El emperador está desnudo

El emperador dice tener todo el poder y, de hecho, parece tenerlo.

Los seguidores del emperador lo saben bien. Ellos reptan en torno al líder y saltan prestos a celebrar cualquiera de sus nuevas y represivas gracias. Todo lo que el emperador hace está bien, piensan. Nada de lo que el emperador hace está mal. Viven en un mundo blanco y negro.

Al emperador le gusta presumir su poder. Se sabe un semidiós y se comporta como tal. Da órdenes, por absurdas que sean, para ser cumplidas de inmediato y sin parpadeos.

El emperador, además, procede con matonería. En su país no se mueve una hoja sin que él lo sepa y lo autorice.

El emperador está en todas partes, aunque vive escondido en su palacete. No es un líder de masas, no es un carismático referente global, ni estrecha manos con los grandes intelectuales del mundo. De hecho, los desprecia, tanto como desprecia el disenso y las faltas de respeto a su “celestial” figura.

El emperador ha montado un millonario y cuidadoso aparato de propaganda. Día con día salen de ahí las mentiras más espectaculares y los más risibles disparates para cualquier espectador no incauto: que él es un ente cuasidivino, que no puede errar; y, por el contrario, que sus enemigos son seres detestables y abominables que hay que silenciar, aplacar y destruir para sacar adelante a su gran patria y devolverle la gloria que alguna vez tuvo.

El emperador es nacionalista y reniega de las bondades de la comunidad internacional. Y además, convive con importantes sanciones internacionales, las cuales duelen aunque simule permanecer impávido ante ellas. El emperador, que parece ser un fiel admirador de su propio aparato de propaganda, se ha creído las adulaciones y los aplausos: él se cree David, el mundo entero es su Goliat.

Al emperador ya no le importan las formas ni los revestimientos legales a sus abusos y atropellos. De hecho, los celebra abiertamente y olvida que el poder es efímero y que un mal día quizá no estará escondido en su pequeño palacio, sino enfrentando a una corte, quizá en La Haya, por sus crímenes contra la humanidad. Por haber condenado a inocentes a una muerte horrenda. Por haber revivido la violencia política que tanto costó erradicar. Por convertir a la tortura en su herramienta de “diálogo y elocuencia”.

Pero a veces, el emperador recuerda que el paraíso dura poco y la suerte se puede terminar. Pero por si acaso, para evitar ese gris futuro, ha cooptado las principales instancias de toma de decisiones y las ha llenado de seres sin criterio, cuya única misión es volver realidad sus caprichos de permanencia en el poder. En el palacete del emperador, no hay otra voz que importe, solo la de él. Ahí se castiga al que tenga ambiciones que él no haya previamente aceptado, o quizá asignado como un Midas de los arrastrados.

Y a pesar de todo este relato fantasioso, hay momentos, pequeños chispazos de mala suerte, donde el emperador queda enteramente retratado.

Tras la lealtad cortesana, el constante espectáculo y la adulación onmipresente, el aparato que lidera es simplemente incapaz, mediocre e improvisado. El emperador y su equipo no saben cuidar los recursos, que son muchos más de los que cualquier otro haya tenido antes. El emperador y su equipo no saben gobernar y su grandeza es solo anecdótica.

Poco a poco, algunos irán despertando y notarán que las obras y hazañas del emperador son tigres de papel, son espejitos y son humo. Que su proyecto es de poder y que el beneficiario es él mismo, y que detrás de su maquillada imagen hay solo un niñato que babea por llenar los zapatos de los grandes líderes que, si pudiesen verlo, sentirían vergüenza por él.

Y entenderán que para mantener esta imagen deberá seguir derrochando dinero a lo loco y sin sentido, mientras cientos de miles en su país pasan hambre y penuria. Pero ellos son secundarios en el relato del emperador. No importan. No se cuelan en la lista de sus prioridades. No aparecen en sus redes de propaganda en prime time.

Este último fin de semana, pese a la propaganda, el emperador quedó expuesto. Su poder de gestión, cuestionado. El emperador pasó vergüenzas cuando circularon imágenes en las que su proyecto de grandeza estaba a medias y seriamente amenazado. Y se salvó por muy poco, pero su imagen de tirano omnipotente quedó muy socavada.

Debajo de las condecoraciones, los aplausos aduladores y sus tentáculos desinformadores en las redes, fue claro que el emperador, como en el cuento de Christian Andersen, está desnudo.

Vladimir Putin está desnudo y su pueblo lo está empezando a notar.

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