House of the Dragon: Marcaderiva

El título de este episodio es el nombre de la isla que controla la familia Velaryon. Ahí es donde se desarrollan los eventos que vimos el domingo.

Foto Factum/Retomada de House of the Dragon

*Alerta de spoiler


El episodio inició con las exequias de Laena Velaryon, quien fue la jinete de la dragona Vhagar. Tras un parto mortal, dejó viudo a Daemon y huérfanas de madre a sus dos pequeñas hijas. La familia se ha reunido en Marcaderiva para el funeral. Negros y verdes, todos juntos. Y en medio de esa tensión familiar, solo falta una chispa para que arda en llamas ese fuego valirio.

Del encendido de la chispa se encarga el segundo hijo del rey Viserys y Alicent: el pequeño Aemond. El niño no tenía un dragón y se burlaban de él por ello. Tras el funeral de su tía, el muchacho se levantó en la madrugada y fue a reclamar una dragona. Se trataba de ­­­«Vhagar, la más anciana, la más grande, la más terrible del mundo» (así la describe George R.R. Martin). Muerta la tía, la dragona estaba disponible… para quien se atreviera.

Martin nos cuenta la hazaña de Daemon: «Por más que sea de linaje Targaryen, aproximarse a un dragón siempre entraña sus peligros, sobre todo tratándose de un dragón viejo y de mal talante que acaba de perder a su jinete. Sus padres jamás le permitirían ni arrimarse a Vhagar, eso bien lo sabía, y mucho menos montarla, así que procuró que no se enteraran; se levantó al alba mientras aún dormían y salió a hurtadillas al patio, donde Vhagar y los demás dragones comían y estaban estabulados».

El muchacho voló con la dragona más temible de todo Poniente. Pero cuando tocó tierra alguien le esperaba. En el libro le esperan los tres hijos de Rhaenyra; en la serie, las dos huérfanas de Laena y Lucerys (Luke), el segundo hijo de la princesa heredera. Le reclaman haber robado la dragona de la recién fallecida Laena. Aemond responde: «Si querías ese dragón, lo hubieras reclamado». Comienza la trifulca entre los niños. Corre la sangre.

En medio de la pelea, el pequeño Aemond le escupe a Lucerys la verdad incómoda: es un bastardo. Es el elefante en la habitación de todo Poniente. Los hijos de Rhaenyra heredaron el cabello oscuro de su guardia, Harwin Strong (que ahora ya es carbón en las cenizas de Harrenhal) y no la rubia cabellera del esposo de la princesa.

Llamar bastardo a Lucerys no es una afrenta menor. Supone cuestionar la legitimidad de la línea sucesoria del Trono de Hierro. Luke sacó un puñal y vengó el insulto vaciándole el ojo derecho al joven Aemond. Alea iacta est.

Luego viene una de las mejores escenas de esta temporada. La pelea pasa de la mesa de los niños a la de los adultos. Y, para ser justos, creo que en esta escena HBO le ganó una batalla a Martin.

Así describe el autor lo ocurrido: «Después, el rey Viserys trató de imponer la paz y exigió a todos los pequeños que se disculpasen ante sus rivales, si bien tales cortesías no lograron apaciguar a las madres vengativas. La reina Alicent exigió que se vaciara un ojo a Lucerys Velaryon por el que le había costado a Aemond. La princesa Rhaneyra no se negó en redondo, pero se empeñó en que se interrogase al príncipe Aemond ‘a conciencia’ hasta que revelase dónde había oído que sus hijos tuvieran algo que ver con Harrenhal, la sede de los Strong, ya que aquella chanza equivalía a llamarlos bastardos, privados de cualquier derecho sucesorio, y a acusarla a ella de alta traición. Cuando el soberano lo presionó, el príncipe Aemond dijo que había sido su hermano Aegon quien le había dicho que eran hijos de Strong, a lo que Aegon no dijo sino: ‘Todo el mundo lo sabe. No hay más que verlos’».

Creo que la clave de HBO en sacarle más brillo a esa escena de Martin se basa en el reflejo que lograron hacer del conflicto de los niños al que de inmediato continúan los adultos. Con eso nos presentaron que las notas más temibles de los hombres no se activan en la adultez, están enquistadas en la naturaleza humana y no hay pila bautismal que borre ese pecado original al que estamos condenados desde nuestra infancia. Eso, en un fin de semana en que celebramos el Día del Niño entre dulces y piñatas, volvía más terrible el episodio.

La riña infantil no surgió por un asunto baladí. Es por una dragona. Es por el poder. Eso se marca cuando el niño ya tuerto dice desafiante a los demás: «Fue un cambio justo, un ojo por un dragón». HBO y Martin nos mostraron los demonios que nos habitan desde nuestra infancia. Y eso no es un concepto nuevo, en 1954 ya nos había contado lo mismo un profesor inglés.

William Golding peleó en la Segunda Guerra Mundial. Tras ser testigo de los horrores de la guerra, regresó a su salón de clases, a trabajar con niños. Un día, tras volver del trabajo, le preguntó a su esposa «¿Será una buena idea si escribo un libro sobre niños en una isla, niños que se comportan de la manera en que realmente se comportan los niños?». El profesor  escribió “El Señor de las Moscas”. Una terrible parábola sobre la naturaleza humana.

Lucerys y Aemond son tontos personajes de Disney a la par de los niños de Golding. Esos que, tras celebrar que finalmente están sin adultos en una isla pérdida, poco a poco van mostrando los demonios que yacen en sus corazones. Ralph, el protagonista de “El Señor de las Moscas”, termina llorando desconsolado «por la pérdida de la inocencia, las tinieblas del corazón del hombre y la caída al vacío de aquel verdadero y sabio amigo llamado Piggy».

En “El Señor de las Moscas”, Ralph por lo menos tuvo a Piggy, un gordito de lentes que representaba la razón y el poder de la civilización sobre la barbarie. Los niños de Rhaenyra y Alicent no tienen la suerte de Ralph. Y es por eso que, como veremos adelante, todos caerán sin ningún freno en la locura de la guerra. Un fuego en el que, inevitablemente, todos nos quemamos.

Feliz Día del Niño.

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