Los diputados desechables

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Cuarenta años después, los salvadoreños están reviviendo el popular dicho: “con Duarte, aunque no me harte”

Esta semana, la Universidad Francisco Gavidia publicó su más reciente encuesta.

El título es una clara fotografía del país en el que vivimos.

Pese al desabastecimiento y las pobres condiciones en los hospitales, pese a que el gobierno prefiere demoler escuelas para construir cines, pese a que a la gente no le alcanza para comer, y pese a que los negocios en el centro son solo para unos pocos, la población tiene fe.

La encuesta muestra cómo las personas confían casi ciegamente en su presidente, aun si su situación personal es complicada.

La fe, sin embargo, tiene sus límites y eso también lo evidencia la encuesta.

Si bien la nota del presidente es de 8.43, un registro considerablemente alto para una persona que lleva más de cinco años en el poder, otros funcionarios del oficialismo no corren la misma suerte.

La Asamblea Legislativa y los alcaldes han recibido notas visiblemente menores a las del presidente. En el imaginario de los salvadoreños pasaron, sí, pero “raspados”. Los primeros, con 6.94 y los últimos apenas con 5.49.

Estos resultados contradicen la narrativa de que Bukele es un Midas de la popularidad, capaz de ungir a quien desee y convertirlo, al igual que él, en una persona exenta de cualquier crítica.

Más bien resalta que todo funcionario, por más que presuma una que otra selfie con el presidente, es al final del día un actor secundario. Un asistente que presta su nombre y dignidad para el gran espectáculo en que solo una persona puede brillar.

Un peón tan desechable como las obras que el gobierno ha inaugurado y que a los meses se desploman.

A Nayib Bukele, la población es capaz de perdonarle el haber encarcelado a miles de inocentes, la indolencia ante el costo de la vida o el haberse consagrado como un dictador militarista y rodearse de corrupción, la misma que decían detestar cuando lo eligieron.

A sus diputados, en cambio, un 15% los considera “iguales a los mismos de siempre”, esa etiqueta reservada para todo aquel que incomode al gobierno.

Otro 28% ya no confía en los diputados. Y un 30% considera que Bukele debería intervenir, como si los abusos de poder y el despilfarro de recursos públicos no contaran con su aval.

Y esto último es probablemente lo que al presidente inconstitucional le tocará hacer. Dar una cucharada de medicina amarga a quienes le han lamido las botas a cambio de una curul y migajas de popularidad.

Un presidente que vive por las mediciones de popularidad seguramente no permitirá que corruptos de poca monta, que otorgan carísimas plazas a parientes, maquillistas y creadores de contenido, le empañen su idílica y prolongada luna de miel con un pueblo cegado por millones de dólares en popularidad.

Seguramente le tocará exponer a sus lacayos ante el patíbulo de la opinión pública y humillarlos frente a la tribuna para mantener, a como dé lugar, ese 8.43.

La lealtad de todo dictador es, al final, con su propia imagen y vanidad.

Algunos caerán en el camino. Pero el show debe continuar.

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