House of the Dragon: Segundo de su nombre

Fue un capítulo lento. Pero en Westeros un buen jabalí se cocina a fuego lento.

Foto Factum/Retomada de House of the Dragon

*Alerta de spoiler


El episodio gravitó ente dos polos. Por una parte, la guerra en Peldaños de Piedra que emprenden Daemon y Corlys Velaryon. Por otra, las intrigas para desplazar a Rhaenyra de la sucesión. Sobre esto último conversemos hoy.

En “Fuego y Sangre” así nos cuenta George R.R. Martin lo que vimos este domingo: «La princesa Rhaenyra continuó sentándose al pie del Trono de Hierro cuando su padre celebraba audiencias, y su alteza empezó a invitarla asimismo a reuniones del consejo privado. Aunque muchos nobles caballeros pretendían sus favores, la princesa no tenía ojos sino para ser Criston Cole, el joven campeón de la Guardia Real y su constante compañero. ‘Ser Criston protege a la princesa de sus enemigos, pero ¿quién protegerá a la princesa de ser Criston?’, preguntó en una ocasión la reina Alicent en la corte. La amistad entre esta y su hijastra acabó durando poco, ya que tanto Rhaneyra como Alicent aspiraban a ser la primera dama del reino, y si bien la reina había aportado ya no uno, sino dos herederos varones, Viserys no había hecho nada por modificar el orden de sucesión. La princesa de Rocadragón siguió siendo su delfina reconocida, y la mitad de los señores de Poniente habían jurado defender sus derechos. Quienes preguntaban: ‘¿Y qué pasa con el fallo del Gran Consejo del 101?’ no hallaban sino oídos sordos».

Algunos cambios hay en la serie, pero el concepto lo vimos bien reflejado.

Viserys nombró a su hija Rhaenyra como sucesora al trono. Esto lo hizo violando el criterio del Gran Consejo del año 101. En ese consejo (como en la ley sálica de nuestro mundo) se definió que la sucesión regia correspondía a un hijo varón. Cuando en su segundo matrimonio Viserys tiene por fin un varón, las intrigas por desplazar a Rhaenyra comienzan.

En este episodio vimos a ser Otto Hightower, la mano del rey, ganar su primera batalla en el juego de tronos: casó a su hija con el monarca. Su segunda batalla se la hicieron ganar azares cromosómicos: su hija parió al primer hijo varón del rey. Ahora Hightower juega sus cartas para ganar la tercera batalla: lograr que su nieto sea nombrado heredero al Trono de Hierro.

La mano del rey hace esa jugada, por un lado, impulsando un matrimonio de la princesa Rhaneyra que la aleje del trono. Por otro, instando a su hija a que persuada al rey para que nombre como heredero a su hijo, el pequeño Aegon, el segundo de su nombre.

Ser Otto ha llegado lejos. Fue la mano del rey Jaehaerys y ahora es la del rey Viserys. Pero Hightower quiere subir aún más alto. Quiere ser el abuelo del próximo rey y que la dinastía continúe en su descendencia. ¿Se le puede reprochar su hambre de poder? Es un político. Y no solo es propio de un político aspirar a ascender es la escalera del poder, es legítimo. Por eso, jugar al poder debe contar con la habilidad de administrar las legítimas aspiraciones de los demás jugadores.

Hay alguien que suele explicarme el juego del poder no con George R.R. Martin, sino con Mario Puzzo. Y acierta. “El Padrino” es un manual tan bueno como “Canción de Hielo y Fuego” para entender esas dinámicas de la condición humana. Para presentar este mismo mensaje, esa persona me cita la escena en que las cinco familias de la mafia se sientan a negociar la paz que comienza a quebrarse.

En esa escena, Emilio Barzini, el jefe de una de las familias, le dice a Don Corleone que en vista de que controla a los políticos y jueces de Nueva York, debe compartirlos con el resto de las familias. «Ciertamente puede presentarnos una factura por ese servicio; después de todo, no somos comunistas», termina Barzini tras las risas de todos. Corleone le contesta: «Como un hombre razonable, estoy dispuesto a hacer lo necesario para encontrar una solución pacífica a este problema». El hombre es sabio. Sabe que el poder que no se comparte se pierde.

Por eso no es sensato que un político aspire a mantener el poder monopolizado en él y su familia. Martin y Puzzo nos han enseñado que lo más conveniente es compartir el poder. El poder que no se comparte se pierde.

Un político hace un mal negocio si mantiene a los suyos bajo la permanente amenaza del ostracismo, en caso de que se les ocurra aspirar a más poder del que tienen. El poder es un dragón demasiado atractivo. La legítima aspiración de un político de ascender en la escalera del poder, de llegar al Trono de Hierro o a la presidencia, es una marea muy fuerte. No hay persuasión ni amenaza que la contenga. Y el incauto que pretenda violar esa regla del juego de tronos, solo cultiva futuras traiciones dentro de sus propias filas.

De esos rencorosos polvos surgen los lodos de oposiciones internas. Y dentro de todas las oposiciones, esas son las más peligrosas. Son los políticos allegados a un gobernante quienes mejor conocen sus fortalezas y debilidades; y si este se niega a compartir el poder y pretende detener sus legítimas aspiraciones a ascender en la escalera, luego la vida le enseñará que el poder es más volátil que el Bitcoin.

Algo siniestro se cuece en el corazón de ser Otto. Está cerca del Trono de Hierro, pero quiere acercarse aún más. El rey Viserys cometerá un grave error si no administra a tiempo y con sabiduría las legítimas aspiraciones de su mano por más poder. El rey cometerá un grave error.

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