Educación en los tiempos nuevos

Nadie duda de que la enfermedad COVID-19 ha puesto patas arriba a la sociedad mundial. Aquellos que se burlaron de ella desde su prepotencia han tenido que rendirse a la evidencia. Unos porque lo han padecido en carne propia. No es cuestión de enumerarlos, pues han sido desde presidentes a primeros ministros y numerosos altos cargos quienes han tenido que sufrir en carne propia la realidad de un virus de cuatro micras de tamaño, del que no se sabe si tiene ARN o ADN y que vuelve a demostrar una vez más que el efecto mariposa es una realidad objetiva: se baten las alas de una mariposa en China y hay un huracán en Europa, en Norteamérica, en el mundo.

A estas alturas de la película, los científicos siguen sin saber muchas cosas del virus y las certezas son pocas. Lo único que se sabe cuando escribo estas líneas es que hay más de 11 millones de infectados, más de 600,000 muertos y no ha habido continente en que la pandemia no haya causado perjuicios. Concretamente en el continente americano, la pandemia ha hecho estragos a mansalva en algunos de sus países. Bastantes naciones han desandado en sus confinamientos, lo que se denomina desescalada, pero de nuevo varias zonas de esos países han tenido que volver al confinamiento selectivo. Lo mismo ha sucedido en Europa, con países como Italia, España y Alemania, con lo que una vez más la ciudadanía se siente desprotegida y, lo que es peor, aumenta la inseguridad con todo lo que ello significa a niveles emocionales y económicos, pues el dilema es cruel: Tengo salud, pero no tengo trabajo, y la economía está de capa caída. Tengo salud, pero los sistemas sanitarios se colapsan. ¿Y si cuando me toque no haya camas de atención, como pasó en varios países, por el impresionante aumento de contagios? Tengo salud, pero no puedo salir de casa, con todo lo que ello implica, sobre todo para la niñez y la juventud, los unos porque no comprenden muchas cosas y sus necesidades vitales se resienten y los otros porque equivocadamente creen que son más inmunes al virus y no toman las medidas de protección adecuadas. Y dado que los infectados asintomáticos no padecen efectos de la enfermedad, pero sí pueden transmitirla a los mayores, la situación se convierte en una bomba de tiempo.

Así mismo debe reconocerse que los organismos internacionales no han estado a la altura de las circunstancias, aunque algunos expertos mundiales epidemiólogos ya estaban advirtiendo que el calentamiento global y la invasión de los microclimas de las selvas, la desforestación y el deshielo del permafrost estaban destapando millones de virus para los que el ser humano no tiene defensa ninguna y señalaban que había un serio peligro de una pandemia.

Las epidemias del VIH, del SARS del 2002, de la gripe porcina o A-H1N1 del 2009 y del ébola se controlaron relativamente sin muchas tensiones, con contagios muy focalizados que hicieron creer que la contención de cualquier virus sería entonces relativamente fácil de controlar y los organismos internacionales como la OMS de la ONU, la Cruz Roja Internacional, el G7, el G20, el FMI, la OTAN, el Banco Mundial, la OEA, la OMC, etcétera, no tuvieron una reacción inmediata y efectiva y en esas estamos.

Por otra parte, los sistemas sanitarios que se creía que eran muy eficientes como los europeos colapsaron y ya no digamos los de los otros países hispanoamericanos o norteamericanos, que fueron insuficientes ante la inmensa realidad de los contagios. Y si a eso se le añade que los estados y las empresas, por aquello de abaratar costes, habían abandonado la producción de materiales estratégicos en manos de China, origen de la pandemia, y con su sistema económico social que bloqueó la distribución en los primeros momentos, amén de la picaresca oferta y demanda del mercado libre, hicieron que en los momentos más duros de la pandemia el personal de los sistemas sanitarios de varios países se enfrentaran sin medios de protección y de recursos contra la enfermedad y muchos de ellos se contagiaron con el consiguiente abandono de la atención, pues ellos mismos estaban enfermos, como ocurrió en España, Italia y en otros países. Y para mayor vergüenza, algunos de los países que compraron material necesario fueron engañados, ya que los productos no cumplían con las normas de seguridad adecuadas como las pruebas de diagnósticos, los respiradores, las mascarillas, los tapabocas, etcétera. En una palabra, la pandemia prendió como fuego en un rastrojo de paja.

Si a toda esta situación se añade que debido a las crisis económicas del 2008 se habían recortado pavorosamente los recursos a la sanidad pública, a la educación pública, a la cultura, a los salarios, y el desempleo aún no se había revertido suficientemente, el caldo de cultivo para el caos era más que evidente.

