Si hay algo que une a los nuevos mesías de la política es su amor por las criptomonedas. Su valor es volátil, sus transacciones muchas veces son opacas y sus defensores son fanáticos dispuestos a defenderlas hasta el último tuit.
Y al igual que los discursos de estos líderes, todo suena prometedor hasta que llega la realidad y les explota en la cara.
Javier Milei en Argentina fue el último en caer en la trampa. O más bien, en meter a su país en ella. Durante años vendió el cuento de la “libertad financiera” y la “revolución cripto”. Como presidente, decidió usar su influencia para promover una criptomoneda privada, llamada Libra, que colapsó en cuestión de horas.
El resultado: miles de argentinos e inversores extranjeros estafados, denuncias por fraude y un presidente que se lavó las manos más rápido que un inversor con información privilegiada.
El Salvador tiene su propio caso de estudio. En 2021, Nayib Bukele convirtió al bitcoin en moneda de curso legal, prometiendo que el país se convertiría en la capital mundial de la innovación financiera. No solo eso: también prometió que el criptoactivo ayudaría a que los salvadoreños pagaran menos por el envío de remesas.
Tres años después, nadie sabe exactamente cuánto dinero público se usó en la aventura. Ni cuánto se perdió o ganó. El experimento cripto del gobierno es como una billetera digital sin clave de acceso: los fondos existen, pero nadie sabe dónde están ni quién los maneja.
Lo de las remesas fue otra mentira, una más, pues el uso del bitcoin para el verdadero motor de la economía nacional, las remesas, fue muy marginal. Tampoco sabemos cuánto costó el montaje y luego el desmontaje de la Chivo Wallet, la billetera digital del régimen. Sea cual sea esa cifra el resultado es una pérdida.
El bitcoin, encima, dejó de ser moneda de curso legal: El Salvador pasó de ofrecer el bitcoin, como quien ofrece un ungüento milagroso en los buses, a aceptar tácitamente que el capricho presidencial fue un fracaso. Lo hizo con la cola entre las patas, después de que se supiera que el gobierno salvadoreño había llegado a un millonario acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
La economía de El Salvador sigue dependiendo del dólar, los cajeros de Bitcoin están abandonados y la promesa de la “Ciudad Bitcoin” quedó en el olvido. Pero eso sí, la familia Bukele y su círculo cercano han tenido acceso privilegiado al negocio.
Gracias a una investigación de Factum sabemos que los criptoinversores cercanos a los Bukeles son los nuevos dueños de la burbuja turística que el gobierno vende en el centro histórico de la capital.
También supimos cómo se usó la Chivo Wallet para estafar y lavar dinero. Una billetera, en la que se gastaron miles de dólares, y que también pasará a la historia. Si algo nos ha enseñado la historia es que cuando los políticos venden milagros financieros, los únicos que terminan ganando son ellos.
La pregunta no es si el bitcoin fracasó en El Salvador. La pregunta es: ¿a quién benefició realmente? Porque si algo tienen en común Bukele y Milei es que, mientras sus países pagan la factura, ellos siguen vendiendo humo. Y, como siempre, hay quien lo compra.
Foto/Casa Presidencial
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