Despidamos al 2023… y a la libertad

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El origen de los males futuros se explicará, en unos años, cuando veamos lo que ocurrió en 2023. Lo que pasará en febrero de 2024, con las elecciones presidenciales, será únicamente la confirmación del camino ilegal que se siguió durante estos 12 meses que ahora estamos despidiendo. 

Si 2021 y 2022 sirvieron de preámbulos, con el papel firmado por la Sala de lo Constitucional usurpadora y el anuncio de la reelección ilegal, respectivamente, 2023 será recordado como el momento en que Nayib Bukele se inscribió como candidato inconstitucional a la presidencia. 

Y no es poca cosa: La inscripción de octubre de 2023 cerró un círculo que comenzó en mayo de 2021 y que siguió en septiembre de 2022. Es la capitulación del Estado salvadoreño -que comenzó con la Asamblea Legislativa, pasó por la Corte Suprema de Justicia y finalizó con el Tribunal Supremo Electoral- ante los deseos autoritarios de un adicto al poder. 

La reelección inconstitucional será un parteaguas para El Salvador. Sus efectos totales aún son imprevisibles, pero algunos ya se pueden ver. Tres de ellos fueron evidentes durante este año y conviene por ello subrayarlos.  

Primero: la oficialización de la corrupción. La reducción de los municipios y las diputaciones, que será una realidad con los resultados de las elecciones de 2024, no solo permitirá la mayoría de Nuevas Ideas, sino que soterrará cualquier posibilidad de balance o rendición de cuentas. Porque siempre será más fácil defender la corrupción cuando se está alineado.

Segundo: la consolidación de la represión. El régimen de excepción no fue una herramienta para controlar a las pandillas; es un mecanismo para controlar a toda la población. Es la base de la represión futura que se construyó con el aplauso colectivo del presente. Un régimen que, además de pandilleros, ha podrido en las cárceles a centenares de inocentes y que sirve de amenaza para vendedores del centro de San Salvador, a conductores particulares y a cualquiera -sí, a cualquiera- que se atreva a desafiar lo que una familia decide que es lo correcto. 

Y tercero: la masificación de la desinformación y propaganda con fondos públicos. El gobierno ha utilizado cuanto evento ha podido -los juegos centroamericanos, Miss Universo o la Biblioteca Nacional- para hacernos creer que vivimos en un paraíso. La realidad, con una situación económica cada vez más precaria, es apabullante. Y hay muy poca magia en tener que dejar tu país porque, pese a las maravillas, no tenés algo para comer. 

Este año nos servirá para recordar, además, que los partidos hegemónicos del pasado nos hicieron tanto daño -con su corrupción, con sus mentiras y con sus promesas de una democracia plena- y que crearon un hartazgo que derivó en un monstruo. 

Nos servirá para recordar que la actual oposición política no fue capaz ni de organizarse para formar un bloque unido en defensa de la democracia o de reconocer su realidad y asumir que, al menos hasta al final, pudieron aportar al país dando un paso al costado en pro de la sociedad civil organizada. 

Nos servirá para recordar que la comunidad internacional fue cobarde y que se posicionará, tarde, cuando Bukele haya terminado su transición en Ortega. 

Nos servirá para recordar que el miedo no sirve para nada y que a la esperanza conviene abrazarla aunque sea minúscula.

Nos servirá para recordar que 2023 fue el año en que perdimos nuestra libertad, y que probablemente no somos plenamente conscientes de ello. Felices fiestas. 

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