Todo ello plantea la pregunta de si no estamos en estos momentos en un cambio de época. Algún paleontólogo ya ha señalado si acaso no estaremos apuntando a una extinción de la especie, como pasó en el pasado con los Cromañón o con los homínidos que sucumbieron por no saber adaptarse a los problemas de subsistencia.

Toda esta situación ha hecho repensar el modelo económico-social en que vivimos, en donde cada vez es más clara una muy seria discriminación de unos estadios económicos muy diferenciados, incluso en aquellos países donde existe una clase media bastante significativa en el sándwich de la escala social.

El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz sostiene la tesis de la desigualdad de los ingresos: “En los 10 años de recuperación económica, el 1% de la población con mayor poder adquisitivo se hace mucho más rica y el 99% restante se convierte en más pobre. Eso se traduce en la desaparición de la clase media en muchos países de occidente”.

La publicación de Wilkinson y Pickett “Un análisis de la (in)felicidad colectiva”, basado en la comparación de más de 150 artículos científicos, revela que los países con mayores desigualdades económicas tienen mayores problemas de salud mental y drogas, menores niveles de salud física y menor esperanza de vida, peores rendimientos académicos y mayores índices de embarazos juveniles no deseados.

La realidad de los meses que llevamos inmersos en esta emergencia se ha paliado como se ha podido a partir, como casi siempre en las emergencias, de la profesionalidad, la dedicación y la vocación de los profesionales implicados. En este caso cabe destacar a los trabajadores de la salud en sentido amplio, desde los médicos y enfermeras hasta los encargados de la limpieza en clínicas y hospitales.

En el campo educativo, surgió la necesidad de improvisar sobre la marcha algunas metodologías para que el alumnado pueda seguir su proceso de aprendizaje desde el confinamiento.

La sanidad en todos los países, han tenido que reconocer los políticos, necesita urgentemente ajustes e inversiones abundantes. Y la situación se complica más cuando se observa que no se puede tener indefinidamente a los niños y jóvenes sin tener ningún proceso educativo consistente.

Cierto es que ante la emergencia se optó por improvisar un sistema de educación en línea (online), pero ello es insostenible, ya que lo que se denomina comunidad educativa es un amplio espectro de personas implicadas. Los padres, en primer lugar, han tenido que lidiar desde el confinamiento, que en sí ya es problemático, pues en muchos hogares no hay condiciones objetivas para tener acceso a internet. Hay hogares en que no se cuenta con computadoras, ni tabletas, ni teléfonos celulares. Y si se tiene, puede que solo exista un dispositivo para toda la familia. Por otro lado, hay hogares en que sí hay dispositivos por cada miembro de la familia, pero no tienen las condiciones para disponer de lugares dentro de las casas para poder acceder a un aprendizaje óptimo. También debe reconocerse el factor de la salud mental: la situación emocional por la angustia generada por la misma pandemia y la pérdida del empleo en muchos hogares no garantizan un aprendizaje adecuado de los estudiantes. Por ello, la educación en línea requiere un análisis dimensional pedagógico y educativo.

Me preocupa la masiva aceptación que se ha hecho de que la educación en línea es equiparable a la educación presencial, lo cual no es, sensu stricto, en absoluto así.

Conviene matizar estas aseveraciones, ya que la educación en línea es un recurso pedagógico, como lo son los libros, los mapas, los cuadernos, la tiza, las pizarras. Pero la educación es algo más. Emilio Lledó lo dice: «Lo importante es crear capacidad de pensar». Para Victoria Camps, «educar es formar moralmente a la persona, además de transmitir una serie de conocimientos». Todo ello implica que cuando se abran los centros educativos en el nuevo año escolar hay que aceptar que se requiere una planificación metodológica diferente a la de la traslación de la escuela a la casa. Conviene no olvidar que la educación en línea es una educación a distancia. No es una educación presencial. Y ello requiere todo un cambio de metodologías curriculares, de cómo hacer que se cumpla el objetivo de la educación en su dimensión completa.

