La Constitución y la voz del pueblo

Ilustración FACTUM/Victoria Delgado


Motiva ser fan de las agallas. ¿Qué es lo que empuja a una persona influyente a rehuir de la corrección política para decir lo que debe ser dicho sin dramas ni solución de frenos? En tiempos oscuros, inspira la intención desafiante –aunque a veces incauta– de creer que los argumentos irrebatibles aún sirven para algo; barrerse con los spikes en alto; fantasear que llegará un día en el que nuestra barranca alambrada llegue a ser un país que privilegie la sensatez sobre las emociones.

Por eso, esta semana, contra pronóstico, encontré motivos para animarme cuando reafirmé el orgullo de haberle pedido, veinte años atrás, una foto al padre José María Tojeira, cuando él aún era el rector de la UCA. Pienso en esa foto y en lo que aprendí con oficio –antes de que fuéramos sodomizados por la vanidad narcisista de las redes suckciales– para ser más selectivo a la hora de elegir y permitir selfies. Porque luego la vida nos enseña que los selfies vienen a cobrarnos deudas del mal tino, aunque con el padre Tojeira sé que estoy y estaré a salvo. Sin reparar en los embaucadores de turno que nos han gobernado, al padre se le ha escuchado decir lo que debe ser dicho. Y más importante: lo ha dicho como debe ser dicho y cuando debe ser dicho.

Esta semana, por ejemplo, el padre concedió a los amigos del programa de radio La Tribu FM –popular, relevante y necesario pedestal de corrección política– una entrevista que giró en torno a un debate del que todos deberíamos estar tomando ya una posición definida y sin ocultarla:

¿Qué país construimos si toleramos, fomentamos o nos resignamos a que nos impongan una reelección presidencial sin alternancia?

Luego de bogar por temas aristotélicos, de subrayar la obligación de la academia de compartir conocimiento desde una óptica de convivencia racional, el padre Chema afinó el arte de cauterizar los titubeos y dijo lo siguiente:

“La [actual] Sala de lo Constitucional no se merece mayor respeto”.

Para mí, esa frase no fue solo valiente, reveladora y reseñable; fue Zidane cabeceando a Materazzi; el tino de saber identificar cuándo conviene más renunciar a la filigrana para entrar a la gresca del lodazal. El hecho de que una mente crítica y aguda, como la de Tojeira, que por años ha luchado para que se garantice el respeto, a todos los niveles, diga que no merece mayor respeto la Sala de lo Constitucional impuesta por el oficialismo… requiere de agallas. Y no debería pasar inadvertido que es grave asumir que la racionalidad nos empuja a ver que lo que está de fondo va más allá de la discusión acerca de si Casa Presidencial reservará la información del presupuesto para Toppik capilar por cinco años más. Lo más preocupante es que hemos llegado al abismo de cuestionar la sensatez con la que los árbitros están interpretando el reglamento. O, si nos ponemos más ateos del dogma bukeleano, cuestionar la integridad y las intenciones que se esconden tras sus resoluciones. Porque cuando validamos que magistrados, vicepresidentes y troles formen coro para estirar los límites de la semántica y así justificar el cinismo del Alzheimer selectivo, lo único que queda es la garantía de que ya nada tiene garantía. A partir de aquí, puestos a interpretar desde la irracionalidad, se vale todo. ¿Es relevante defender la Constitución cuando sin vergüenza absoluta nos montan un circo interpretativo? ¿Para qué sirve hacerlo cuando insultan nuestra inteligencia de forma tan cínica? ¿De qué sirve invocar la insurrección a la que nos obliga la Constitución cuando para el comodín argumentativo de “los intereses del Pueblo” esto no tiene más relevancia que un Sudoku abandonado?

Finalmente, a propósito de esto, el padre también explicó que el sentido de una convivencia racional en un Estado de Derecho radica en la creación de normativas y leyes que impidan el atropello de unos sobre otros. Y, de nuevo, más importante fue que ilustrara una reflexión que desmonta el argumento burdo, ambiguo y selectivo de que el fin último de las democracias es que se respete “la voz del pueblo”.  Desde el razonamiento elemental y el sano ejercicio de la memoria, Tojeira expuso que “el apoyo popular no es todo en una democracia”.

Una mayoría electoral –cuya predominancia es casi tan inestable como el valor del Bitcóin– no puede ni debe estar por encima de las leyes que construyen un Estado de Derecho. Solo desde el cinismo o la ignorancia puede utilizarse el argumento de que un eventual y mutable apoyo popular debe imponerse como guía de gestión pública.

“La voz del pueblo” ha demostrado equivocarse sin el pudor de asumir luego las culpas. Buena parte de quienes integran el partido político dominante en la actualidad provienen de la misma voz que decidió que Mauricio Funes se montara en el corcel redentor de un ilusionismo que derivó en aberración. Aquella fue una voz que cambió los aplausos por antorchas. Otra voz muy similar repartió la baraja que colocó a Ciro Cruz Zepeda como capitán de un Titanic legislativo. Era una voz que mutó de la misma que depositó con abnegación su confianza en gobiernos de Arena que institucionalizaron el manual de la corrupción. Y de todo ello surgió la voz del hartazgo que pasó del optimismo al linchamiento público y que ha alimentado la estrategia populista de la secta bukeleana.

Con tales precedentes, ya es tiempo de asimilar que no hay mucha astucia en justificar la anulación de la relevancia que tiene el respeto a la Constitución bajo el argumento de que “la voz del pueblo” está por encima de todo. Quizás es tiempo de cuestionar las interpretaciones elásticas o en unos años no debería sorprendernos que se interprete con “creatividad” el artículo N° 3 de la Constitución de la República; el mismo que establece que «todas las personas son iguales ante la Ley y que para el goce de los derechos civiles no podrán establecerse restricciones que se basen en diferencias de nacionalidad, raza, sexo o religión».

Que no nos sorprenda entonces si a la Sala le dan la orden de que “interprete” que el artículo N° 3 no aplica para «los izquierdos civiles».


* Orus Villacorta es periodista, miembro del Consejo Editorial y Director de Revista Factum

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