrantes centroamericanos en su tránsito hacia Estados Unidos.

A la vista queda que Europa necesita recordar más. Quizá así los jóvenes polacos decidirán desistir de sus afanes por conservar “la pureza de la raza polaca” mientras propinan golpizas a pianistas chilenos a los que, por su color de piel, ven como “árabes”. Quizá también hacer memoria sirva para que jóvenes liberales suecos vean que hay un mundo abierto repleto de necesidades y dejen de pedir la legalización de la necrofilia.

Quizá la historia y la memoria puedan ser parte de un camino para que los que claman contra las víctimas vean sus pasados y se den cuenta de que proceden de grupos que antes también fueron víctimas. Los ciclos de la vida y del desarrollo humano exigen recordar a profundidad para construir un mundo diferente, más humano y menos ajeno para muchos.

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