La pandemia se agravó debido a la falta de recursos en los sistemas sanitarios y en los sistemas educativos, todo ello generado por los recortes sociales y económicos que se hicieron durante la crisis del 2008. Miles de profesionales de la salud, al igual que miles de educadores, fueron separados de los sistemas públicos y privados. Y cuando se empezaba a restituir algo de aquellos recortes, nos hemos dado de bruces con esta pandemia que ha hecho colapsar los hospitales. Incluso las situaciones de duelo familiar con los fallecimientos de personas con la enfermedad COVID-19, cuyos entierros en muchos casos han debido improvisarse, me hacen pensar que no hay un ambiente adecuado para un proceso educativo que ayude a conformar todo un proceso de aprendizaje basado en un equilibrio emocional adecuado. Por ello creo que es válido cuestionar si los responsables de la educación en realidad van a educar en línea a sus alumnos. ¿Vamos a autoengañarnos? ¿Eso es educar? ¿No nos estará pasando lo que señaló en su momento el poeta Mario Benedetti: «Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas»? ¿O acaso tristemente viviremos la frase de Karl Marx: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa»?

En marzo, la comunidad mundial se encontró de golpe y porrazo con una situación que la superó ampliamente y como solución radical y única se optó por el confinamiento, dado que del virus no se sabía prácticamente nada, solamente que se contagia por las gotículas expulsadas al hablar, toser y estornudar. Esta situación obligó a que los educandos se quedaran en casa y los sistemas educativos decidieron continuar con los programas de estudio con el fin de enseñar, pero no de educar, haciendo uso de las tecnologías existentes, que, aunque están muy extendidas y en absoluto son masivas, creo que no están diseñadas para ello, máxime cuando se recurrió a los aparatos individuales del profesorado y a las tabletas, ordenadores y teléfonos individuales del alumnado. Pero también no es menos cierto que hay muchos hogares, depende del país y de sus zonas, en donde una mayoría no tiene acceso a esas tecnologías. Por lo tanto, se está haciendo un serio agravio comparativo. No es abundar en la cuestión, pero tampoco las redes sociales están preparadas para un uso masivo de este recurso, sabiendo que en muchos momentos se colapsan, impidiendo su acceso, con lo cual se rompe la unidad de acción didáctica.

Conviene tomar conciencia de que una educación a distancia, como la educación en línea, no es una educación presencial, aunque a través de los monitores maestros y alumnos puedan verse y escucharse entre sí, y que además la educación a distancia conlleva confusiones terminológicas como enseñanza virtual, educación virtual, educación en línea.

La tecnología, dicho llanamente el internet, es una buena herramienta en el proceso educativo, pero no toda ella es fundamental para la educación. Hay procesos de instrucción, de aprendizaje, de entretenimiento, recursos pedagógicos y apoyos para el aprendizaje que no logran ser cubiertos.

La educación a distancia comenzó hace tiempo, cuando en algunos países se usaba la radio para dar instrucciones educativas, como en algunas zonas de Australia o África del Sur y en aquellos lugares alejados de los colonos que estaban en aquellas tierras y que sus hijos no podían asistir a clases, o bien porque no había o porque las distancias eran inmensas. Posteriormente se intentó ofrecer la televisión educativa y ya antes se habían producido documentales cinematográficos para que los niños pudieran tener un mínimo contacto con algunas materias instrumentales.

Fue con el uso masivo de internet que el proceso de educar a distancia ha tomado una característica singular y especial, pues domina varios campos (televisión, video, teleconferencias, discos compactos, computadoras y, lo más moderno, las grandes plataformas como Live-School, Zoom Meeting, Open Meetings, Congrea, Moodle, Chamilo, WPLMS, Sensei Plugin, LearnDash) o bien usa todos estos recursos en apoyo de la educación en línea de una forma simultánea, en escala o diferida, con opciones de ser unidireccional o bidireccional.

La educación a distancia es todo aquel proceso de aprendizaje en que el educando no está presente frente al educador de una forma presencial, física. Si vamos al sentido estricto de las palabras “educación virtual”, cuando a la palabra “educación” se le une la palabra “virtual”, el diccionario es claro: es aquello que tiene virtud para producir un efecto que no es real. Es decir, es aparente, pero no es real. Pero, obviamente, esta definición no ayuda nada a entender cómo funciona la educación virtual.

En esta forma de educación, el momento de aprendizaje no está en el maestro presencial, sino en la persona que decide usar la virtualidad en función de su disponibilidad para el aprendizaje en el momento que ella cree que es más oportuno.

El uso masivo actual de internet ha introducido el concepto “e-learning”, que tiene una intencionalidad de aprendizaje electrónico dado los medios técnicos que usa. Todo ello ha conducido a una nueva dimensión de definición cuando se habla de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), ya que hay varias opciones de denominación como “EaD en línea” o “EaD virtual”, o “EaD digital”.

