Cientos de perfiles han sido bloqueados por las cuentas oficiales en redes sociales del presidente Bukele y de instituciones de gobierno. La operación, revelada esta semana por una investigación de La Prensa Gráfica, afecta a cinco mil perfiles de personas de sociedad civil, periodistas, activistas y a cualquiera que no baje la cabeza ante el autoritarismo y la irracionalidad.
¿Por qué nos debería importar que un grupo de personas, reducido si se compara con el total de población, no pueda leer lo que tuitea el presidente, el ministerio de Medio Ambiente o la Policía?
Por la misma razón que nos debería importar que el presidente Bukele ahora es terrateniente y no podremos saber con qué dinero compró esas fincas, porque su declaración de probidad está bajo llave, como miles de documentos que han sido reservados por este Gobierno.
Por la misma razón que nos debería importar que la información que debería ser pública, como el salario de los asesores de los diputados o la rentabilidad de las pensiones, ahora es secreto de Estado.
Porque no nos pueden prohibir el derecho a saber.
Y porque las arbitrariedades, que comienzan contra unos pocos, se pueden convertir en la norma para muchos. Ya lo demostró el régimen. Y ya lo han sufrido muchos que se han dado cuenta del engaño de la peor manera.
Bloquear a los ciudadanos es negar su derecho a estar informados. Es atentar contra la libertad de expresión, un derecho básico de cualquier persona. Y es un bloqueo doblemente grave si se tiene en cuenta de que este gobierno ha hecho de las redes sociales su principal centro de notificaciones.
Pero todo esto, aunque cierto, caerá en saco roto. Ni este ni cientos de editoriales cambiarán la principal política del gobierno: mentir, robar, ocultar para evitar ser descubiertos. Y ahora bloquear.
Lo interesante de este caso, sin embargo, es que muestra lo reactivo que ha sido el gobierno ante la actual situación donde la inmundicia se asoma más de lo que quisieran mostrar.
Han sido semanas duras para un proyecto que prioriza las apariencias sobre las soluciones. Semanas donde hemos visto desfilar salarios de funcionarios públicos que son una obscenidad en un país con dos millones de pobres. Hemos visto que la Asamblea está asesorada por un ejército de incapaces. Hemos visto como un asesor de seguridad, que se creía amigo del presidente, fue tratado como el peor de los enemigos cuando denunció corrupción.
O hemos visto cómo la familia presidencial cumplió el sueño de convertirse en la nueva élite terrateniente de El Salvador. Y así exportar su café para después relajarse en el lago de Coatepeque.
El problema, sabemos ahora, no era tratar a El Salvador como una finca. El problema es que no era su finca. Y ahora ya lo es.
Por eso buscan bloquear. Por eso ponen a mentir al comisionado presidencial de derechos humanos. Por eso buscan ocultar sus huellas y la del dinero público.
La buena noticia es que todas esas artimañas, triquiñuelas de los cobardes, no impedirán que parte de la ciudadanía siga preguntando, que los periodistas sigan investigando y que, poco a poco, muchos se continúen interesando en lo mucho que se quiere esconder. Quédese con sus bloqueos, presidente.
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