Como podemos observar, la educación se está reformulando. Pero, parece, creo yo, que esa nueva reformulación solo es de palabra, pero no de contenido. Es más, el concepto de educación peligra con la nueva reformulación. Lo reitero: la educación en línea, en la casa, conlleva una seria discriminación porque hay miles de hogares de muchos países que no están en absoluto preparados para que los educandos puedan recibir ese aprendizaje en igualdad de condiciones.

En el fondo subyace un problema económico. Y es que la educación presencial, hoy, con las condiciones sanitarias que obliga la pandemia, implica que las aulas deben ser mucho más grandes o los grupos de alumnos deben ser más pequeños, con lo que es necesario contar con muchos más profesores, teniendo en cuenta que la ratio profesorado-alumnado sea de 10 o 15 estudiantes por educador y la separación entre alumnos sea como mínimo de dos metros. Así mismo, no podemos obviar las medidas de prevención: todos los presentes en el aula deben llevar mascarillas y con ello, obviamente, se altera la expresividad en perjuicio de la relación interpersonal y afectiva. Si esa situación la trasladamos a las clases, al proceso educativo de la niñez de preescolar o al alumnado de infancia y adolescencia que tienen discapacidades diversas, la situación se complica bastante. Como se comprende todo esto que estamos señalando, como la adecuación de las aulas, con más insumos como sillas, escritorios, materiales sanitarios, etcétera, implica un gran aumento de los recursos económicos que hay que destinar a la educación, en momentos en que otro sector necesita una inyección económica gigantesca: el de la salud. Esta situación es insostenible y por algún sito hay que recortar y parece ser que se ha optado por decidir fomentar la educación a distancia, en línea, con el argumento de que con ello se preserva la salud de la niñez y se evita el contagio.

Pero creo que fomentar la educación en línea no es la solución, pues el proceso pedagógico se distorsiona. El gran dilema es que la pandemia está obligando a los gobiernos a tener que dedicar más dinero al sistema educativo, pero todo se complica cuando el sistema sanitario, es más que evidente, está superado y necesita muchos más recursos.

Pedagógicamente hablando, no es adecuado ni compatible trasladar las metodologías pedagógicas de las clases presenciales a la modalidad en línea, como si fuera una simple transmisión. Esto es inadecuado y además es un serio inconveniente para la conformación del proceso de personalización, ya que el ser humano, como mamífero racional y comunitario, necesita la presencia de los otros y el contacto físico. Dicho de otra manera, ¿alguien cree que los padres podrían criar a sus hijos “en línea”? Es evidente que no.

Las autoridades educativas también deben aceptar que si la pandemia obligará a mantenerse un periodo bajo la educación en línea, porque no queda otro remedio, ello obligará a aumentar los recursos tecnológicos, lo que conllevará nuevos procesos de aprendizaje dirigidos al magisterio, pues el profesorado actual aún no entra en la denominación de nativos digitales, como sí ocurre con la niñez de estos tiempos. Así mismo, se deberían arbitrar nuevas metodologías para los procesos de aprendizaje, pues la modalidad en línea requiere una dimensión instructiva y metodológica diferente. También deberían modificarse los procesos de evaluación y los programas de estudio diseñados para la educación presencial.

Creo que se está improvisando bastante en cuanto a que las autoridades educativas, forzadas por la pandemia a suspender la educación presencial, han optado por no dedicarle más recursos a esta modalidad, dada la gran cantidad que requeriría una educación presencial adecuada a la problemática de la pandemia. Entonces, como mal menor, las autoridades se consuelan con desarrollar una educación en línea como mejor se pueda, contando una vez más con la voluntad vocacional del profesorado, que deberá multiplicar su esfuerzo, sin contar que en muchos casos los recursos que van a usar los profesores serán personales, no dados por la administración.

Sobra decir que ante la problemática de la pandemia hace falta un serio compromiso educativo en donde los recursos, la planificación, los programas educativos y las metodologías requieren una muy seria planificación para que el hecho educativo sea productivo y no solo consumir el tiempo, creyendo que porque se está en línea todo lo demás se cumple.

No es una tarea fácil, pero sí creo que es factible, ya que la inmensa mayoría del profesorado tiene una dimensión vocacional de su profesión y hay esperanzas de que de una vez por todas la educación pública tenga los recursos que su importancia requiere, siempre y cuando los políticos entiendan que estamos en una coyuntura que no es posible dejar pasar de largo. De aquí la responsabilidad de los pueblos a la hora de elegir a sus gobernantes: analizar bien lo que proponen en este aspecto esencial para el desarrollo de la sociedad.


*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.

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